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31 diciembre 2018

Te Deum.



A Ti, oh Dios, te alabamos,
a Ti, Señor, te reconocemos.
A Ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A Ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A Ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te aclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino de los Cielos.
Tú sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la Gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de Tí.

En Tí, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

30 diciembre 2018

Sagrada Familia.



¿De dónde aprendiste el nombre de “Abba” “Padre”?

¿Quién te enseñó a distinguir entre el bien y el mal?

¿En quienes descubriste el don de la fe y el valor de la entrega?

¡En la familia, Señor!

¿No aprendiste todo ello en tu familia nazarena?

Hoy, en el colmado corazón de la Navidad,

nuestros ojos contemplan, el “tres en uno”,

Sí, Señor, tres personas unidas por un mismo amor

Tres personas teñidas con el color de la pobreza

Tres personas agasajadas por los que no tienen riqueza alguna

Tres personas que, bajo el umbral del portal,

siguen siendo referencia y ejemplo de santidad y de fe.

Naciste, Señor, y lo hiciste en una familia;

pobre, pero amorosa y rendida a tu causa

Sencilla, pero repleta de lo más importante: DIOS

Temerosa, pero valiente en sus decisiones y riesgos

Indiferente para muchos, pero única ante los ojos del Señor

¡EN FAMILIA, SEÑOR! ¡QUISISTE NACER EN UNA FAMILIA!

Evangelio. Solemnidad de la Sagrada Familia.


Según San Lucas 2, 41 - 52.


Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. 

Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. 

Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Solemnidad de la Sagrada Familia.



25 diciembre 2018

Pregón de Navidad.


Hace muchos siglos, cuando las noches eran interminablemente largas y la luz del día se resistía a aparecer en el horizonte.

Cuando los hombres dejaron de tenderse, darse la mano y de ofrecerse, los unos a los otros, como ayuda en el camino.

Hace muchos siglos, cuando las injusticias se desplegaron como un inmenso paraguas sobre los más pobres y necesitados.

Cuando miles de hombres miraban hacia el cielo esperando respuestas que, a pie llano, se les negaba.

Hace muchos siglos se comenzó a hablar del Nacimiento de un Niño.

Un Niño que, con rostro humano, sería semblante de Dios.

Un Niño que, al venir, cumpliría promesas, deseos y sueños de la humanidad.

Un Niño que, cuando llegó, convirtió el mundo en un remanso de paz.

Un Niño que, en su amanecer, se vio el brillo de la bondad.

Un Niño que, al gemir, latió con un corazón rebosante de paz bendiciendo con manos llenas de amor destellando miradas y llantos con sabor a Dios.

Hace muchos siglos, en Belén, en el silencio el amor habló de una forma infinitamente humilde:

¡Dios se hizo hombre!

El cielo se rebajó a nivel de la tierra.
La humildad asomó por todos sus costados

El perdón y la paz, alcanzaron a toda buena voluntad.

Pero, hoy, al igual que entonces Dios sigue naciendo en el pesebre de cada persona.

Dios flota en las aguas del Misterio.

Una VIDA NUEVA emerge vigorosa y con sabor a cielo.

Una ilusión llama a la puerta de nuestra tristeza de nuestro desencanto ¡ES NAVIDAD!

Y, como aquella primera Navidad de hace 20 siglos, el cielo regala abundancia de dones lo celestial nos contagia la alegría que el mundo nos arrebata la Morada de Dios nos llena, con impulsos de una humanidad nueva.

¡ES NAVIDAD!

No dejéis que corra más el tiempo:

¡Viene el Señor!

Y, cuando acude el Señor, lo hace en silencio y sin ruido.

Brotará de unas entrañas virginales, de Aquella que dijo “SI”.

Y, crecerá, al amparo de la sabiduría y entereza de un tal José.

¡Viene el Señor! ¡Es Navidad!

Lo grande, no tiene cabida en Belén; ahí triunfa lo pequeño.

El Amor, tiene música y partitura propia: Dios nos ama.

Lo viejo pasa y comienza lo nuevo; Dios en persona despunta.

Un gran regalo se nos entrega; una vida estremecida y humillada.

Es agasajo de Dios; don para todos y cada uno de los hombres.

Entre troncos revestidos de paja vendrá el Señor.

Y, en dos maderos teñidos de sangre, se irá el Señor.

En tablas viene el amor sin musitar palabra alguna, Crucificado entre tablas se irá el amor con escasas siete palabras de misericordia, vértigo y paz.

En silencio, nacerá Dios.
En silencio, se nos irá el Señor
Pero, mientras tanto, ¡Es Navidad!

Fuente inagotable de lo que nunca se agota en Dios: el AMOR.
Gracia que recompensa toda espera: EL AMOR DE DIOS.
Fuego que nunca podrá apagarse: EL AMOR DE DIOS.
Paz y amor reverberando: EL AMOR DE DIOS.
Caricia de Dios al hombre: EL AMOR DE DIOS.
Beso de Dios a nuestro barro: EL AMOR DE DIOS.
Reparto de fe y de esperanza: EL AMOR DE DIOS.
Contagio de fraternidad y alegría: EL AMOR DE DIOS.

¡ES NAVIDAD! ¡DIOS BAJA A LA TIERRA!.

Evangelio. Solemnidad de la Natividad del Señor.


Según San Juan 1, 11 - 18.

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.

En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:
éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.

Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.

Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.

Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Éste es de quien dije:
"El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."»
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás:
Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Hoy nos ha nacido el Mesías, el Salvador, el Señor.



María, la mujer de la Natividad.




En esta día santo, donde nuestro Señor Jesucristo sigue naciendo en el corazón de las personas de buena voluntad, no podemos olvidar a la Virgen María. 

Gracias a su SÍ, y a su confianza a los planes de Dios, éste gran misterio de la Natividad se llevó a cabo.

24 diciembre 2018

Lecturas de la Misa del Gallo.


LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 9, 1-3.5-6

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande, habitaban tierras de sombra, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repetirse el botín. Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada en sangre, serán combustible, pasto del fuego. Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madían. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre Perpetuo, Príncipe de la Paz. Para dilatar el principado con una paz sin limites, sobre el Trono de David y sobre su Reino. Para sostenerlo y consolarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y para siempre. El celo del Señor lo realizará.

Salmo: 

HOY NOS HA NACIDO UN SALVADOR: EL MESÍAS, EL SEÑOR


Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R.-

Proclamad día tras día su victoria,
contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones R.-

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. R.-

Delante del Señor que ya llega,
ya llega a regir la tierra.
El juzgará el orbe con justicia
y a los pueblos con su verdad. R.-


LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TITO 2, 11-14


Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo. El se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad, y para prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras.


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 1- 14


En aquel tiempo salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.

Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: 

--No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
--Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

Nos preparamos para el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.



20 diciembre 2018

Catequesis del miércoles pasado del Papa Francisco: El sentido de la Navidad.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Dentro de seis días será Navidad. Árboles, decoraciones y luces por todas partes recuerdan que también este año será una fiesta. La máquina publicitaria invita a intercambiar siempre nuevos regalos para sorprenderse. Pero, me pregunto ¿es esta la fiesta que agrada a Dios? ¿Qué Navidad le gustaría, qué regalos y qué sorpresas?

Observemos la primera Navidad de la historia para descubrir los gustos de Dios. Esa primera Navidad de la historia estuvo llena de sorpresas. Comenzamos con María, que era la esposa prometida de José: llega el ángel y cambia su vida. De virgen será madre. Seguimos con José, llamado a ser el padre de un niño sin generarlo.

