Buscar en este blog

01 abril 2013

Comparto con ustedes una reflexión de Pascua que me han pasado. Espero que os ayude.


"Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo.
Muere lentamente quien no destruye su amor propio, quien no se deja ayudar.
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.
Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú.
Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre el blanco y los puntos sobre las "íes" a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.
Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante.
Muere lentamente quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, no pregunta de un asunto que desconoce o no responde cuando le indagan sobre algo que sabe.

La Pascua, como ya ha sido expresado reiteradamente, es la fiesta central del cristianismo, pues Cristo, muerto y resucitado, es el centro de nuestra fe cristiana. Ninguna celebración cristiana es tan importante como la pascua de Jesucristo, el misterio de encarnación. La Pascua es manifestación de alegría, visible y contagiosa, que renace de un corazón renovado por el encuentro con el Señor Resucitado y el descubrimiento de su presencia cotidiana en los hermanos, aun en las circunstancias tan particulares de la historia que estamos viviendo. Cristo vive y sigue peregrinando con nosotros. La Pascua es un acto profundo de amor y preocupación de Dios por su pueblo.

¿Somos todos los cristianos conscientes de esto? ¿Lo aceptamos como verdad? O sólo es una fecha en la cual nos sentimos obligados a reunirnos en familia o ir a misa.

Celebrar la Pascua es conmemorar aquello acontecido en Nazaret: el triunfo de la vida sobre la muerte. La resurrección de Jesucristo no es sólo "un hecho religioso" que se produce en el interior de la intimidad y el silencio de cada uno de nosotros; sino que más bien transforma toda la vida de las personas; renueva a los hombres, a la creación. Nos enseña a vivir y a ver todo desde una perspectiva resucitada. Junto a Cristo, los cristianos debemos celebrar también nuestra propia Pascua, nuestra resurrección.

¿Qué implica vivir hoy como resucitados? ¿Cómo se puede celebrar la resurrección, de forma razonable, en un mundo donde estamos rodeados de violencia, hipocresía, consumismo, injusticias?

La Pascua nos invita a echar una nueva mirada a nuestro vivir cotidiano. A alzar nuevamente los brazos en la construcción de un mundo mejor y no dejarnos abatir. Pero nadie puede dar lo que no tiene, y es por eso que, la Pascua, nos compromete a que comencemos a modificar desde nosotros mismo, desde lo sencillo, desde lo cotidiano. Más desde el "ser" que desde el "deber ser". No desde la obligación, sino desde la conversión.
Así, podremos cambiar, en la reflexión del principio la palabra muerte por vida, los no por los sí.

"Vive intensamente quien viaja, quien lee, quien oye música, quien encuentra gracia en sí mismo.
Vive intensamente quien destruye su amor propio, quien se deja ayudar.
Vive intensamente quien no se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien cambia de marca, se arriesga vestir un color nuevo y le habla a quien no conoce.
Vive intensamente quien no hace de la televisión su gurú.
Vive intensamente quien no evita una pasión, quien no prefiere el negro sobre el blanco y los puntos sobre las "íes" a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.
Vive intensamente quien voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien se permite, por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
Vive intensamente quien no pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante.
Vive intensamente quien no abandona un proyecto antes de iniciarlo, pregunta de un asunto que desconoce o responde cuando le indagan sobre algo que sabe.

No dejemos que el misterio pascual quede reducido a vibrantes liturgias, recuerdos hermosos, debemos ser capaces de vincularlo a todo aquello que forma parte de la vida. Cada uno enfrentándose a sus propias incoherencias y limitaciones. La Pascua es crecimiento, proyecto y libertad asumiendo nuestras responsabilidades.

Es espera esperanzada, porque la victoria de Cristo garantiza nuestra victoria. Por eso, para vivirla cristianamente es preciso renovar nuestro compromiso de amor hacia los demás. Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos (Jn 3, 14).

Es el "más allá" que se construye desde el "más acá". Es la vida humana en plenitud. Es la Vida eterna feliz. Es la plenitud del "Reino de los cielos" que anuncia Jesús en su evangelio, realiza en su Pascua y los cristianos con los pies en la tierra estamos llamados a construir instaurando una convivencia fraterna y solidaria ( Mons. Miguel E. Hesayne).

Cristo, nuestra vida, bajó acá para llevarse nuestra muerte y matarla con la abundancia de su vida… Y luego desapareció de nuestra vista, para que lo busquemos en nuestro corazón y allí lo encontremos (San Agustín)

No hay comentarios:

Publicar un comentario