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01 abril 2018

Reflexión. Domingo I de Pascua.


¡Feliz Pascua de Resurrección!

Cristo ha resucitado. Ha vencido a la muerte.
Ayer noche, veíamos en la vigilia pascual, el recorrido que Dios ha hecho a lo largo de la historia de la salvación. Como se ha ido haciendo presente a pesar de las dificultades y caídas de los hombres y las mujeres.

Pero Jesús, ha resucitado para darnos luz en medio de la oscuridad, fuerza en medio de las debilidades y alegría en los momentos de tristezas. Ya no mira el pecado, o la desobediencia. Por su sangre, su sufrimiento y su muerte, nos da una nueva oportunidad para caer en la cuenta de que formamos partes de Él. Que la muerte ya no vence. Vence la vida, la luz, la eternidad.

En muchas ocasiones, como dice el Evangelio de hoy domingo, somos como Pedro y María Magdalena que nos preocupamos más por ir al sepulcro, que por buscar a Cristo Vivo que nos da una nueva Vida.

El gran signo de este domingo es que el sepulcro está vacío. No hay piedra que tape a la vida.
Ya no tenemos que buscar entre los muertos, a Aquel que está vivo, al que ha resucitado, a pesar de nuestra falta de fe y nuestra poca confianza en que lo imposible se hace posible.

Una vez que experimentemos, como los discípulos, al Resucitado, entonces ya no habrá nadie que calle. Todos querremos dar testimonio de ese encuentro de una fe viva. Que ya no está tan centrada en la oscuridad o el pecado, sino, en el AMOR que nos muestra a quien es la VIDA.
El Evangelio, habla del “otro discípulo” que no menciona el nombre, y nos dice, que entro al sepulcro “vio y creyó”. Éste supo mirar con los ojos de la fe, y dio sentido al vacío del sepulcro.
Las sábanas bien doblada, el sudario… signos pequeños del paso del Señor a la nueva vida.

El amor habla en un idioma que a veces no solemos captar, pero, si nos enamoramos, entendemos ese lenguaje. Pero tenemos que querer enamorarnos.
Por eso, el “discípulo a quién Jesús quería”, se guiaba por ese amor que había recibido del Señor.

Ojalá, que en este Tiempo Pascual, no nos quedemos en la cruz ni en el sepulcro, sino, que salgamos afuera. Q nos dejemos empapar por Aquel que es la Vida, la Resurrección y el Amor que no conoce el tiempo de caducidad. Que se enamora todos los días y nos lo recuerda en primera persona.

Seamos testigos de ese Amor Resucitado en nuestros ambientes.
En especial, con esas personas que viven encerradas en un sepulcro perpetuo.

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