Necesitamos cristianos coherentes.
Todavía resuena en nuestra cabeza, las dos fiestas que hemos celebrado estos días en la Iglesia. La Fiesta de todos los Santos, personas como tu y como yo han pasado por este mundo, pero que han sabido ser Evangelios Vivos con sus vidas en medio de sus ambientes. Posiblemente nunca llegarán a estar en un Altar, pero, han sabido dejar una huella de amor imborrable.
También celebrábamos la fiesta de los difuntos. Una fiesta triste pero a la vez esperanzadora.
Nuestros familiares, amigos y conocidos que después de una feliz estancia terrena, han partido a la casa del Padre, descansan junto a Dios e interceden por nosotros.
En este Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, vemos como tiene unión las lecturas con las celebraciones que hemos celebrado en estos días. Dios no quiere a personas, seguidores hipócritas. No quiere promesas vacías que ahora por la boca digo una cosa, y con mi actitud hago lo contario. Nos pide una vez más que seamos seguidores coherentes. Que nuestras palabras vayan de la mano con nuestros actos, y viceversa. No tenemos que buscar buenos puestos eclesiales, ni los mejores puestos, ni mirar por encima del hombro al otro… Tenemos que ser personas sencillas, que anunciemos con humildad el mensaje Evangélico a nuestros hermanos. Sin pretender grandes puestos, ni honores, ni sentarse en los puestos principales.
En la Primera Lectura del Profeta Malaquías
Vemos como el profeta critica duramente a los sacerdotes de su época por la gran hipocresía y el mal ejemplo que daban de su vida. Nos encontramos antes una cultura que donde después de la destrucción de Jerusalén, se empieza a reconstruir un templo sencillo, un culto que empieza a recuperar la solemnidad que se había perdido y los responsables de la “religión” son los primeros en tergiversar la ley anteponiendo el juicio propio por encima.
Esto, es una reflexión que deberíamos pesar todos para ver cuando actuamos, si lo hacemos en nombre de Dios o en nombre propio. Es decir, poniendo mi ideal por encima del Evangelio.
En la Segunda Lectura de la Carta de Pablo a los Tesalonicenses
Nos encontramos con el gran amor que tiene el Apóstol por su comunidad.
Un amor, que pasa por agradecer a su comunidad el recibimiento que le dieron cuando empezó a misionar. Tratando con cariño a la comunidad, sin ser pesado ni arrogante. Una cercanía entre el equipo que predica y los que lo oyen. Hay un ambiente cercano, donde lo central es la Palabra de Dios. Nadie es más que nadie.
Por eso, la cercanía, el respeto y la igualdad deben ser los ingredientes principales a la hora de ser anunciador del Evangelio en una comunidad.
En el Evangelio de Mateo
Leemos la dureza con que Jesús habla a los fariseos (los que transformaron el culto) y dice que “no hagamos lo que hacen ellos, porque ellos no hacen lo que dicen”. Maestros y fariseos dicen una cosa al pueblo y hacen otra. Tienen contradicción con sus palabras y sus obras. Les interesa que lo vean las gentes, mientras que no hacen nada y ponen cargas al resto.
El Evangelio, llevándolo a la actualidad, podríamos pensar y decir que son muchos los que en nuestra sociedad, se llenan de palabras bonitas, de actos públicos y no se lo creen ni ellos mismos. Es más fácil mandar desde un despacho, que mancharse en el día a día, codo con codo con las personas.
El Evangelio de hoy es bastante claro. Más que palabras, deberíamos leerlo, reflexionarlo y rumiarlo. No hace falta explicarlo. Pero dos claves:
Todos somos hermanos, y uno solo es el Maestro: Cristo.
Invitación a seguir a Jesús siendo coherentes en nuestra vida cristiana personal, en nuestra vida comunitaria y en nuestra vida Eclesial. Y desde ahí, que nuestro mayor sillón, cátedra, despacho o mandato, sea el servir a los demás con humildad. Sin querer estar por encima de nadie. Ni siendo sacerdotes, ni obispos, ni políticos, ni religiosos.
Todos somos iguales, todos desempeñamos una misión y a mayor cargo, mayor sea la humildad y el servicio con que tratemos a los demás. Todo lo que se salga de aquí, es porque manipulamos el Evangelio a nuestro interés.
Que María, la Virgen, nos ayude a no creernos mejores que los demás, a no pisotear cuando tengamos un cargo… Y seamos humildes y honestos para ser verdaderos y coherentes cristianos en nuestra sociedad.
Y, por ser día de Santa Angela de la Cruz, ella interceda por cada uno de nosotros para hacer el bien sin mirar de que condición y raza es.
Que así sea.
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