Un hijo que, -golpe de efecto-, llega en el momento menos indicado, es decir, cuando María y José estaban prometidos y, de acuerdo con la Ley, no podían cohabitar. Ante el escándalo, el sentido común de la época invitaba a José a repudiar a María y salvar así su buena reputación, pero él, si bien tuviera derecho, sorprende: para no hacer daño a María piensa despedirla en secreto, a costa de perder su reputación. Luego, otra sorpresa: Dios en un sueño cambia sus planes y le pide que tome a María con él.

Una vez nacido Jesús, cuando tenía sus proyectos para la familia, otra vez en sueños le dicen que se levante y vaya a Egipto. En resumen, la Navidad trae cambios inesperados de vida. Y si queremos vivir la Navidad, tenemos que abrir el corazón y estar dispuestos a las sorpresas, es decir, a un cambio de vida inesperado.

Pero cuando llega la sorpresa más grande es en Nochebuena: el Altísimo es un niño pequeño. La Palabra divina es un infante, que significa literalmente "incapaz de hablar". Y la palabra divina se volvió incapaz de hablar.

Para recibir al Salvador no están las autoridades de la época, o del lugar, o los embajadores: no, son simples pastores que, sorprendidos por los ángeles mientras trabajaban de noche, acuden sin demora. ¿Quién lo habría esperado? La Navidad es celebrar lo inédito de Dios, o, mejor dicho, es celebrar a un Dios inédito, que cambia nuestra lógica y nuestras expectativas.

Celebrar la Navidad, es, entonces, dar la bienvenida a las sorpresas del Cielo en la tierra. No se puedes vivir "tierra, tierra", cuando el Cielo trae sus noticias al mundo. La Navidad inaugura una nueva era, donde la vida no se planifica, sino que se da; donde ya no se vive para uno mismo, según los propios gustos, sino para Dios y con Dios, porque desde Navidad Dios es el Dios con nosotros, que vive con nosotros, que camina con nosotros. Vivir la Navidad es dejarse sacudir por su sorprendente novedad.

La Navidad de Jesús no ofrece el calor seguro de la chimenea, sino el escalofrío divino que sacude la historia. La Navidad es la revancha de la humildad sobre la arrogancia, de la simplicidad sobre la abundancia, del silencio sobre el alboroto, de la oración sobre "mi tiempo", de Dios sobre mi "yo".

Celebrar la Navidad es hacer como Jesús, venido para nosotros, los necesitados, y bajar hacia aquellos que nos necesitan. Es hacer como María: fiarse, dócil a Dios, incluso sin entender lo que Él hará. Celebrar la Navidad es hacer como José: levantarsepara realizar lo que Dios quiere, incluso si no está de acuerdo con nuestros planes.

San José es sorprendente: nunca habla en el Evangelio: no hay una sola palabra de José en el Evangelio; y el Señor le habla en silencio, le habla precisamente en sueños. Navidad es preferir la voz silenciosa de Dios al estruendo del consumismo. Si sabemos estar en silencio frente al Belén, la Navidad será una sorpresa para nosotros, no algo que ya hayamos visto. Estar en silencio ante el Belén: esta es la invitación para Navidad. Tómate algo de tiempo, ponte delante del Belén y permanece en silencio. Y sentirás, verás la sorpresa.

Desgraciadamente, sin embargo, nos podemos equivocar de fiesta, y prefiere las cosas usuales de la tierra a las novedades del Cielo. Si la Navidad es solo una buena fiesta tradicional, donde nosotros y no Él estamos en el centro, será una oportunidad perdida. Por favor, ¡no mundanicemos la Navidad! No dejemos de lado al Festejado, como entonces, cuando "vino entre los suyos, y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11).

Desde el primer Evangelio de Adviento, el Señor nos ha puesto en guardia, pidiéndonos que no nos cargásemos con "libertinajes" y "preocupaciones de la vida" (Lc 21,34). Durante estos días se corre, tal vez como nunca durante el año. Pero así se hace lo contrario de lo que Jesús quiere. Culpamos a las muchas cosas que llenan los días, al mundo que va rápido. Y, sin embargo, Jesús no culpó al mundo, nos pidió que no nos dejásemos arrastrar, que velásemos en todo momento rezando (cfr. v. 36).

He aquí, será Navidad si, como José, daremos espacio al silencio; si, como María, diremos "aquí estoy " a Dios; si, como Jesús, estaremos cerca de los que están solos, si, como los pastores, dejaremos nuestros recintos para estar con Jesús. Será Navidad, si encontramos la luz en la pobre gruta de Belén. No será Navidad si buscamos el resplandor del mundo, si nos llenamos de regalos, comidas y cenas, pero no ayudamos al menos a un pobre, que se parece a Dios, porque en Navidad Dios vino pobre.

Queridos hermanos y hermanas, ¡os deseo una Feliz Navidad, una Navidad rica en las sorpresas de Jesús! Pueden parecer sorpresas incómodas, pero son los gustos de Dios. Si los hacemos nuestros, nos daremos a nosotros mismos una sorpresa maravillosa. Cada uno de nosotros tiene escondida en el corazón la capacidad de sorprenderse. Dejémonos sorprender por Jesús en esta Navidad.


(Roma. 19-12-2018)

17 diciembre 2018

Ni la aflicción, ni la angustia, pudieron apagar el amor de Juan de Mata para con los cautivos, porque el amor de la Trinidad ardía en su corazón.



Onomástica de San Juan de Mata. Padre de la Orden y Familia Trinitaria.



Hoy celebramos a San Juan de Mata. Fundador de la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos.


En realidad se sabe muy poco de su infancia, ni siquiera es seguro el año de nacimiento, aunque se supone alrededor de 1154. Creció en el pequeño pueblo de Faucon, en la Provenza francesa, aunque en aquel tiempo su región pertenecía al Condado de Barcelona.

Con unos quince años sus padres lo enviaron a Paris para estudiar en la escuela de la catedral. Estudió con los mejores teólogos del siglo XII, sobre todo porque la escuela más famosa del momento era precisamente la de Paris, pero eso no dejaba a Juan contento, así que dejó la escuela de la catedral y se unió a la escuela de la abadía de San Víctor, donde enseñaba Ricardo de San Víctor, fundada por Hugo de San Víctor, que había transformado la teología describiendo la Trinidad como Amor y no como especulación filosófica.

El joven Juan no sabía lo que quería de su vida, es verdad que en aquellos tiempos todo el mundo hablaba de cruzadas, de recuperar los santos lugares a los musulmanes, de devolver al cristianismo su antigua gloria en el campo de batalla. Pero a Juan no le convencía ese estilo de hacer cristianismo. Cuando decidió ordenarse sacerdote pidió a Dios insistentemente que le diera una señal para saber qué hacer con su vida.

Celebró la primera Misa en Paris, acompañado por el obispo y el abad de san Víctor, y entonces, cuando consagraba el pan y el vino, sintió que Dios le llamaba a liberar, su visión se centraba en Cristo que liberaba por igual a un cristiano y a un musulmán. Esto dejó a Juan de Mata muy intrigado. ¿Cómo podía Cristo tratar igual a un musulmán y a un cristiano? ¿No eran acaso los musulmanes los que ocupaban el sepulcro de Cristo?

