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“No se puede seguir a Jesús sin seguir a la Iglesia. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta corre el riesgo de no encontrar nunca a Cristo". (Papa Benedicto XVI).
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26 febrero 2023
Evangelio. Domingo I del Tiempo de Cuaresma.
24 febrero 2023
Homilía del Papa Francisco en la Misa del miércoles de cenizas.
«Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación» (2 Co 6,2). Con esta expresión, el apóstol Pablo nos ayuda a entrar en el espíritu del tiempo cuaresmal. La Cuaresma ciertamente es el tiempo favorable para volver a lo esencial, para despojarnos de lo que nos pesa, para reconciliarnos con Dios, para reavivar el fuego del Espíritu Santo que habita escondido entre las cenizas de nuestra frágil humanidad. Volver a lo esencial. Es el tiempo de gracia para llevar a cabo lo que el Señor nos ha pedido en el primer versículo de la Palabra que hemos escuchado: «Vuelvan a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Volver a lo esencial, que es el Señor.
El rito de la ceniza nos introduce en este camino de regreso, nos invita a volver a lo que realmente somos y a volver a Dios y a los hermanos.
En primer lugar, volver a lo que realmente somos. La ceniza nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos, nos reconduce a la verdad fundamental de la vida: sólo el Señor es Dios y nosotros somos obra de sus manos. Esta es nuestra verdad. Nosotros tenemos la vida mientras que Él es la vida. Él es el Creador, mientras nosotros somos frágil arcilla que se moldea en sus manos. Nosotros venimos de la tierra y necesitamos del Cielo, de Él. Con Dios resurgiremos de nuestras cenizas, pero sin Él somos polvo. Y mientras inclinamos la cabeza, con humildad, para recibir las cenizas, traigamos a la memoria del corazón esta verdad: somos del Señor, le pertenecemos. Él, en verdad, «modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida» (Gn 2,7), es decir, existimos porque Él ha exhalado el aliento de la vida en nosotros. Y, como Padre tierno y misericordioso, Él también vive la Cuaresma, porque nos desea, nos espera, aguarda nuestro regreso. Y siempre nos anima a no desesperar, incluso cuando caemos en el polvo de nuestra fragilidad y de nuestro pecado, porque «Él conoce de qué estamos hechos, sabe muy bien que no somos más que polvo» (Sal 103,14). Escuchémoslo de nuevo: Él sabe muy bien que no somos más que polvo. Dios lo sabe. Nosotros, sin embargo, muchas veces lo olvidamos, pensando que somos autosuficientes, fuertes, invencibles sin Él; usamos maquillaje para creernos mejores de lo que somos. Somos polvo.
La Cuaresma es por tanto el tiempo para que recordemos quién es el Creador y quién la criatura; para proclamar que sólo Dios es el Señor; para desnudarnos de la pretensión de bastarnos a nosotros mismos y del afán de ponernos en el centro, de ser los primeros de la clase, de pensar que sólo con nuestras capacidades podemos ser protagonistas de la vida y trasformar el mundo que nos rodea. Este es el tiempo favorable para convertirnos, para cambiar la mirada antes que nada sobre nosotros mismos, para vernos por dentro. Cuántas distracciones y superficialidades nos apartan de lo que es importante. Cuántas veces nos centramos en nuestros deseos o en lo que nos falta, alejándonos del centro del corazón, olvidándonos de abrazar el sentido de nuestro ser en el mundo. La Cuaresma es un tiempo de verdad para quitarnos las máscaras que llevamos cada día aparentando ser perfectos a los ojos del mundo; para luchar, como nos ha dicho Jesús en el Evangelio, contra la falsedad y la hipocresía. No las de los demás, sino las nuestras; mirarlas a la cara y luchar.
Pero hay también un segundo paso: la ceniza nos invita a volver a Dios y a los hermanos. De hecho, si volvemos a la verdad de lo que somos y nos damos cuenta de que nuestro yo no es autosuficiente, entonces descubrimos que existimos gracias a las relaciones, tanto la originaria con el Señor como las vitales con los demás. Así, la ceniza que hoy recibimos en la cabeza nos dice que cada presunción de autosuficiencia es falsa y que idolatrar el yo es destructivo y nos encierra en la jaula de la soledad; mirarse al espejo imaginando ser perfectos, imaginando ser el centro del mundo. Nuestra vida, sin embargo, es sobre todo una relación; la hemos recibido de Dios y de nuestros padres, y siempre podemos renovarla y regenerarla gracias al Señor y a aquellos que Él ha puesto junto a nosotros. La Cuaresma es el tiempo favorable para reavivar nuestras relaciones con Dios y con los demás; para abrirnos en el silencio a la oración y a salir del baluarte de nuestro yo cerrado; para romper las cadenas del individualismo y del aislamiento y redescubrir, a través del encuentro y la escucha, quién es el que camina a nuestro lado cada día, y volver a aprender a amarlo como hermano o hermana.
