Contienen la primera parte del discurso de Jesús sobre los últimos tiempos, en la redacción de San Lucas. Jesús lo pronuncia mientras se encuentra de frente al templo de Jerusalén, y se inspira en las expresiones de admiración de la gente por la belleza del santuario y de su decoración.
Jesús advierte que no quedará piedra sobre piedra y no quiere ofender al templo, sino hacer entender, a ellos y también a nosotros, que las construcciones humanas, también las más sagradas, son pasajeras y no hay que poner en ellas nuestras seguridades.
¡Cuántas presuntas certezas en nuestra vida pensábamos que serían definitivas y después se han revelado como efímeras! Por otro lado, ¡cuántos problemas que parecían no tenían salida después han sido superados!.
Jesús pide no aterrorizarse y dejarse desorientar por las guerras, revoluciones y calamidades porque también ellas forman parte de la realidad de este mundo.
La historia de la Iglesia es rica en ejemplos de personas que han sostenido tribulaciones y sufrimientos terribles con serenidad porque tenían conciencia de estar en las manos de Dios.
Dios es un Padre fiel y premuroso, que no abandona nunca a sus hijos. Permanecer firmes en el Señor, caminar en la esperanza, trabajar para construir un mundo mejor a pesar de las dificultades y los acontecimientos tristes que marcan la existencia personal y colectiva es lo que realmente cuenta.
El Año Santo nos ha llevado, por un lado, a tener fija la mirada hacia el cumplimiento del Reino de Dios, y por otro, a construir el futuro sobre esta tierra, trabajando para evangelizar el presente.
En el Evangelio Jesús invita a tener en la mente y en el corazón la certeza de que Dios conduce nuestra historia y conoce el fin último de las cosas y de los acontecimientos.
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