Para meditar bien todo esto se fue a pasar un tiempo a un lugar cercano a Paris, llamado Cerfroid, donde algunos ermitaños vivían solos y dedicados a la oración y la penitencia. Allí conoció a algunos de ellos e intercambió sus ideas y sueños. Entre otros destacó su amistad con Félix de Valois, el que más le animó para que comenzaran un nuevo camino en la Iglesia, haciendo ellos mismos aquello que Juan había intuido en la visión de su primera Misa.

Comenzaron a vivir juntos en una pequeña casa que les regalaron en aquel bosque de Cerfroid, era el año 1193. Cinco años después decidieron hacer más oficial la nueva comunidad, así que Juan de Mata viajó a Roma para pedir la aprobación del papa Inocencio III. El 17 de diciembre de 1198, el Papa no sólo aprobó la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos, sino que también dio a Juan de Mata una carta para el sultán de Marruecos, presentando su proyecto de redención. Después le regalaría una casa en Roma para que pudiera estar cerca de él una comunidad de estos religiosos, tan importantes en aquella época de cruzadas y guerras religiosas.

Lo único en lo que falló el Papa es que aquellos religiosos no querían saber nada de las cruzadas ni de las armas. Más bien se fueron haciendo famosos entre los mismos musulmanes por dedicarse a la misericordia sin mezclarse en otros temas que les enfrentaban a los cristianos.

No se sabe si Juan de Mata realizó algún rescate de cautivos. Según la tradición lo hizo en 1199, con la carta que le dio el Papa, pero no hay nada probado. Lo que sí se conoce es su gran actividad fundando nuevas comunidades, especialmente en Francia y España.

El 17 de diciembre de 1213 Juan de Mata murió en Roma, en la casa de Santo Tomás in Formis, en cuya fachada había mandado colocar tres años antes un gran mosaico representando la visión de su primera Misa. Unos quinientos años después, por avatares de la historia, sus reliquias viajaron a Madrid y en 1969 se depositaron en la iglesia de los trinitarios en Salamanca, donde aún se encuentran actualmente.

16 diciembre 2018

Evangelio. Domingo III del Tiempo de Adviento.


Según San Lucas 3, 10 - 18.

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: «Pues ¿qué debemos hacer?». Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo». Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?». Él les dijo: «No exijáis más de lo que os está fijado». Preguntáronle también unos soldados: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?». Él les dijo: «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada».

Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga». Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva.

Tercer Domingo de Adviento. Domingo de la Alegría.



14 diciembre 2018

¿Quién era San Juan de la Cruz?


San Juan de la Cruz nació en Fontiveros, provincia de Ávila en España, hacia el 1542. Su familia era pobre. En la escuela empezó a aprender el oficio de tejedor y más adelante trabajó como criado del director de un hospital. Mientras estudiaba en el colegio de los jesuitas, practicaba mortificaciones corporales.

A los 21 años tomó el hábito en el convento de los Carmelitas de Medina del Campo y vivió muy observante de la regla original del Carmelo. Fue ordenado sacerdote en 1567 y pidió a Dios la gracia especial de que lo conservara siempre en gracia, sin pecado, y que pudiera sufrir con valor y paciencia toda clase de dolores, penas y enfermedades.

Se conoce con Santa Teresa de Jesús, quien después de fundar la Comunidad de las Hermanas Carmelitas Descalzas, deseaba fundar también una comunidad de Padres Carmelitas que sean observantes de los reglamentos con la mayor exactitud posible. San Juan de la Cruz acepta la propuesta y se inician los Carmelitas Descalzos.

Dios le concedió la cualidad de saber enseñar el método para llegar a la santidad. Sus enseñanzas las fue escribiendo y resultaron unos libros muy importantes que hicieron que sea declarado Doctor de la Iglesia. Entre sus famosos libros está: “La subida del Monte Carmelo” y “La noche oscura del alma”.

También fue un gran poeta. Es admirado por la musicalidad de sus poesías y la belleza de sus versos. Su “Cántico Espiritual” es muy conocido. Partió a la Casa del Padre un 14 de diciembre de 1591 a la edad de 49 años.

12 diciembre 2018

Mensaje del Papa Francisco para este mes: Al servicio de la transmisión de la fe.



Catequesis de hoy miércoles del Papa Francisco: La confianza en Dios.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuamos el camino de catequesis sobre el “Padre nuestro” que comenzó la semana pasada. Jesús pone en los labios de sus discípulos una oración breve, audaz, compuesta de siete peticiones: un número que en la Biblia no es accidental, indica plenitud. Digo audazmente porque, si Cristo no lo hubiera sugerido, probablemente ninguno de nosotros – todavía más, ninguno de los teólogos más famosos- se atrevería a rezar a Dios de esta manera.

En efecto, Jesús invita a sus discípulos a acercarse a Dios y a dirigirle con confianza algunas peticiones: En primer lugar, para Él y luego para nosotros. No hay preámbulos en el "Padre Nuestro".

Jesús no enseña fórmulas para "congraciarse" con el Señor; por el contrario, invita a rezarle, derrumbando las barreras de la sujeción y el temor. No dice que hay que dirigirse a Dios llamándole "Todopoderoso", "Altísimo". “Tú que estás tan lejos de nosotros, yo soy un mísero”: no, no dice así” sino simplemente "Padre", con toda simplicidad, como los niños hablan al papá. Y esta palabra, “Padre”, expresa la confianza y la seguridad filial.

La oración del "Padre Nuestro" hunde sus raíces en la realidad concreta del hombre. Por ejemplo, nos hace pedir pan, el pan de cada día: solicitud simple pero esencial, que dice que la fe no es una cuestión "decorativa", separada de la vida, que interviene cuando todas las demás necesidades están satisfechas. Si acaso, la oración comienza con la vida misma.

La oración – nos enseña Jesús - no empieza en la existencia humana después de que el estómago esté lleno: más bien, se anida donde quiera que haya un hombre, cualquier hombre que tenga hambre, que llore, que luche, que sufra y se pregunte "por qué”. Nuestra primera oración, en cierto sentido, fue el vagido que acompañó el primer aliento. En ese llanto de recién nacido, se anunciaba el destino de toda nuestra vida: nuestra hambre continua, nuestra sed constante, nuestra búsqueda de la felicidad.

Jesús, en la oración, no quiere extinguir lo humano, no quiere anestesiarlo. No quiere que moderemos las solicitudes y las peticiones aprendiendo a soportar todo. En cambio, quiere que todo sufrimiento, toda inquietud, se eleve hacia el cielo y se convierta en diálogo.

Tener fe, decía una persona, es acostumbrarse al grito.

Todos tendríamos que ser como el Bartimeo del Evangelio (cf. Mc 10, 46-52), -recordemos ese pasaje del Evangelio, Bartimeo, el hijo de Timeo- ese ciego que mendigaba en Jericó. A su alrededor había tanta gente educada que le decían que se callara: “¡Pero, cállate! Pasa el Señor. Cállate. No molestes, El Maestro tiene tanto que hacer; no le molestes. Molestas con tus gritos. No molestes”. Pero él, no escuchaba esos consejos: con santa insistencia, pretendía que su condición miserable pudiera encontrarse finalmente con Jesús. ¡Y gritaba más fuerte!