Hermanos y hermanas, ¿cómo realizar todo esto? Para completar este camino —volver a lo que realmente somos y volver a Dios y a los demás— se nos invita a recorrer tres grandes vías: la limosna, la oración y el ayuno. Son las vías clásicas, no se necesitan novedades en este camino. Lo dijo Jesús y está claro: la limosna, la oración y el ayuno. Y no se trata de ritos exteriores, sino de gestos que deben expresar una renovación del corazón. La limosna no es un gesto rápido para limpiarse la conciencia, para compensar un poco el desequilibrio interior, sino que es un tocar con las propias manos y con las propias lágrimas los sufrimientos de los pobres; la oración no es ritualidad, sino diálogo de verdad y amor con el Padre; y el ayuno no es un simple sacrificio, sino un gesto fuerte para recordarle a nuestro corazón qué es lo que permanece y qué es lo pasajero. Jesús nos hace «una advertencia que conserva también para nosotros su validez saludable: a los gestos exteriores debe corresponder siempre la sinceridad del alma y la coherencia de las obras. En efecto, ¿de qué sirve […] rasgarse las vestiduras, si el corazón sigue lejos del Señor, es decir, del bien y de la justicia?» (Benedicto XVI, Homilía miércoles de ceniza, 1 marzo 2006). Muchas veces, sin embargo, nuestros gestos y ritos no tocan la vida, no son auténticos, quizás los hacemos sólo para que los demás nos admiren, para recibir el aplauso, para atribuirnos el crédito. Recordemos que en la vida personal, como en la vida de la Iglesia, lo que cuenta no es lo exterior, los juicios humanos y el aprecio del mundo; sino sólo la mirada de Dios, que lee el amor y la verdad.
Si nos ponemos humildemente bajo su mirada, entonces la limosna, la oración y el ayuno no se quedan en gestos exteriores, sino que expresan quiénes somos verdaderamente: hijos de Dios y hermanos entre nosotros. La limosna, la caridad, manifestará nuestra compasión con quien está necesitado, nos ayudará a volver a los demás; la oración dará voz a nuestro íntimo deseo de encontrar al Padre, haciéndonos volver a Él; el ayuno será una gimnasia espiritual para renunciar con alegría a lo que es superfluo y nos sobrecarga, para ser interiormente más libres y volver a lo que realmente somos. Encuentro con el Padre, libertad interior, compasión.
Queridos hermanos y hermanas, inclinemos la cabeza, recibamos la ceniza, aligeremos el corazón. Pongámonos en camino por medio de la caridad: nos han dado cuarenta días favorables para recordarnos que el mundo no se cierra en los estrechos límites de nuestras necesidades personales y para redescubrir la alegría, no en las cosas que se acumulan, sino en el cuidado de aquellos que se encuentran en la necesidad y en la aflicción. Pongámonos en camino por medio de la oración: se nos otorgan cuarenta días favorables para dar a Dios la primacía de nuestra vida, para volver a dialogar con Él de todo corazón, no en ratos perdidos. Pongámonos en camino por medio del ayuno: se nos ofrecen cuarenta días favorables para reencontrarnos, para frenar la dictadura de las agendas siempre llenas de cosas por hacer; de las pretensiones de un ego cada vez más superficial y engorroso; y de elegir lo que de verdad importa.
Hermanos y hermanas, no desperdiciemos la gracia de este tiempo santo. Fijemos nuestra mirada en el Crucificado y caminemos. Respondamos con generosidad a las llamadas fuertes de la Cuaresma. Y al final del trayecto encontraremos con más alegría al Señor de la vida; lo encontraremos a Él, al único que nos hará resurgir de nuestras cenizas.
22 febrero 2023
Evangelio. Miércoles de ceniza.
Reflexión. Miércoles de ceniza.
Comenzamos el tiempo Santo de la Cuaresma.
