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19 julio 2018

(I) La muerte de nuestro P. Francisco Méndez.


En febrero de 1924 el P. Méndez tiene setenta y tres años y siete meses. A simple vista, la salud del P. Méndez cae en picado. Anda agachado. Una cachaba sostiene su cuerpo inclinado. Arrastra mucho los pies, que se le hinchan.

“Se encontraba muy achacoso y acabado. A mi juicio, esta enfermedad le sobrevino por exceso de trabajo y la despreocupación que él tenía de su propia salud”.

Ni él se frena ni nadie logra frenarle en sus trabajos. Vive entre los golfos. No ha conseguido el relevo. No existen repuestos para Porta Coeli y él dirige el asilo como en los primeros días. “A mi entender –proclama otro testigo-, murió de agotamiento por la vida de trabajo y austeridad que conducía”. En su afán de no admitir una distinción en el trato y en la comida, la Fundadora inventa manera de cuidarle. Un detalle: a todos pone vino de quina, que ella cree que le mejoraría y animaría.

Aquella fuente se agotaba. Él proseguía derramando la caridad hasta el final. Cualquier otro hubiera muerto en la retaguardia, en una casa confortable, mimado por sus Religiosas. A él le urge la caridad de Cristo. La causa próxima de su muerte es la búsqueda de golfos a horas intempestivas de la noche y de la madrugada, cuando todos los ancianos de Madrid dormían tranquilos en cama blanda. Acompañado de Valentín, dejaba Porta Coeli rumbo al barrio de Cuatro Caminos. El frío, las heladas, la nieve juntaban en cualquier covacha o en un hueco de obras un racimo de golfos. Pegados, echados materialmente unos sobre otros, trataban de calentarse. Aquel invierno llegó tarde en Madrid, pero fue muy duro por las implacables y persistentes heladas y hasta por las nevadas. Años hacía que Madrid no conocía el manto banco de la nieve.

Hasta el 13 de febrero no se anuncia en serio el invierno. Llegaba con retraso. Chubascos, viento y frío. Tres días más tarde, la primera nevada del año y de muchos años.

El domingo 17 nieva otra vez:

“A las cinco de la tarde el termómetro volvió a bajar, y tras una ligera llovizna se produjo la nevada, alcanzando bastante intensidad hacia las diez de la noche, por lo que volvió a cuajar la nieve. Cesó la nevada al amanecer, cuando el viento, frío y duro, fue cambiando. La helada duró hasta bien entrada la mañana y durante el día de ayer el tiempo se mantuvo con el mismo cariz”.

Durante los días siguientes continúa el rigor invernal. Al anochecer del día 19 empieza a nevar. El 20 cae la segunda nevada del año, que supera a la anterior y llega a cuajar con bastante espesor y con el agravante de congelarse por el frío intensísimo.

La tercera nevada, superior a las anteriores, cubre Madrid el día 21 con una inmensa piel de armiño. Al día siguiente, cambio brusco: sol primaveral.

Prosiguiendo su técnica, el P. Méndez sabe que estas crudas noches son las más aptas para recoger golfos, acurrucados en cualquier miserable refugio.

“La M. Fundadora estaba empeñada en cuidarle. Él, en cambio, decía que no tenía nada y que tenía que comer lo que los demás comían y bebían. Así es que la M. Fundadora tuvo que determinar diesen a todos el vino de quina que le hacía falta al Siervo de Dios.”

Los testigos hablan de que el P. Méndez ha pisado la nieve. Por tanto, las salidas se refieren a febrero de 1924. En aquel invierno cruel no nevó más en Madrid. Ello hace suponer que la enfermedad y las hemorragias comienzan semanas antes de la muerte, no en marzo, sino durante esa semana glacial del 13 al 21 de febrero. Así hay que matizar los testimonios: “Salió una noche de nieve a recoger niños por el barrio de Cuatro Caminos”.


Una Trinitaria.

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