Y la gente educada: “Pero no, es el Maestro ¡por favor! ¡Qué mal estas quedando!". Y él gritaba porque quería ver, quería que le curase: “Jesús, ten piedad de mí!" (V. 47). Jesús le devuelve la vista y le dice: "Tu fe te ha salvado" (v.52), casi como para explicar que lo decisivo para su recuperación había sido la oración, esa invocación gritada con fe, más fuerte que "el sentido común" de tantas personas que querían que se callara.






La oración no solo precede a la salvación, sino que de alguna manera ya la contiene, porque nos libera de la desesperación de quien no cree que haya una salida para tantas situaciones insoportables.

Por supuesto, los creyentes también sienten la necesidad de alabar a Dios. Los Evangelios recogen la exclamación de alegría que brota del corazón de Jesús, lleno de asombro agradecido por el Padre (cf. Mt 11, 25-27). Los primeros cristianos sentían incluso la necesidad de agregar al texto del “Padre nuestro” una doxología: "Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos de los siglos" (Didache, 8, 2).

Pero ninguno de nosotros tiene por qué abrazar la teoría propuesta en el pasado por algunos, es decir que la oración de petición sea una forma débil de fe, mientras que la oración más auténtica sería la de alabanza pura, la que busca a Dios sin el peso de petición alguna. No, eso no es verdad. La oración de petición es auténtica, espontánea, es un acto de fe en Dios que es el Padre, que es bueno, que es todopoderoso.

Es un acto de fe en mí, que soy pequeño, pecador, necesitado. Y por eso la oración para pedir algo es muy noble. Dios es el Padre que tiene una compasión inmensa por nosotros y quiere que sus hijos le hablen sin miedo, llamándole directamente “Padre”; o en medio de las dificultades diciendo: “Pero, Señor, ¿qué me has hecho?”.

Por eso podemos contarle todo, incluso las cosas que en nuestra vida siguen estando torcidas e incomprensibles. Y nos ha prometido que estará con nosotros para siempre, hasta el último día que pasemos en esta tierra. Recemos el Padre nuestro empezando así, simplemente: “Padre” o “Papá”. Y Él nos entiende y nos ama tanto.


(Roma. 12-12-2018)

11 diciembre 2018

Santa Maravillas de Jesús, ruega por nosotros.



Onomástica de Santa Maravillas de Jesús.



María de las Maravillas Pidal y Chico de Guzmán nació en Madrid el día 4 de noviembre de 1891, la menor de cuatro hermanos; fue bautizada en la Parroquia de San Sebastián a los ocho días y confirmada en 1896. Hizo su primera comunión en 1902. Sus padres, don Luis y doña Cristina, eran los marqueses de Pidal. Don Luis había sido Ministro de Fomento y en aquellas fechas era Embajador de España ante la Santa Sede. Fue educada en sus primeros años especialmente por su abuela materna, Patricia Muñoz, y ya desde niña experimentó una llamada a consagrarse al Señor en virginidad. Mientras estudiaba en casa, durante su adolescencia y juventud se dedicó a obras de caridad, ayudando a muchas familias necesitadas.

Leía frecuentemente las obras de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz y, cautivada por sus vidas y experiencias espirituales, decidió entrar en las Carmelitas Descalzas de El Escorial (Madrid) donde ingresó el 12 de octubre de 1919 recibiendo el nombre de Maravillas de Jesús. Con este motivo D. Pedro Poveda -que será canonizado juntamente con ella- le escribió una carta de felicitación, a la que contestó agradecida. Tomó el hábito en 1920 e hizo su primera profesión en 1921. Allí mismo, detrás de la celosía que da al sagrario de la Iglesia conventual, recibió en 1923 la inspiración de fundar un Carmelo en el centro geográfico de España, El Cerro de los Ángeles, donde se había levantado el monumento al Sagrado Corazón de Jesús justamente el año en que ella había carmelita descalza.

El obispo de Madrid-Alcalá, Mons. Eijo y Garay acogió y se entusiasmó con la idea y en 1924 la Hermana Maravillas y otras tres monjas carmelitas de El Escorial se instalaron provisionalmente en una casa de Getafe para atender desde allí la edificación del Convento. En esa casa hizo su profesión solemne el 30 de mayo de ese mismo año. En 1926 fue nombrada, por el obispo Eijo, priora de la comunidad y el 31 de Octubre se inauguraba el nuevo Carmelo de El Cerro de los Ángeles.

Como ya entonces acudieron muchas vocaciones, la Madre Maravillas vio en ello una señal de Dios para fundar nuevas “casas de la Virgen”. En 1933, a petición del obispo, misionero carmelita, Mons. Arana, fundó otro Carmelo en Kottayam (India) enviando a ocho monjas. A ella no le permitieron ir sus superiores.

Durante la persecución religiosa en España a partir de 1931 pasaba todas las noches muchas horas orando desde su Carmelo, contemplando el monumento al Sagrado Corazón, y solicitó y obtuvo permiso del papa Pío XI para salir con su comunidad, exponiendo sus vidas, si llegara el momento de defender la sagrada imagen, en caso de ser profanada. En julio de 1936 las Carmelitas fueron expulsadas de su Convento y llevadas detenidas a las Ursulinas de Getafe. Después se refugiaron en un piso de la calle Claudio Coello, 33, de Madrid, donde pasaron catorce meses de sacrificios, privaciones, registros y amenazas, deseando recibir la gracia del martirio. En 1937 la Madre pudo salir con su comunidad de Madrid y, pasando por Lourdes entró en España para instalarse en el abandonado “desierto” de Las Batuecas (Salamanca), que había podido adquirir antes de la guerra. Allí y a petición del obispo de Coria-Cáceres fundó un nuevo Carmelo. En 1938 hizo voto de hacer siempre lo más perfecto. En marzo de 1939 pudo volver a recuperar, totalmente destruido en la guerra, el de El Cerro de los Ángeles, donde fue elegida nuevamente priora. En este tiempo dio testimonio de fe, heroísmo y fortaleza, prudencia y serenidad y de una extraordinaria confianza en Dios.

Desde entonces y en muy pocos años realizó las fundaciones de otros muchos Carmelos: en 1944 el de Mancera de Abajo (Salamanca); en 1947 el de Duruelo (Ávila), cuna de la reforma carmelitana de San Juan de la Cruz; en 1950 traslada la comunidad de Las Batuecas, -cediendo este “desierto” a los padres carmelitas descalzos-, a Cabrera (Salamanca); en 1954 el de Arenas de San Pedro (Ávila); en 1956 el de San Calixto, en la sierra de Córdoba; en 1958 el de Aravaca (Madrid); en 1961 el de La Aldehuela (Madrid), en el que es elegida priora y en él vivió hasta su muerte; en 1964 el de Montemar-Torremolinos (Málaga).

Además, con hermanas de algunos de los Carmelos fundados por ella, ayudó en 1954 al de Cuenca (Ecuador), en 1964 al de El Escorial y en 1966 al de La Encarnación de Ávila, donde había entrado y vivido Santa Teresa de Jesús durante treinta años. En 1960, en Talavera de la Reina (Toledo), edifica un convento, también con iglesia de nueva planta, para los padres carmelitas descalzos. En su vida, además del P. Alfonso Torres, S.J. fueron sus directores espirituales el P. Florencio del Niño Jesús, O.C.D., y el P. Valentín de San José, O.C.D.