Con la imposición de las cenizas en nuestras cabezas mientras se nos dice. “Conviértete y cree en el Evangelio” o “Polvo eres y en polvo te convertirás” inauguramos el camino Cuaresmal.
Tiempo privilegiado para meditar y orar en el silencio de nuestro interior.
Tiempo de prepararnos para celebrar la Santa Pascua. La Santa Noche, donde la Luz vence a la tiniebla, en la cual renovaremos nuestra fe y por consiguiente activaremos una vez más nuestro compromiso en la iniciación cristiana.
Tiempo de conversión donde la Iglesia, como Madre, nos propone ingredientes para vivir este camino por el desierto Cuaresmal. El ayuno, la oración y la limosna.
La oración. Dirigida a Dios. Sincera. Un tiempo para hablar de tú a tú. El corazón abierto y que no sea convierta en repetir palabras, sino que sea de confianza, de verdad.
Ayuno. No solamente dejar de comer por cumplir una norma. Si no, que sea una expresión de arrepentimiento, de sacrificio, en definitiva, de humildad.
Limosna. Acto de misericordia. Lo importante es la actitud con que demos esa limosna. La pregunta clave es ¿por qué lo hacemos? Y dependiendo de la respuesta, será una limosna por amor al prójimo o para tranquilizar la consciencia con lo que nos sobra.
Que esta Santa Cuaresma nos ayude a ser justos como Dios quiere que seamos y vivamos con radicalidad en la preparación hacia la Santa Noche de la Pascua.
José Borja.
17 febrero 2023
Mensaje del Papa Francisco para la Santa Cuaresma 2023.
Queridos hermanos y hermanas:
Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas concuerdan al relatar el episodio de la Transfiguración de Jesús. En este acontecimiento vemos la respuesta que el Señor dio a sus discípulos cuando estos manifestaron incomprensión hacia Él. De hecho, poco tiempo antes se había producido un auténtico enfrentamiento entre el Maestro y Simón Pedro, quien, tras profesar su fe en Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios, rechazó su anuncio de la pasión y de la cruz. Jesús lo reprendió enérgicamente: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16,23). Y «seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado» (Mt 17,1).
El evangelio de la Transfiguración se proclama cada año en el segundo domingo de Cuaresma. En efecto, en este tiempo litúrgico el Señor nos toma consigo y nos lleva a un lugar apartado. Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces aburrida, en Cuaresma se nos invita a “subir a un monte elevado” junto con Jesús, para vivir con el Pueblo santo de Dios una experiencia particular de ascesis.
La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz. Era precisamente lo que necesitaban Pedro y los demás discípulos. Para profundizar nuestro conocimiento del Maestro, para comprender y acoger plenamente el misterio de la salvación divina, realizada en el don total de sí por amor, debemos dejarnos conducir por Él a un lugar desierto y elevado, distanciándonos de las mediocridades y de las vanidades. Es necesario ponerse en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, como una excursión por la montaña. Estos requisitos también son importantes para el camino sinodal que, como Iglesia, nos hemos comprometido a realizar. Nos hará bien reflexionar sobre esta relación que existe entre la ascesis cuaresmal y la experiencia sinodal.
En el “retiro” en el monte Tabor, Jesús llevó consigo a tres discípulos, elegidos para ser testigos de un acontecimiento único. Quiso que esa experiencia de gracia no fuera solitaria, sino compartida, como lo es, al fin y al cabo, toda nuestra vida de fe. A Jesús hemos de seguirlo juntos. Y juntos, como Iglesia peregrina en el tiempo, vivimos el año litúrgico y, en él, la Cuaresma, caminando con los que el Señor ha puesto a nuestro lado como compañeros de viaje. Análogamente al ascenso de Jesús y sus discípulos al monte Tabor, podemos afirmar que nuestro camino cuaresmal es “sinodal”, porque lo hacemos juntos por la misma senda, discípulos del único Maestro. Sabemos, de hecho, que Él mismo es el Camino y, por eso, tanto en el itinerario litúrgico como en el del Sínodo, la Iglesia no hace sino entrar cada vez más plena y profundamente en el misterio de Cristo Salvador.
