- En enero de 1613 llegó al convento de Córdoba, físicamente en las últimas. El médico, en presencia de la comunidad, le advirtió que el peligro que corría su vida era muy serio. El Santo le respondió: «¿Esta nueva reparaba darme Vuestra Merced? Muchos años hace que con grandes ansias la deseo, porque tengo firme esperanza que Dios me ha de llevar a su santa gloria». Dio ejemplo de paciencia a la comunidad durante su enfermedad. El último día de su vida preguntó a los frailes varias veces por la hora, y exclamaba siempre: «¡Oh, qué largas horas!». A las tres de la tarde se fijaron sus ojos en el crucifijo; los frailes empezaron a cantar el credo, según la costumbre de la Orden en la hora de la agonía. Al llegar a las palabras Incarnatus est, fray Juan Bautista de la Concepción entregó su alma a Dios. Era el día 14 de febrero de 1613.
- No hay auténtica reforma eclesial sin la renovación interior, sin obediencia, sin cruz.
- A los tres votos fundamentales de la vida religiosa añadió un cuarto, consistente en «no pretender, directa ni indirectamente, ninguna prelacía», basando así la relación entre los religiosos sobre los cimientos de la humildad y del servicio.
- Seamos tú, Dios mío, el pobre y yo una trinidad perfecta.
- El trinitario, según el Santo Reformador, debe estar caracterizada por «el deseo de oración y la caridad para con los cautivos y los pobres.
- «Es necesario que estén advertidos los hermanos que uno de los consuelos grandes que tienen los religiosos de nuestra sagrada Religión es el tener por madre, patrona y abogada a esta Señora, la Virgen».
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