Desde el Carmelo de La Aldehuela, la Madre Maravillas, donde pasó sus últimos catorce años, continuó atendiendo las necesidades de todos esos Carmelos e, incluso desde la clausura, realizó una labor social como la construcción de viviendas prefabricadas y la ayuda en la construcción de una barriada de doscientas viviendas. A sus expensas hizo edificar también una Iglesia y un colegio. Sostuvo económicamente a distintos seminaristas para que pudieran llegar a ser sacerdotes, realizó una fundación benéfica para sostener a religiosas enfermas, compró una casa en Madrid para alojar a las carmelitas que tuvieran necesidad de permanecer algún tiempo en tratamientos médicos y costeó al Instituto Claune la edificación de una clínica para religiosas de clausura. En la iniciativa y desarrollo de estos servicios caritativos, que solía empezar sin medios económicos, confiaba siempre en la Providencia de Dios, que nunca le faltó.

Se sentía feliz de ser carmelita descalza, “hija de nuestra santa madre Teresa” y consideraba un tesoro la vida y los textos de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II, que aconseja la unión o asociación de monasterios de vida contemplativa, en 1972 obtuvo la aprobación de la Santa Sede de la “Asociación de Santa Teresa”, integrada por los Carmelos fundados por ella -y por otros que entonces se adhirieron- y, en 1973, fue elegida Presidenta. En los conventos en que vivió había sido elegida Priora de la Comunidad, -en total cuarenta y ocho años-, mostrando a la vez a sus hermanas caridad y firmeza, ánimo y consuelo, pidiendo siempre el parecer de las demás. Irradiaba paz y dulzura en sus palabras y gestos, de tal forma que quienes la trataron salieron siempre agraciados con su testimonio de amor Dios y de disponibilidad a la Iglesia como fiel hija suya.

La Madre Maravillas de Jesús es una de las grandes místicas de nuestro tiempo. Vivió una maravillosa experiencia de su unión con Dios, con una rica vida interior como se refleja en las cartas íntimas a sus directores espirituales, que sólo se han conocido después de su muerte. Pasó por la vivencia de “las noches” y por el gozo del amor profundo de Dios y de su respuesta de amor a Él. La capacidad de contagiar el amor de Dios le provenía de su unión con Él y de su gran capacidad y disposición para la oración. Expresaba: “Me abraso en deseos de que las almas vayan a Dios”. Durante toda su vida se entregó amorosamente al cumplimiento de la voluntad de Dios, y en la última etapa, ofreciendo su enfermedad y dando testimonio: “Lo que Dios quiera, como Dios quiera, cuando Dios quiera” solía repetir a sus hijas. Amó y vivió la pobreza y humildad heroicamente, infundiendo este espíritu en sus hermanas. Destacó también por su fidelidad al ideal teresiano.

Ya en 1962 había tenido un trastorno circulatorio del que se repuso. En 1972 sufrió un paro cardíaco del que se recuperó, pero su salud quedó ya muy quebrantada. En la solemnidad de la Inmaculada de 1974, recibió la Unción de los enfermos y el santo Viático. Murió, a los 83 años, en el Carmelo de La Aldehuela, el 11 de diciembre de 1974, rodeada de sus hijas y repitiendo: “¡Qué felicidad morir carmelita!”.

Fue beatificada en Roma por el Papa Juan Pablo II el día 10 de mayo de 1998, sus reliquias permanecen en la Iglesia del Carmelo de La Aldehuela (Madrid) y su memoria litúrgica se viene celebrando el 11 de diciembre.

10 diciembre 2018

Cuidado con los que se creen los "salvadores" de la vida consagrada.


«El Espíritu Santo, sin duda, sopla donde quiere y cuando quiere. A eso no hay nada que objetar. Dios es dueño de llamar a los que Él quiere, cuando quiere, como quiere. A mí particularmente, sin embargo, me llama la atención que este fenómeno vaya, a veces, acompañado de cierto triunfalismo. Y el triunfalismo, realmente, no me convence. 

Desconfío de esas manifestaciones de fecundidad como in vitro, o de esas manifestaciones o mensajes triunfalistas que nos hablan de que la salvación está aquí o allí. Algunas congregaciones se mostraron como la salvación de la vida consagrada, tanto de la vida consagrada apostólica como de la contemplativa. Había que mirarlas. Eran el nuevo modelo. Incluso convencieron a muchos pastores para que las favorecieran. Algunos buscaron incluso la manera de apoyarlas económicamente. Algunos pastores, he conocido a varios, estaban impresionados por su capacidad de convocatoria, o por una vida piadosa ejemplar que aparentemente vivían. 

Eran la nueva vida consagrada, la que iba a ser la solución y modelo para las antiguas y envejecidas órdenes y congregaciones… y resulta que, después, dentro de algunas de ellas explotaron asuntos de corrupción interna impresionantes.

Nos hace bien saber que no somos el Mesías. Ese tipo de salvadores, ciertamente, me hacen desconfiar. Esa no es la fecundidad del Evangelio. Cuando hay triunfalismo, Jesús no está. O, si hay un solo triunfalismo en el que Jesús está, es cuando este triunfalismo es el paso previo al Viernes Santo. El único triunfalismo real que cabe es el del Domingo de Ramos. Ahí sí está el Señor. Ese triunfalismo te está diciendo: “Tú prepárate para lo que te viene…”. No hay soluciones mágicas. Ese es mi criterio: el triunfalismo nunca es de Jesús. El triunfo de Jesús, el de verdad, es siempre en la Cruz.

Esas nuevas formas de vida consagrada hoy necesitan seguir profundizando y clarificando su identidad. Es necesario que se clarifique más la novedad que aportan. Yo diría que hay que buscarla, pero con discernimiento. Es necesario que estas formas estén acompañadas, que tengan personas a su lado que las acompañen y las ayuden a clarificar, a discernir… pues podrían vivir también de cierta ilusión. Lo cierto es que se trata de una realidad todavía muy reciente que requiere tiempo de maduración y reflexión.

Algunas de estas nuevas congregaciones son un tanto restauracionistas, tienden a restaurar costumbres antiguas y cosas que habría que contrastar más y estudiar con más discernimiento, siempre en el marco de la Iglesia y del tiempo en que vivimos. Para mí, el criterio básico para juzgar una comunidad son esas tres P de las que hablé en un encuentro con personas consagradas. Me refiero a la P de la pobreza, la P de la plegaria y la P de la paciencia».


(Papa Francisco)

09 diciembre 2018

Reflexión.


En este segundo domingo de adviento, la Iglesia nos propone un modelo a seguir de humildad.
San Juan Bautista, nos ayuda a ver de un modo sencillo que herramientas debemos seguir para preparar el camino del Señor.

Las lecturas de este domingo nos ayudan a reparar y a convertir esas cosas que muchas veces por nuestra fragilidad, rompemos y nos separan del amor de Dios.
Juan, es la voz que tiene que resonar en nuestros oídos en estos días previos a la navidad: "llega el Señor, preparad vuestras vidas".

Mirar a nuestro interior, es mirar como es nuestro camino. Un camino diario que recorremos, pero que muchas veces mas que allanarlo, esta pedregoso. Inclusive, siendo nuestro propio camino, nos cuesta andarlo y a veces, hasta nos da miedo. No somos capaces de andarlo.

Por eso, la palabra clave para este domingo es: PREPARAD.
Dispongamos nuestro camino de vida sin prisa pero sin pausa, para ese Dios que nos da la oportunidad de recibirlo en una nueva Navidad; pero, que nos da la libertad para que lo acojamos o no. En nuestras manos está que nuestro camino se pueda andar, pueda Jesús recorrerlo a nuestro lado o no le dejemos porque prefiramos la comodidad antes que el trabajar nuestra vida para que sea habitable.

