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11 octubre 2020

Reflexión. Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario.


El hilo conductor de todas las lecturas es la invitación a un banquete. La comida es un lenguaje universal y pide ponerse el traje de fiesta y dar una respuesta clara y concisa. Acudimos a este banquete de bodas de Jesús con la humanidad de todos los hombres y mujeres que Dios Padre de todos, sin exclusión, ha preparado. Un banquete que no está restringido. Se necesita acudir llenos de amor fraterno, porque, aunque nos reconocemos diferentes, caminamos juntos hacia una meta común: la mesa del pan que se reparte, se comparte y se parte. Estás invitado.

----------En la Lectura del Profeta Isaías,

con la imagen del banquete describe Isaías la salvación de todos los pueblos. Dios, como un señor grande, convoca en su casa a todas las naciones. Su casa es el monte Sión, sobre el que estaba construido el Templo. El Señor quitará a todos los hombres y mujeres los signos del duelo, es decir, el velo, las lágrimas, la muerte, y a Israel le quitará la idolatría, a cambio, dará a todos la alegría del festín y la realidad salvadora en que esperaban. Acoger la invitación a este banquete triunfal y participar es aceptar vivir en comunión con Él.

----------La Carta del Apóstol Pablo a los Filipenses,

Filipo es la primera ciudad de Europa que evangelizó Pablo en su segundo viaje misionero. Y después de tener la visión deja Troya, da el salto al viejo continente. En medio de una gran ciudad pagana organizada al estilo Romano, el apóstol busca la pequeña la comunidad judía y comienza con ellos la evangelización. Pablo agradece toda la ayuda que le han prestado en los momentos difíciles y les exhorta a saber superar las dificultades y a buscar el apoyo en Dios y no en las cosas temporales. Con Dios se supera cualquier dificultad. Solo tenemos que confiar y dejar que Él sea el centro de nuestra vida y de nuestra comunidad.

----------El Evangelio de Mateo,

nos muestra la imagen de la boda en la que el esposo es Cristo, y simboliza la historia de la salvación. El que invita a esta boda es Dios. En primero término invitó al Pueblo de Israel, entablando un pacto con ellos. Llegó el esposo, pero su Pueblo no lo recibió. Y tras la desobediencia de ese Pueblo, fuimos llamados nosotros, los gentiles, como dice la carta a los Romanos, a participar de su Reino, para llegar a ser lo que somos ahora: Hijos de Dios. Pero para pertenecer a ese Reino se precisa de un vestido: el de la caridad y el amor fraterno. El que no ama en la práctica, con obras y en verdad al prójimo será descartado del Reino y arrojado lejos. Nadie debe excluir a otro. La invitación es gratuita y universal.
Cada uno es libre de aceptar o rechazarla. Esto mismo experimentamos también cuando el Padre Dios nos invita a participar de la Eucaristía, ese banquete de bodas de su Hijo Jesús con toda la humanidad y sencillez. Este Hijo que es el gran regalo que se da a toda persona que lo necesite, que siente que todavía queden muchas personas que no se han enterado y que hay algunas a las que se les niega la entrada porque “no son de los nuestros”. Ojalá vayamos aprendiendo a celebrar la Eucaristía y a proyectar todo esto en los banquetes de la vida cotidiana.

Que la Virgen María, Sagrario de la Trinidad, que nos ayude a ser verdaderos y coherentes invitados al banquete de la Eucaristía.

Y, también, pidamos al nuevo Beato Carlo Acutis, que fue beatificado ayer sábado en Asís, que interceda por cada uno de nosotros para que amemos la Eucaristía como el en su corta vida supo hacer.



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