Este texto de Mateo sella el quehacer eclesial de la Trinitaria, lo mismo que el desahogo de Cristo, retransmitido por Lucas, sirve de base total para todo el Instituto. Es más, perfilando, habría que decir que la consigna de Mateo es una consecuencia del texto de Lucas. Sólo quien se quema, quien se abrasa, puede quemar y abrasar.
El P. Méndez cita el versículo de Mateo en varias páginas de sus Directorios. Precisamente la primera, en el capítulo I del Directorio de 1909, cuyo contenido precede a las Constituciones de 1901: “Su misión particular [de la Trinitaria] … es continuar la obra del Redentor buscando las ovejas que perecieron de la casa del Señor, sacándolas de entre las garras del demonio o librándolas de perecer cuando, ciegas no ven el peligro y están a punto de caer en él”.
Existe una carta de la M. Mariana al Provincial de los trinitarios descalzos de España, del 8 de febrero de 1892, pidiendo información respecto de las condiciones para ser agregadas a la Orden. En Acta Sanctae Sedis se encuentra un documento del 18 de marzo de 1904 en el cual se dilucida esta agregación: “Sorores Trinitariae, habitum caeruleum exterius et tunicam albam cum scapulari Ordinis interius gestantes, cooptari et aggregari possunt Tertio Ordini Sanctisimae Trinitati”, ASS, 36 [1903-1904], 606-607.
El 20 de abril de 1904 firma el General de los trinitarios la agregación a la primera Orden.
La trinitaria es un auténtico apóstol: a) continúa la obra de Cristo; b) busca ovejas ya perdidas con tal valor y decisión que las arranca de entre las fauces del lobo; c) se planta ante la boca del abismo para impedir la caída de aquellas que juegan sobre el borde. El buen Pastor redivivo en mujer.
Todavía es menester escuchar al P. Méndez cómo traduce para sus Trinitarias ese hebraísmo bíblico de ovejas perdidas de la casa de Israel: “Ella ha sido puesta por Dios –explica- para recoger, lavar y curar moralmente todo lo más despreciable a los ojos del mundo y que con vivo deseo debe buscar lo que todos desprecian, pues, a semejanza de su divino Salvador, ha venido a buscar no justos, sino pecadores, y a salvar las ovejas que perecieron de la casa de Israel”.
La interpretación del P. Méndez marcha a tono con el cuarto voto. Emplea palabras rebosantes de audacia, de agresividad y de locura: 1) la trinitarias es puesta por Dios. Misión del Padre continuadora de la que dio al Hijo; 2) para lo más despreciable a los ojos del mundo. También Cristo recibe el mismo encargo: los pecadores; 3) la misión apostólica queda concretada en recoger, lavar y curar lo más despreciable, lo tirado del mundo.
Más adelante, en el Directorio de 1910, cita al pie de la legra el texto de Mateo redondeándolo con los dos versículos siguientes. Lo coloca al frente del capítulo XIV, que obliga a recordar la homilía de la fundación, el 2 de febrero de 1885, y que comienza así:
“Visita a los hospitales. Su importancia.
Id a las ovejas que perecieron de la casa de Israel… y predicadles diciendo que se acerca el Reino de los cielos… Curad a los enfermos, limpiad a los leprosos, resucitad los muertos, lanzad los demonios”.
¡Qué decisión supone este menester para una mujer! Aquí añade la catequesis, la predicación del Reino con el fin de curar toda clase de lepra espiritual –nótese lo repugnante de esta enfermedad-, dar vida a los muertos, lanzar demonios. Siempre quehaceres esforzados, duros, propios de un gran apóstol varón.
La explanación del P. Méndez al texto de Mateo resulta muy fuerte, muy escandalosa para las vidas modernas, al describir el estado de un alma muerta a la gracia, y muy alentadora e incisiva para la Trinitaria encargada de limpiar, curar y dar vida.
Es menester subrayar cómo intenta el P. Méndez que la Trinitaria sea un Cristo reencarnado. Hasta dónde ansía que llegue lo revelan sus primeros escritos. Ya en el primer capítulo del Directorio de 1909 se lo manifiesta con estas palabras: “Unida al Señor debes: caminar de continuo, hacer lo que El hizo, hablar como Jesús habló, pensar como pensaba y piensa, orar como Jesús oró, suspirar como Jesús suspiraba por la salvación de las almas”.
Más adelante detalla en páginas plenas de sencillez, emoción y heroísmo hasta dónde ha de descender esta total imitación a Cristo 39. Porque la gran súplica de Cristo a la Trinitaria viene compendiada en esta consigna: “Haz tu corazón semejante al mío”.
El P. Méndez insiste en otra poderosa razón para esta identificación en Cristo. “Su divina misión”, la de la Trinitaria, se entiende. Y trae este texto atribuido entonces a San Dionisio Cartusiano:
“Entre las cosas divinas, ésta es la más divina: ser instrumento de Dios y ayudador suyo en la conversión de los pecadores y de todos los que anden errados, lo cual se hace por la propia caridad y unión con Dios y el celo de su gloria.
Necesitan, pues, las Trinitarias –prosigue el P. Méndez, sacando la lógica consecuencia- ser imitadoras de Jesucristo, ya que El fue quien esta misión trajo al mundo”.
De la incidencia de tal identificación con Cristo en los votos religiosos y en el cuarto voto, propio de la Trinitaria, lo evidencia bellamente la M. Mariana, la primera discípula del P. Méndez: “Si la obediencia se nos hace penosa, Cristo murió obedeciendo. Si la pobreza nos hace sufrir, Cristo la experimentó hasta el extremo. Si la castidad nos hace vivir en constante cautela, Cristo la practicó en su vida mortal de una manera extraordinaria.
Si la propia promesa de nuestro Instituto, salvar las almas, nos tritura el corazón y nos proporciona hora de verdadera amargura, nunca llegaremos a derramar una gota de sangre por una de nuestras ovejillas, habiéndola Cristo derramado toda por cada una de nosotras”.
Así soñaba el P. Méndez. Así ideaba su Instituto.
Contra él se lanzaban dardos encendidos. Todo su trabajo era, por así decirlo, inútil. Inútiles los dispendios, inútiles las vidas de las Trinitarias que se consumen tontamente a favor de unas mujeres imposibles de regenerar. Para iluminar esta negra noche, capaz de dar al traste con todo el Instituto, el P. Méndez planta delante la figura, la obra y el fracaso de Jesús. Más todavía, en primera línea pone el fracaso, la muerte, la podredumbre, recalcando que sin ese desastre total es imposible el mérito y la resurrección:
“El mismo Jesucristo, a pesar de ser verdadero Dios, según el decir de estas gentes, debió no predicar porque muchos no hicieron caso de sus palabras y, a pesar de ser de vida eterna, no consiguió que se convirtieran.
No, no hay que desmayar; porque si todos los granos de trigo que caen en tierra no dan fruto, sino que son comidos de las aves los unos y pisados los otros y arrancados muchos, en cambio, los que bajo la tierra quedan dan dorada y granada espiga que viene a compensar con creces el fruto que los granos perdidos debían haber dado”.
Tomado del libro QEMP.
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