Es preciso acercarse con actitud reverente y con atención a la Palabra de Dios; no solo en su proclamación en la asamblea eucarística, sino también en momentos personales de estudio, reflexión, meditación y oración, porque en ella Dios se nos da a conocer y nos manifiesta su voluntad, enseñándonos todo lo que necesitamos saber para alcanzar la salvación.
Y al mismo tiempo, desde la comunión con la palabra de Dios, podemos acercarnos con las debidas disposiciones a comulgar el Cuerpo de Cristo. Así celebraremos correctamente la Eucaristía; como María, cuya alma estaba unida a la del Señor y a la vez guardaba todas las obras y palabras de su Hijo en su corazón (cf. Lc 2, 51).
Se trata, pues, de meditar, celebrar y llevar a la vida lo celebrado y meditado. Y en este testimonio ofrecido al mundo, desde la comunión con la Palabra de Dios y de la Eucaristía, brilla con luz propia el mandato del amor dado por Cristo a sus discípulos: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13, 34). Testimonio que hemos de prestar cada día en nuestros propios ambientes, pidiendo a Dios gracia para vivir como Cristo, entregados sin reservarnos nada, a la tarea de amar como él nos ha amado, dando la vida por los amigos (cf. Jn 15, 13).
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