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19 enero 2014

Evangelio. Domingo II del Tiempo Ordinario.


+ Según San Juan 1, 29-34.

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús venir hacia él exclamó: He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel. Y Juan dio testimonio diciendo: He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre Él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo." Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios.




Reflexión.
(Tomada de la página de la Diócesis de Cartagena. Por el Obispo Lorca Planes)


Durante esta etapa que hoy comenzamos veremos la fidelidad de Dios y la necesidad de perseverar, para que el fiel cristiano disponga de un espacio de tiempo sosegado y pueda profundizar en el misterio de Cristo, a lo largo de todo el año, reposando la Palabra de Dios que se proclama, interiorizándola, revisando sus respuestas, actualizando su vida, acomodándola al Misterio del amor de Dios. Se dice algo muy bello en las indicaciones de este tiempo que: en lo ordinario es donde acontece lo extraordinario: el Misterio Pascual de Cristo y nuestra comunión con él. Entremos con gozo en el espesor de la existencia monótona y gris de cada día y potenciemos nuestra comunión con el Señor, vivo y presente en nuestra vida y en la de la Iglesia, a través de la Palabra de Dios y los Sacramentos.

Queda claro que somos nosotros los llamados y elegidos por Dios, y no al revés, Él ha sido el que ha salido a nuestro encuentro, incluso desde el vientre materno, para ofrecernos su Luz, que es salvación para todos los hombres. Haced lo posible por leer despacio el salmo y disfrutad con su contenido de acción de gracias, al comprobar cómo el que invoca al Señor es liberado de sus angustias. Aquí todos nos vemos retratados cuando nos dejamos llevar de la confianza en Dios, cuando le reconocemos en medio de nosotros. El salmista ha intentado resumir su experiencia de fe así: Yo, Señor, canto tu lealtad y tu fidelidad, que estas me ayuden, porque yo amo tu voluntad, ahora yo te ruego que tengas tú la voluntad de liberarme; yo no cerraré mis labios para la alabanza, tampoco cierres tu la compasión. Primero alaba al Señor y luego le pide, como hacemos en el Padrenuestro.

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