Por eso, recupera en el Adviento su misión de anuncio del Mesías a todas las gentes y la conciencia de ser "reserva de esperanza" para toda la humanidad, con la afirmación de que la salvación definitiva del mundo debe venir de Cristo con su definitiva presencia escatológica.
En un mundo marcado por guerras y contrastes, las experiencias del pueblo de Israel y las esperas mesiánicas, las imágenes utópicas de la paz y de la concordia, se convierten reales en la historia de la Iglesia de hoy que posee la actual "profecía" del Mesías Libertador.
En la conciencia de que Dios no desdice sus promesas -¡lo confirma la Navidad!- la Iglesia a través del Adviento renueva su misión escatológica para el mundo, ejercita su esperanza, proyecta a todos los hombres hacia un futuro mesiánico del cual la Navidad es primicia y confirmación preciosa.
A la luz del misterio de María, la Virgen del Adviento, la Iglesia vive en este tiempo litúrgico la experiencia de ser ahora "como una María histórica" que posee y da a los hombres la presencia y la gracia del Salvador.
La espiritualidad del Adviento resulta así una espiritualidad comprometida, un esfuerzo hecho por la comunidad para recuperar la conciencia de ser Iglesia para el mundo, reserva de esperanza y de gozo. Más aún, de ser Iglesia para Cristo, Esposa vigilante en la oración y exultante en la alabanza del Señor que viene.
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