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17 septiembre 2017

Reflexión. Domingo XXIX del Tiempo Ordinario.


¡Feliz Domingo, Día del Señor!

Hoy, las lecturas que nos propone la liturgia para este Domingo XXIV del Tiempo Ordinario, nos habla del amor y el perdón. Dos pilares que, para los que nos llamamos Cristianos, debe ser fundamental e imprescindible. No podemos ir a celebrar la Eucaristía, si no hemos perdonado de corazón al prójimo.
El perdón sincero, transforma al que he ofendido, y a mi, que he sido ofensor.
Pongámonos delante del Señor, en este domingo, y pidámosle que nos otorgue la humildad para reconocer nuestros pecados, nuestros fallos, y la valentía pedir perdón y perdonar.

En la Primera Lectura del Eclesiástico:

Nos presenta una serie de actitudes de pecado: rencor, ira, violencia… Pero, también nos enseña la otra parte que es reconocer que somos pecadores y por ello, necesitamos reconocer la culpa, perdonar, reconciliarnos con el prójimo… La idea, es que nadie está libre de pecar. De que todos hacemos el mal, conscientes o inconscientes, pero metemos la pata.
Es importante, reconocer que el mal existe (aunque ahora, está muy de moda eso de decir “que el mal, el demonio… es algo del pasado”). Dejemos que Dios actúe en nuestro corazón. Experimentemos su perdón en nuestra vida, y reconozcamos como el sabio, nuestros fallos, nuestros pecados, y así, podremos perdonar al prójimo.

En la Segunda Lectura del Apóstol Pablo a los Romanos:

Nos deja una cosa clara y que se nos tiene que gravar a fuego: “Somos del Señor”.
Y desde ahí, nos tenemos que replantear, de qué forma vivimos nuestra propia vida, cómo tratamos a los demás, y si estamos caminando al lado de Jesús.
Esta lectura, aunque es cortita en versículos, forma parte de varias cartas de Pablo que enseña a los romanos, cómo deben comportarse los unos con los otros, nuestros hermanos.
Ya no es un problema moral el que algunos coman carne y otros no, o si para algunos guardan la fiesta Judía escrupulosamente y otros no… Lo importante, dice Pablo, que lo que importa (como dije antes) es el comportamiento con el que está a tu lado que es tú prójimo.
Descentrarnos de nosotros mismos, salir de nuestras comodidades, egoísmos y que nuestro centro de vida sea el Señor, para que así, podamos ser para los demás. Aunque esto parezca utopía, se puede. Sólo falta ganas e intención de ser cada día mejores cristianos.

En el Evangelio de Mateo:

Encontramos una enseñanza sobre el tipo de relación que Jesús quiere para el grupo de sus seguidores. Lo podremos decir más alto, con menos o más parafernalia, pero el mensaje es muy claro: PERDONAR SIEMPRE. No podemos seguir a Jesús, si la característica fundamental del seguidor no la tenemos o no nos interesa.
Tenemos que aceptar al otro con sus fallos y virtudes. Debemos ser portadores de paz, de fraternidad, de acogida. No tenemos autoridad para decir “éste vale o éste no vale”.
Creer que tengo derecho a ser perdonado y amado por Dios, y sin embargo, no reconocemos que quien me hace daño no tiene derecho a que yo le perdone… Por eso, releer la parábola, nos posiciona a pensar y a ponernos en el lugar de los personajes. Ver como el rey perdona a su siervo, nos tiene que hacer emocionar y darnos cuenta, que la justica no es mala. Sino, que una verdadera, es la que ama y perdona. Gracias a Dios, la justicia de Dios, no es como entendemos nosotros la justicia.
Apartemos de nuestra vida el ser muchas veces siervo malo. Que queremos que nos perdonen, pero a la hora de la verdad, nosotros “matamos” y le hacemos pagar a los otros cosas, que (posiblemente) a nosotros, se nos haya salvado y perdonado.

Que la Virgen María, a la que tanto hemos tenido presente esta semana, en la fiesta de su “Dulce Nombre” o la hemos acompañado en sus Dolores, que interceda por cada uno de nosotros ante su Hijo Jesús, para que, fieles al Evangelio, sepamos reconocernos pecadores, y así, perdonar y amar sin demora a los demás.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/amar-perdonar-domingo-xxiv-del-tiempo-ordinario-fray-jose-borja/

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