Evangelio. Domingo II del Tiempo de Adviento.


Según San Lucas 1, 1 - 6.

En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.

Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que clama en el desierto: 

Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. 
Y todos verán la salvación de Dios».

Segundo Domingo de Adviento.



08 diciembre 2018

Refleixón.


Hoy celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción.
Una fiesta, en la que contemplamos a una mujer sencilla de Nazaret. Una mujer de su tiempo, que no destacaba en su día a día y que por eso mismo, Dios se fija en ella.
Dios no quiere grandes manifestaciones, ni mucha publicidad... Él, busca a esa mujer para que sea unión entre el cielo y la tierra. Elige a esa mujer, para ser la madre de su Hijo.

Por Eva viene el pecado. Mujer desobediente que quiere igualarse a Dios, y lo que hace es que por ese orgullo, llegue el pecado. Una marca, que por otra mujer se borrará. Por una mujer, vendrá la salvación a la tierra. Una mujer, que pisará al pecado con fuerza.
María, primer sagrario de la tierra; una mujer que sin conocer a varón, se fía de los planes de Dios.
Ella no duda, no titubea, ella se lanza a la piscina para que por esa "Fiat" se empiece a cuajar un giro histórico en la humanidad.

Una mujer:
Que es modelo de fidelidad.
Maestra de oración incansable.
Madre de los todos los que siguen a su Hijo.

Por eso, el pasaje del Evangelio de hoy, nos ayuda a entender que para Dios nada hay imposible.
Que para nosotros, no hay meta que no se pueda alcanzar porque con Dios todo es posible. Es posible para el que tiene fe, el que se deja guiar por la voluntad de Dios, como esa mujer de Nazaret lo hizo.

Seguramente, María se quedara "fuera de juego" cuando Dios le propone el plan.
Y nosotros, muchas veces, estaremos en esa incertidumbre, nos dará miedo, no lo entenderemos en el momento, o nos podrá dar vértigo, pero lo que no podemos dejar es puerta a la desconfianza.

Porque en este "juego" de dejarse guiar por los planes de Dios, tenemos que poner toda la "carne en el asador" no vale "nadar y guardar la ropa". O apostamos todo con pilares fuerte de confianza, o mejor retirarnos.

María, que como tú, sepamos darnos por completo a la voluntad de Dios.
Que cuando nos vengan momentos de miedo, desilusión, desgana... al mirarte nos ayude a ser valientes cristianos para  que en nuestra vida se pueda cumplir la voluntad de tu Hijo, como tú lo supiste hacer.

Evangelio. Solemnidad de la Inmaculada Concepción.


Según San Lucas 1, 26 - 38.

En aquel tiempo, fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. 

Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». 
Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». 
Y el ángel dejándola se fue.

Purísima tenía que ser.



En verdad es justo y necesario
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Porque preservaste a la Virgen María
de toda pecado original
para que, enriquecida con la plenitud det u gracia,
fuese digna Madre de tu Hijo,
imagen y comienzo de la Iglesia,
que es la esposa de Cristo,
llena de juventud y de limpia hermosura.

Purísima tenía que ser, Señor,
la Virgen que nos diera
al Cordero inocente que quita el pecado del mundo.
Purísima la que, entre todos los hombres,
es abogada de gracia y ejemplo de santidad.

Por eso, unidos a los ángeles,
te aclamamos llenos de alegría:

¡Oh Virgen, por cuya bendición queda bendecida toda la naturaleza!


El cielo, los astros, la tierra, los ríos, el día, la noche, y todo lo que se halla sometido al poder y al servicio del hombre, se congratulan, Señora, porque, habiendo perdido su antigua nobleza, ahora han sido en cierto modo resucitados por ti y dotados de una gracia nueva e inefable.

Porque todas estas cosas estaban como muertas, al haber perdido su congénita dignidad de servir al dominio y utilidad de los que alaban a Dios, que para eso habían sido creadas; estaban oprimidas y afeadas por el abuso de los que servían a los ídolos, para los cuales no habían sido creadas. Ahora se alegran como si hubieran vuelto a la vida, porque ya vuelven a estar sometidas al dominio de los que confiesan a Dios, y embellecidas por su uso natural.

Es como si hubiesen saltado de alegría por esta gracia nueva e inapreciable, al sentir que el mismo Dios, su mismo creador, no sólo reinaba sobre ellas de un modo invisible, sino que incluso lo vieron en medio de ellas, santificándolas visiblemente con su uso. Estos bienes tan grandes provinieron a través del fruto bendito del vientre sagrado de la Virgen María.

Por tu plenitud de gracia, lo que estaba en el país de los muertos se alegra al sentirse liberado, y lo que está por encima del mundo se alegra al sentirse restaurado.
En efecto, por el glorioso Hijo de tu gloriosa virginidad, todos los justos que murieron antes de la muerte vivificante de Cristo se alegran al verse libres de su cautividad, y los ángeles se congratulan por la restauración de su ciudad medio en ruinas.

¡Oh mujer llena y rebosante de gracia, con la redundancia de cuya plenitud rocías y haces reverdecer toda la creación! ¡Oh Virgen bendita y desbordante de bendiciones, por cuya bendición queda bendecida toda la naturaleza, no sólo la creatura por el Creador, sino también el Creador por la creatura!

Dios, a su Hijo, el único engendrado de su seno igual a sí, al que amaba como a sí mismo, lo dio a María; y de María se hizo un hijo, no distinto, sino el mismo, de suerte que por naturaleza fuese el mismo y único Hijo de Dios y de María. Toda la naturaleza ha sido creada por Dios, y Dios ha nacido de María. Dios lo creó todo, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo de María; y de este modo rehizo todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada, una vez profanadas, no quiso rehacerlas sin María.

Dios, por tanto, es padre de las cosas creadas y María es madre de las cosas recreadas. Dios es padre de toda la creación, María es madre de la universal restauración. Porque Dios engendró a aquel por quien todo fue hecho, y María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a aquel sin el cual nada en absoluto existiría, y María dio a luz a aquel sin el cual nada sería bueno.

En verdad el Señor está contigo, ya que él ha hecho que toda la naturaleza estuviera en tan gran deuda contigo y con él.


(San Anselmo)

Solemnidad de la Inmaculada Concepción.



05 diciembre 2018

Muchas gracias a todos los que me felicitaron el día 3 de diciembre por mi cumpleaños.



Catequesis de hoy miércoles del Papa Francisco: La oración de Jesús.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy comenzamos un ciclo de catequesis sobre el "Padre Nuestro".
Los evangelios nos presentan retratos muy vívidos de Jesús como hombre de oración. Jesús rezaba. A pesar de la urgencia de su misión y el apremio de tantas personas que lo reclaman, Jesús siente la necesidad de apartarse en soledad y rezar. El Evangelio de Marcos nos cuenta este detalle desde la primera página del ministerio público de Jesús (cf. 1: 35). El día inaugural de Jesús en Cafarnaúm terminó triunfalmente.

Cuando baja el sol, una multitud de enfermos llega a la puerta donde mora Jesús: el Mesías predica y sana. Se cumplen las antiguas profecías y las expectativas de tantas personas que sufren: Jesús es el Dios cercano, el Dios que libera. Pero esa multitud es todavía pequeña en comparación con muchas otras multitudes que se reunirán alrededor del profeta de Nazaret; a veces se trata de reuniones oceánicas, y Jesús está en el centro de todo, el esperado por el pueblo, el resultado de la esperanza de Israel.

