Hemos ido muchas veces a la enorme estación y se nos ha dicho por el altavoz: “Llega inmediatamente por la vía 12” o “llega por la vía 4”.
Pero no. No llegaba Dios.
Era una estrella o un estrello del cine, o un magnate de las finanzas, o un gran político,
o una gran figura eclesial, quizás hasta un visionario religioso...
Pero no era, no, no era Dios.
¡Tantos advientos! ¡Tantas esperas ya...!
Y volvíamos a casa con el mal sabor de boca de la tomadura de pelo,
o de nuestra ingenua candidez, prometiéndonos que otra vez iban a engañar a su tía...
Pero, vamos a ver, hermanos: ¿Dónde podemos encontrar a Dios? Todo el Antiguo Testamento esperándole los reyes, los sabios, los importantes.
Quizás esperándole en la torre del templo, o en el palacio real,
en la clase de los teólogos. Y luego les hace trampa. Se esconde entre los analfabetos y los animales,
que a tantos les parece casi lo mismo. ¡Dios tiene unas bromas!
¿Dónde esperas a Dios en este adviento?
¿No piensas que estará en tu barrio, en tu asociación de vecinos con larga lista de problemas, en el dolor humilde y rutinario de tu vecino o en tu misma casa, en medio de tus problemas, de tus luchas y de ti mismo?
Este adviento sería un buen momento para hacer de detectives de Dios. Veríamos entonces qué cerca está. Pero a su manera. Esa manera que es la nuestra, porque lo chocante es que Dios nos "imita",
se hace vida nuestra en toda su vulgaridad, y eso es lo que más desconcierta a los miserables, hambrientos de magia y milagrería.
Sepamos capaces de descubrir a Dios en la rutina de todos los días en la enorme grandeza de nuestra vulgaridad.
(Obispo auxiliar amérito de Madrid)
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