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16 octubre 2017

Reflexión. Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario.


En este Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, las lecturas nos hacen una invitación a un banquete. Una invitación, que necesita una respuesta clara, inmediata y firme.
Dejemos las medias tintas y las dudas a un lado. Es el mismo Dios el que nos llama, nos invita a pasar sin mirar qué somos o de dónde procedemos. El paso no está cerrado a nadie. Es gratis para todas las personas y pueblos. La única condición, es que nos vistamos con el mejor traje de amor para tratar a los demás. La mejor y pura fraternidad para con los otros y tener ganas de participar.
Aquí no tenemos que aparentar nada, ni ser mejor que nadie. Solamente hace falta (repito de nuevo) el vestido del amor y de la fraternidad. ¿Te apuntas?

En la Primera Lectura del Libro de Isaías

Vemos como Isaías es el profeta por excelencia de la salvación. La salvación que está centrada en el Monte Sión, tiene dos “brazos” el festín y el universal. De ahí, que el monte sea donde se cimienta el templo, lugar donde está Dios. Un monte, que está en medio del pueblo.
Dios habita en medio de ellos. La segunda idea que se puede sacar del texto es cuando Isaías habla del banquete de fiesta. El banquete formaba parte de la vida comunitaria, social y religiosa.
Por eso, el profeta anuncia un banquete universal, sin excepción que se celebrará en el monte Sión. Un banquete, que lo preparará el mismo Dios y que los invitados recibirán muchos dones. Dios enjuga las lágrimas de su pueblo y los hace partícipe de la alegría entera.

En la Segunda Lectura de Pablo a los Filipenses

Nos muestra como Pablo en su segundo viaje misionero, en medio de la gran ciudad pagana que era estilo romano, busca la pequeña comunidad, que al no tener sinagoga, se reunían al lado de un río, y allí les predica y Evangeliza. A pesar de las contrariedades, Pablo, les exhorta a que sean fuertes antes las dificultades. Que confíen en Dios y sean firmes. Y los catequizas no con grandes dogmas ni teologías, sino con su propia persona, su vida coherente. Ese es el mejor testimonio creíble. Porque, las palabras se las lleva el viento, y, las actitudes permanecen.

En el Evangelio de Mateo
Jesús, nos cuenta la parábola de un rey que celebraba la boda de su hijo.
Invitó a todos sus amigos, preparó un gran banquete, organiza una fiesta y cuando está todo listo, ninguno va. Todos ponen excusas. El rey se enfada y al no querer ninguno de los invitados ir, abre las puertas y llama a todos a que entren.

¿Qué indirectas tiene el Evangelio de hoy?
En primer lugar, el Rey es Dios, que invita a todos al convite. El segundo lugar, hace ver que esos invitados que no quisieron ir al banquete, son las autoridades del pueblo de Israel que no quisieron ir. No oyeron la invitación de Jesús que venía de parte de Dios.

Hoy, Jesús Resucitado, sigue llamando e invitándonos a su fiesta. Una fiesta gratuita, acogedora y en donde todos somos iguales.
Todos llevamos las mismas vestiduras: la dignidad de Hijos de Dios.
Participar de este banquete, es entrar en comunión con Dios y con los hermanos. Somos partes de este gran regalo que es ser colaboradores de esta viña a la que Jesús nos espera e invita.

Pidamos a la Virgen, Madre de Dios y madre nuestra, que nos haga valientes para decir SI como ella lo dijo, siendo fieles y coherentes a esta invitación de participar de este gran regalo que es la Eucaristía. Sacramento que nos da la fuerza para testimoniar con nuestra vida el Evangelio.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/en-este-domingo-xxviii-del-tiempo-ordinario-las-lecturas-nos-hacen-una-invitacion-a-un-banquete/

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