Y, sin embargo, Él se desvincula; no termina siendo rehén de las expectativas de quienes lo han elegido como líder. Hay un peligro para los líderes: apegarse demasiado a la gente, no mantener las distancias. Jesús se da cuenta y no termina siendo rehén de la gente. Desde la primera noche de Cafarnaúm, demuestra ser un Mesías original.

En la última parte de la noche, cuando se anuncia el amanecer, los discípulos todavía lo buscan, pero no consiguen encontrarlo. ¿Dónde está? Hasta que, por fin, Pedro lo encuentra en un lugar aislado, completamente absorto en la oración y le dice: "¡Todos te están buscando!" (Mc 1, 37). La exclamación parece ser la cláusula que sella el éxito de un plebiscito, la prueba del buen resultado de una misión.

Pero Jesús dice a los suyos que debe ir a otro lugar; que no son las personas las que lo buscan, sino que en primer lugar es Él el que busca los demás. Por lo tanto, no debe echar raíces, sino seguir siendo un peregrino por los caminos de Galilea (versículos 38-39). Y también peregrino hacia el Padre, es decir: rezando. En camino de oración. Jesús reza.

Y todo sucede en una noche de oración.

En alguna página de las Escrituras parece ser la oración de Jesús, su intimidad con el Padre, la que gobierna todo. Lo será especialmente, por ejemplo, en la noche de Getsemaní. El último trecho del camino de Jesús (en absoluto, el más difícil de los que había recorrido hasta entonces) parece encontrar su significado en la escucha continua de Jesús hacia su Padre. Una oración ciertamente no fácil, de hecho, una verdadera "agonía", en el sentido del agonismo de los atletas, y, sin embargo, una oración capaz de sostener el camino de la cruz.

Aquí está el punto esencial: Allí Jesús rezaba.

Jesús rezaba intensamente en los actos públicos, compartiendo la liturgia de su pueblo, pero también buscaba lugares apartados, separados del torbellino del mundo, lugares que permitieran descender al secreto de su alma: es el profeta que conoce las piedras del desierto y sube a lo alto de los montes. Las últimas palabras de Jesús, antes de expirar en la cruz, son palabras de los salmos, es decir de la oración, de la oración de los judíos: rezaba con las oraciones que su madre le había enseñado.

Jesús rezaba como reza cada hombre en el mundo. Y, sin embargo, en su manera de rezar, también había un misterio encerrado, algo que seguramente no había escapado a los ojos de sus discípulos si encontramos en los evangelios esa simple e inmediata súplica: "Señor, enséñanos a rezar" (Lc. 11,1). Ellos veían que Jesús rezaba y tenían ganas de aprender a rezar: “Señor, enséñanos a rezar”.

Y Jesús no se niega, no está celoso de su intimidad con el Padre, sino que ha venido precisamente para introducirnos en esta relación con el Padre Y así se convierte en maestro de oración para sus discípulos, como ciertamente quiere serlo para todos nosotros. Nosotros también deberíamos decir: “Señor enséñame a rezar. Enséñame”.

¡Aunque hayamos rezando durante tantos años, siempre debemos aprender! La oración del hombre, este anhelo que nace de forma tan natural de su alma, es quizás uno de los misterios más densos del universo. Y ni siquiera sabemos si las oraciones que dirigimos a Dios sean en realidad aquellas que Él quiere escuchar.

La Biblia también nos da testimonio de oraciones inoportunas, que al final son rechazadas por Dios: basta con recordar la parábola del fariseo y el publicano. Solo este último, el publicano, regresa a casa del templo justificado, porque el fariseo era orgulloso y le gustaba que la gente le viera rezar y fingía rezar: su corazón estaba helado. Y dice Jesús: éste no está justificado "porque el que se ensalza será humillado, el que se humilla será ensalzado" (Lc 18, 14).

El primer paso para rezar es ser humildes, ir donde el Padre y decir: “Mírame, soy pecador, soy débil, soy malo”, cada uno sabe lo que tiene que decir. Pero se empieza siempre con la humildad, y el Señor escucha. La oración humilde es escuchada por el Señor.

Por eso, al comenzar este ciclo de catequesis sobre la oración de Jesús, lo más hermoso y justo que todos tenemos que hacer es repetir la invocación de los discípulos: "¡Maestro, enséñanos a rezar!".

Será hermoso, en este tiempo de Adviento, repetirlo: “Señor, enséñame a rezar”. Todos podemos ir algo más allá y rezar mejor; pero pedírselo al Señor. “Señor, enséñame a rezar”. Hagámoslo en este tiempo de Adviento y él ciertamente no dejará que nuestra invocación caiga en el vacío.


(Roma. 5-12-2018)

02 diciembre 2018

Reflexión. Domingo I de Adviento.


Con el Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico y entramos en el tiempo de la espera. Una espera que nos ayuda a preparar nuestra vida a celebrar la Navidad.

Las velas de la corona de Adviento nos hace caer en la cuenta que cuánto más cerca estemos del Nacimiento del Señor, nuestra vida se ilumina de esa estrella que no tiene oscuridad ni se apaga.

Celebrar el Adviento, es prepararnos interiormente para que Jesús pueda habitar en nuestra corazón. Es saber que Él quiere estar a nuestro lado. Pero la pregunta es si nosotros queremos dejar que él esté a nuestro lado.

Tendremos debilidades, habrá día de oscuridad pero no podemos bajar la guardia en que a pesar de las dificultades, Jesús nace. Jesús viene para redimirnos a todos por igual.

Podremos entretenernos en los adornos y en las luces, pero el Niño que nace en Belén, vendrá en el silencio de la noche y sin ruido.

Ojalá que sepamos prepararnos para ese gran acontecimiento que no necesita grandes acontecimientos, sino fidelidad y humildad.

Evangelio. Domingo I de Adviento.


Según San Lucas 21,25-28.34-36.

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. 

Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. 
Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.

Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. 

Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.

Corona de Adviento.



Ahora que comenzamos el tiempo de preparación para la venida del Señor, te pedimos que mientras se acrecienta cada día el esplendor de esta corona con nuevas luces, nos ilumines a nosotros con el esplendor de aquel que, por ser la luz del mundo, iluminará todas las oscuridades.

Primer Domingo de Adviento.



28 noviembre 2018

Catequesis de hoy miércoles del Papa Francisco: Conclusión del itinerario sobre el Decálogo.


Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

“En la catequesis de hoy, que concluye el itinerario sobre los Diez Mandamientos, podemos utilizar como tema-clave el de los deseos, que nos permite recorrer el camino hecho y resumir las etapas realizadas leyendo el texto del Decálogo, siempre a la luz de la plena revelación en Cristo”.

“Hemos comenzado por la gratitud como base de la relación de confianza y de obediencia: Dios, hemos visto, no pide nada antes de haber dado mucho más. Él nos invita a la obediencia para rescatarnos del engaño de las idolatrías que tienen tanto poder sobre nosotros”.

“De hecho, buscar la propia realización en los ídolos de este mundo nos vacía y nos esclaviza, mientras que lo que nos da estatura y consistencia es la relación con Él que, en Cristo, nos hace hijos a partir de su paternidad”.

