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25 septiembre 2016

Reflexión del domingo XXVI del Tiempo Ordinario.


El domingo pasado, Jesús en el Evangelio nos hablaba del administrador infiel.
Los bienes materiales son cosas buenas, positivas, porque es Dios quien nos lo regala. Pero, las cosas materiales, no la podemos adorar como si fuesen Dios, o se nos fuera la vida en ello. Las cosas que tenemos, son para ponerlas al servicio de los demás. Siempre deben ser un medio, nunca una solución. Si usamos las cosas materiales indebidamente, pueden llegar a separarnos de las personas que están a nuestro alrededor.
Tenemos que intentar no ser avariciosos ni envidiosos con las cosas que no tenemos.
El Señor nos pide que seamos fiel en lo poco, en cada acontecimiento, en cada momento. No intentemos hacer de nuestra vida algo grande. Que las cosas pequeñas hagan de la nuestra vida algo inmensamente grande.

En este domingo XXVI del Tiempo Ordinario, el Señor amplía el tema de las lecturas del domingo pasado sobre los bienes espirituales y materiales.
La lecturas nos vuelven a advertir que tengamos cuidado con las cosas materiales. Que estamos acostumbrados a que cuanto más tengo, más quiero… Y esto hace que nos olvidemos de los que tienen “menos suerte” que nosotros, o simplemente no tienen.
Estos textos vienen muy bien porque ayer sábado celebrábamos la Virgen de la Merced, Patrona de Instituciones Penitenciarias. Tantas personas privadas de libertad que necesitan un poco de nuestro tiempo para ser oídas, de darles una nueva oportunidad por nuestra parte. Si esto lo hacemos de corazón, seguro que empezaremos a construir el reino de Dios por los “favoritos” del Señor.

En la Primera Lectura del Profeta Amós, hace una denuncia, condena a los ricos de su tiempo porque esclavizaban y explotaban a los más pobres. Sus excesos en comidas y fiestas hacían aún más pobres a los pobres. Al no preocuparse por los más desfavorecidos, dice que irán al destierro. Porque pasaron toda sus vidas entre lujos y falta de caridad.
Aprendamos de Amós a denunciar tantas injusticias que hay a nuestro alrededor, y como la avaricia en muchas ocasiones, la hacemos nuestro tesoro.

En la Segunda Lectura de la carta Timoteo, Pablo nos da elecciones para ser un verdadero “hombre de Dios” y que tenemos que hacer para conquistar la vida eterna. Uno de los pilares importantísimos es dejar de buscar los bienes materiales. Bienes, que sólo nos hacen perder el tiempo, cegarnos y tener “bulanicos” en la cabeza.
Dejemos que Dios sea el  centro de nuestra vida, busquemos momentos de encuentros con ÉL. Cuidemos nuestra vida espiritual, alimentemosla cada día y dejemos que el Señor sea nuestra tesoro y bien más preciado.

En el Evangelio de Lucas, nos narra la parábola del rico Epulón o popularmente llamada  “el rico y el méndigo Lázaro.” Un hombre muy rico que vivía en medio de muchos lujos y que no era capaz de ver la necesidad del pobre. Encerrado en su avaricia y riqueza, no dejaba lugar a personas con menos suerte que el. Al morir, el pobre Lázaro va a la felicidad eterna, mientras que el rico al infierno. Hay que explicar, que el rico no va al cielo por ser rico, sino por el pecado de egoísmo. Un rico, que no compartía, que no tenía compasión de los necesitados, que no usó bien los bienes materiales, sino que los dejó para si mismo. La muerte, pone límites a la existencia humana. La muerte, separa las riquezas y los lujos de la personas. Lo que tenemos, no nos salva de la muerte, nos hace vivir egoístamente. Lo que nos llevaremos, o como diría San Juan de la Cruz: “al atardecer de la vida, nos examinarán de amor” y no de los tiques de las cosas que hemos comprado. No perdamos la vida en comprar y tener más y más… Vaya que nos pase, como al rico, que al morir se dio cuenta de que había derrochado toda su vida.

Pidamos a la Virgen de la Mereced, que nos ayude a ser comprensivos con las personas que tenemos al lado, a ser más generosos con los que menos tienen y que nuestra vida sea un servicio a Dios y al prójimo continuo.

Tengamos un recuerdo como dije al principio, por todos los internos, por el personal que trabaja y los voluntarios de las cárceles, para que como dice el Venerable Padre Francisco Méndez: “No veamos lo que han sido, si no lo que pueden llegar a ser”. Que en cada rostro de los internos, se vea el rostro de Dios y de una nueva y esperanzada oportunidad.
Que así sea.


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http://www.revistaecclesia.com/reflexion-del-domingo-xxvi-del-tiempo-ordinario-25-9-2016/

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