¡Escucho una voz...! Es mi amado que ya llega, sal-
tando sobre los montes, brincando por las colinas. Es
mi amado semejante a un venado, a un ágil cervatillo.
Vedle aquí ya apostado detrás de nuestra cerca, mirando
por las ventanas, atisbando por las rejas. Empieza a
hablar mi amado y me dice:
«Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven. Porque,
mira, ya ha pasado el invierno, ya han cesado las lluvias
y se han ido. Brotan flores en los campos, el tiempo
de canciones ha llegado, ya el arrullo de la tórtola se
ha escuchado en nuestra tierra. Apuntan ya los higos de
la higuera, y las viñas en flor exhalan sus perfumes.
¡Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven! Paloma
mía que anidas en los huecos de la peña, en las grietas
del barranco, déjame escuchar tu voz, permíteme ver tu
rostro, porque es muy dulce tu hablar y gracioso tu sem-
blante.
Ponme como un sello sobre tu brazo, como un sello
sobre tu corazón, porque el amor es fuerte como la
muerte, es cruel la pasión como el abismo; es centella
de fuego, llamarada divina. Las aguas torrenciales no
podrían apagar el amor, ni anegarlo los ríos. Si alguien
quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su
casa, se haría despreciable.»