“Esto implica un proceso de bendición y de liberación, que son el descanso auténtico. Como dice el Salmo 62: ‘Solo en Dios descansa mi alma: de Él mi salvación’”.

“Esta vida liberada se convierte en acogida de nuestra historia personal y nos reconcilia con lo que, desde la infancia hasta el presente, hemos vivido, haciéndonos adultos y capaces de dar el justo peso a las realidades y a las personas de nuestra vida. Por este camino entramos en la relación con el prójimo que, a partir del amor que Dios muestra en Jesucristo, es una llamada a la belleza de la fidelidad, de la generosidad y de la autenticidad”.

“Pero para vivir así necesitamos un corazón nuevo, inhabitado por el Espíritu Santo. Yo me pregunto: ¿Cómo ocurre este trasplante de corazón, del corazón viejo al corazón nuevo? A través del regalo de deseos nuevos; que son sembrados en nosotros por la gracia de Dios, en modo particular a través de los Diez Mandamientos cumplidos por Jesús, como Él enseña en el discurso de la montaña”.

“De hecho, en la contemplación de la vida descrita en el Decálogo, esa es una existencia agradecida, libre, auténtica, bendecida, adulta, custodio y amante de la vida, fiel, generosa y sincera, nosotros, casi sin darnos cuenta, nos encontramos delante a Cristo”.

“El Decálogo es su radiografía, lo describe como un negativo fotográfico que deja aparecer su rostro, como en la Sábana Santa. Y así, el Espíritu Santo fecunda nuestro corazón en él colocando los deseos que son su regalo, los deseos del Espíritu. Desear según el Espíritu, desear el ritmo del Espíritu, desear con la música del Espíritu”.

“Mirando a Cristo vemos la belleza, el bien, la verdad. Y el Espíritu genera una vida que, secundando estos deseos, suscita en nosotros la esperanza, la fe y el amor”.

“Así descubrimos mejor qué significa que el Señor Jesús no ha venido para abolir la ley sino para darle cumplimiento, para hacerla crecer, y mientras la ley según la carne era una serie de prescripciones y de prohibiciones, según el Espíritu esta misma ley se convierte en vida, porque no es más una norma sino la carne misma de Cristo, que nos ama, nos busca, nos perdona, nos consuela y en su Cuerpo recompone la comunión con el Padre, perdida por la desobediencia del pecado”.

“Y así la negatividad literaria, la negatividad en la expresión de los mandamientos –no robar, no insultar, no matar– aquél no se transforma en una actitud positiva: amar, dar lugar a los otros en mi corazón, todos deseamos que siembren lo positivo. Y esta es la plenitud de la ley que Jesús ha venido a traernos”.

“En Cristo, y solo en Él, el Decálogo deja de ser condena y se convierte en la auténtica verdad de la vida humana, es decir, deseo de amor –aquí nace el deseo del bien, de hacer el bien– deseo de alegría, deseo de paz, de magnanimidad, de benevolencia, de bondad, de fidelidad, de mansedumbre, dominio de sí. De aquellos no se pasa a este sí: la actitud positiva de un corazón que se abre con la fuerza del Espíritu Santo”.

“He aquí para qué sirve buscar a Cristo en el Decálogo: para fecundar nuestro corazón para que esté lleno de amor, y se abra a la obra de Dios. Cuando el hombre sigue el deseo de vivir según Cristo, entonces está abriendo la puerta a la salvación, la cual no puede no llegar, porque Dios Padre es generoso y, como dice el Catecismo, ha sed que nosotros tenemos sed de Él”.

“Si son los deseos malvados los que arruinan al hombre, el Espíritu coloca en nuestro corazón sus santos deseos, que son el germen de nueva vida. La vida nueva de hecho no es el titánico esfuerzo para ser coherentes con la norma, sino que la vida nueva es el Espíritu mismo de Dios que inicia a guiarnos hasta sus frutos, en una feliz sinergia entre nuestra alegría de ser amados y el gozo de amarnos. Se encuentran las dos alegrías: la alegría de Dios por amarnos y nuestro gozo por ser amados”.

“He aquí lo que es el Decálogo para nosotros cristianos: contemplar a Cristo para abrirnos a recibir su corazón, para recibir sus deseos, para recibir su Espíritu Santo”.


(Roma. 28/11/2018)

27 noviembre 2018

Hoy celebramos la fiesta de la Virgen de la Medalla Milagrosa.



El 27 de noviembre de 1830 la Virgen Santísima se apareció a Santa Catalina Labouré, humilde religiosa vicentina, y se le apareció de esta manera: La Virgen venía vestida de blanco. Junto a Ella había un globo luciente sobre el cual estaba la cruz. Nuestra Señora abrió sus manos y de sus dedos fulgentes salieron rayos luminosos que descendieron hacia la tierra. María Santísima dijo entonces a Sor Catalina:

"Este globo que has visto es el mundo entero donde viven mis hijos. Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta al poder ayudar a los hijos que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que no me invocan jamás! Y muchos de estos rayos preciosos quedan perdidos, porque pocas veces me rezan".

Entonces alrededor de la cabeza de la Virgen se formó un círculo o una aureola con estas palabras: "Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti". Y una voz dijo a Catalina: "Hay que hacer una medalla semejante a esto que estás viendo. Todas las personas que la lleven, sentirán la protección de la Virgen", y apareció una M, sobre la M una cruz, y debajo los corazones de Jesús y María. Es lo que hoy está en la Medalla Milagrosa.

25 noviembre 2018

Reflexión. Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.


En éstos días anteriores, la liturgia nos ha ido poniendo para nuesta consideración y reflexión, lecturas que hablaban del final de los tiempos. Lecturas apocalíptica que nos han ido situando como debemos vivir el presente pero sin dejar de considerar "el mañana", el final de los tiempos.

Hoy, la Iglesia celebra la Solemnidad de Cristo Rey del universo. Una fiesta, con la que se cierra el año litúrgico, ya que el próximo domingo, empezaremos con el primer domingo de adviento, un nuevo ciclo. Un nuevo año Ecclesial.

Pero, ¿qué significa la Solemnidad que estamos celebrando?
Seguramente pensamos cuando hablamos con el lenguaje de nuestros días, que la palabra REY, es una persona poderosa, que vive en un gran palacio, que tiene servicio doméstico, un bueno coche, dinero y muchos guardias que le protegen.

Pero, Jesús, viene a desmoronarnos el significado de la palabra Rey. Cuando Pilato le pregunta si él es el rey de los judíos, es porque el mismo tiene una idea de Rey como la nuestra. Y Jesús es Rey pero no como lo entendemos nosotros. Él viene a servir,  a ponerse el último. Su trono será una Cruz por la que nos redimirá de nuestros pecados. Viene con el arma de la paz, el perdón, la misericordia. Tendrá un ejército de seguidores humildes, sencillos y que a veces lo traicionarán.  Jesús es un rey que viene para ser amigo de los que nadie quiere serlo. Viene a ser uno más dando ejemplo con su vida, sus obras y sus palabras. En nuestas manos está el querer seguir a ese rey que su cetro es el amor para siempre, o seguir tras las huellas de los reyes de nuestro tiempo que son caducos.

Que la Virgen Maria nos ayude a ser cada día mejores cristianos y fieles seguidores de ese REY que no necesita votos, sino que su única campaña electoral es el PERDÓN Y EL AMOR por los hombres y mujeres. Sin discriminación ni poderes.

Evangelio. Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.


Según San Juan 18, 33 - 37.

En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».

Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo.