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18 abril 2019

Triduo Pascual. Relexión del Jueves Santo.


El Maestro ha querido comer esa comida pascual con cada de uno de nosotros, puesto que nos conoce, y nos invita a sentarnos a la mesa con los hermanos ¿Quieres tú dejarte convidar por Jesús y compartirla con los hermanos? ¿Qué te suponer aceptar esta invitación?

Miremos el cenáculo. Es un cenáculo de amor eucarístico, sacerdotal y fraterno. Ahí nos descubrimos como comunidad eucarística fundada en el amor de Jesús entregado hasta el extremo. Una nueva alianza de salvación que se mantiene viva y operante en el pan y el vino de la Eucaristía. Comunidad eucarística presidida en la caridad y acompañada por los sacerdotes, al estilo de los apóstoles. Comunidad eucarística que irradia el amor y el servicio fraterno, a imagen de la caridad y el servicio del Señor hasta su muerte por nosotros.

Agradezcamos hoy el pan y el vino de la Eucaristía que son signos del amor que nos salva. Agradezcamos el sacerdocio de los que son escogidos por Jesús para prolongar la misión y el sacrificio de Cristo, que nos da vida abundante. Agradezcamos el mandato del amor fraterno que inaugura unas relaciones nuevas por la fe.

Además de nuestra gratitud, hemos de descubrir en el cenáculo cómo vivir hoy los seguidores de Jesús, sus discípulos misioneros, hijos y hermanos. La respuesta ha de ser vivencial, personal y comunitaria: como cenáculo de amor y comunidad eucarística. En la última cena resalta el gesto del lavatorio, que revela el significado de la entrega de la vida de Jesús y es el testigo que Él nos pasa: «os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Jn 13,15). Palabras que evocan las del final de la parábola del buen samaritano —«ve y haz tú lo mismo» (Lc 10,37)— y son parte ineludible del mandato del amor fraterno «como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13,34).

Por eso, repetir hoy el lavatorio de Jesús no es un recordatorio del pasado, sino la expresión actual del amor, tal y como el Señor nos ama, dispuestos a dejarnos servir por Él y por los hermanos para después amar y servir de la misma manera. En silencio ahora, antes del lavatorio, pensemos qué tenemos que superar como Pedro para dejarnos lavar, es decir, para estar en comunión de vida con Jesús y con los hermanos. Y, durante el lavatorio, comprometámonos a amar y servir a los hermanos, en especial a los que más necesitan conocer y experimentar el amor de Dios. Lavemos los pies a los enfermos, abandonados, encarcelados, refugiados, drogodependientes. Lavemos los pies a los perseguidos por la fe y a quienes nos causan aflicción. Lavemos los pies a las víctimas de los abusos, de la trata humana, del hambre, de la violencia y de la guerra. Lavemos los pies a los que recapacitan, se dejan lavar por Jesús y acogen su fraternidad.

Que nos dejemos tocar y cambiar el corazón por el Señor Jesús, que ha querido comer esta comida pascual esta tarde con nosotros. Que crezca nuestra comunión con él y con los hermanos hasta estar dispuestos a dar la vida por el amor más grande que podemos conocer, desentrañando hoy la profundidad del cenáculo.


Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de Mondoñedo-Ferrol

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