Y llegamos al momento culminante. Dice el Evangelio que Jesús «se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz» (Mt 17,2). Aquí está la “cumbre”, la meta del camino. Al final de la subida, mientras estaban en lo alto del monte con Jesús, a los tres discípulos se les concedió la gracia de verle en su gloria, resplandeciente de luz sobrenatural. Una luz que no procedía del exterior, sino que se irradiaba de Él mismo. La belleza divina de esta visión fue incomparablemente mayor que cualquier esfuerzo que los discípulos hubieran podido hacer para subir al Tabor. Como en cualquier excursión exigente de montaña, a medida que se asciende es necesario mantener la mirada fija en el sendero; pero el maravilloso panorama que se revela al final, sorprende y hace que valga la pena. También el proceso sinodal parece a menudo un camino arduo, lo que a veces nos puede desalentar. Pero lo que nos espera al final es sin duda algo maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio de su Reino.
La experiencia de los discípulos en el monte Tabor se enriqueció aún más cuando, junto a Jesús transfigurado, aparecieron Moisés y Elías, que personifican respectivamente la Ley y los Profetas (cf. Mt 17,3). La novedad de Cristo es el cumplimiento de la antigua Alianza y de las promesas; es inseparable de la historia de Dios con su pueblo y revela su sentido profundo. De manera similar, el camino sinodal está arraigado en la tradición de la Iglesia y, al mismo tiempo, abierto a la novedad. La tradición es fuente de inspiración para buscar nuevos caminos, evitando las tentaciones opuestas del inmovilismo y de la experimentación improvisada.
El camino ascético cuaresmal, al igual que el sinodal, tiene como meta una transfiguración personal y eclesial. Una transformación que, en ambos casos, halla su modelo en la de Jesús y se realiza mediante la gracia de su misterio pascual. Para que esta transfiguración pueda realizarse en nosotros este año, quisiera proponer dos “caminos” a seguir para ascender junto a Jesús y llegar con Él a la meta.
El primero se refiere al imperativo que Dios Padre dirigió a los discípulos en el Tabor, mientras contemplaban a Jesús transfigurado. La voz que se oyó desde la nube dijo: «Escúchenlo» (Mt 17,5). Por tanto, la primera indicación es muy clara: escuchar a Jesús. La Cuaresma es un tiempo de gracia en la medida en que escuchamos a Aquel que nos habla. ¿Y cómo nos habla? Ante todo, en la Palabra de Dios, que la Iglesia nos ofrece en la liturgia. No dejemos que caiga en saco roto. Si no podemos participar siempre en la Misa, meditemos las lecturas bíblicas de cada día, incluso con la ayuda de internet. Además de hablarnos en las Escrituras, el Señor lo hace a través de nuestros hermanos y hermanas, especialmente en los rostros y en las historias de quienes necesitan ayuda. Pero quisiera añadir también otro aspecto, muy importante en el proceso sinodal: el escuchar a Cristo pasa también por la escucha a nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia; esa escucha recíproca que en algunas fases es el objetivo principal, y que, de todos modos, siempre es indispensable en el método y en el estilo de una Iglesia sinodal.
Al escuchar la voz del Padre, «los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo» (Mt 17,6-8). He aquí la segunda indicación para esta Cuaresma: no refugiarse en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios, de experiencias sugestivas, por miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus contradicciones. La luz que Jesús muestra a los discípulos es un adelanto de la gloria pascual y hacia ella debemos ir, siguiéndolo “a Él solo”. La Cuaresma está orientada a la Pascua. El “retiro” no es un fin en sí mismo, sino que nos prepara para vivir la pasión y la cruz con fe, esperanza y amor, para llegar a la resurrección. De igual modo, el camino sinodal no debe hacernos creer en la ilusión de que hemos llegado cuando Dios nos concede la gracia de algunas experiencias fuertes de comunión. También allí el Señor nos repite: «Levántense, no tengan miedo». Bajemos a la llanura y que la gracia que hemos experimentado nos sostenga para ser artesanos de la sinodalidad en la vida ordinaria de nuestras comunidades.
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Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo nos anime durante esta Cuaresma en nuestra escalada con Jesús, para que experimentemos su resplandor divino y así, fortalecidos en la fe, prosigamos juntos el camino con Él, gloria de su pueblo y luz de las naciones.
Roma, San Juan de Letrán, 25 de enero de 2023, Fiesta de la Conversión de san Pablo
08 febrero 2023
Aquí comparto la catequesis del Papa Francisco del miércoles 25 de enero a la que pude asistir personalmente.
Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 3. Jesús, maestro del anuncio
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El miércoles pasado reflexionamos sobre Jesús modelo del anuncio, sobre su corazón pastoral siempre dirigido a los demás. Hoy nos fijamos en Él como maestro del anuncio. Dejémonos guiar por el episodio en el que predica en la sinagoga de su pueblo, Nazaret. Jesús lee un pasaje del profeta Isaías (cfr. 61,1-2) y después sorprende a todos con una “predicación” muy breve, de una sola frase, una sola frase. Y dice así: «Esta escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lc 4,21). Esta fue la predicación de Jesús: «Esta escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy». Esto significa que para Jesús ese pasaje profético contiene lo esencial de lo que Él quiere decir de sí. Por tanto, cada vez que nosotros hablamos de Jesús, deberíamos recalcar su primer anuncio. Veamos entonces en qué consiste este primer anuncio. Se pueden identificar cinco elementos esenciales.
El primer elemento es la alegría. Jesús proclama: «El Espíritu del Señor sobre mí, […] me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (v. 18), es decir un anuncio de leticia, de alegría. Buena Nueva: no se puede hablar de Jesús sin alegría, porque la fe es una estupenda historia de amor para compartir. Testimoniar a Jesús, hacer algo por los otros en su nombre, es decir entre las líneas de la vida haber recibido un don tan hermoso que ninguna palabra basta para expresarlo. Sin embargo, cuando falta la alegría, el Evangelio no pasa, porque este ―lo dice la palabra misma― es buena nueva, y Evangelio quiere decir buena nueva, anuncio de alegría. Un cristiano triste puede hablar de cosas muy hermosas, pero todo es vano si el anuncio que transmite no es alegre. Decía un pensador: “un cristiano triste es un triste cristiano”: no olvidar esto.
Vamos al segundo aspecto: la liberación. Jesús dice que ha sido enviado «a proclamar la liberación a los cautivos» (ibid.). Esto significa que quien anuncia a Dios no puede hacer proselitismo, no, no puede presionar a los otros, sino aligerarlos: no imponer pesos, sino aliviar de ellos; llevar paz, no llevar sentimientos de culpa. Cierto, seguir a Jesús conlleva una ascesis, conlleva sacrificios; por otro lado, si cualquier cosa hermosa lo requiere, ¡mucho más la realidad decisiva de la vida! Pero quien testimonia a Cristo muestra la belleza de la meta, más que la fatiga del camino. Nos habrá sucedido contarle a alguien sobre un bonito viaje que hemos hecho. Por ejemplo, habremos hablado de la belleza de los lugares, de lo que hemos visto y vivido, no del tiempo que tardamos en llegar ni de las colas del aeropuerto, ¡no! Así cada anuncio digno del Redentor debe comunicar liberación. Como el de Jesús. Hoy hay alegría, porque he venido a liberar.
Tercer aspecto: la luz. Jesús dice que ha venido a traer «la vista a los ciegos» (ibid.). Llama la atención que, en toda la Biblia, antes de Cristo, nunca aparece la curación de un ciego, nunca. De hecho, era un signo prometido que llegaría con el Mesías. Pero aquí no se trata solo de la vista física, sino de una luz que hace ver la vida de forma nueva. Hay un “venir a la luz”, un renacimiento que sucede solo con Jesús. Si lo pensamos, así empezó para nosotros la vida cristiana: con el Bautismo, que antiguamente se llamaba precisamente “iluminación”. ¿Y qué luz nos dona Jesús? Nos trae la luz de la filiación: Él es el Hijo amado del Padre, viviente para siempre; y con Él también nosotros somos hijos de Dios amados para siempre, a pesar de nuestros errores y defectos. Entonces la vida ya no es un ciego avanzar hacia la nada, no: no es cuestión de suerte o fortuna. No es algo que dependa de la casualidad o de los astros, y tampoco de la salud o de las finanzas, no. La vida depende del amor, del amor del Padre, que cuida de nosotros, sus hijos amados. ¡Qué hermoso es compartir con los otros esta luz! ¿Habéis pensado que la vida de cada uno de nosotros ―mi vida, tu vida, nuestra vida― es un gesto de amor? ¿Es una invitación al amor? ¡Esto es maravilloso! Pero muchas veces lo olvidamos, frente a las dificultades, a las malas noticias, también frente ―y esto es feo― a la mundanidad, la forma de vivir mundana.
Cuarto aspecto del anuncio: la sanación. Jesús dice que ha venido «para dar libertad a los oprimidos» (ibid.). Oprimido es quien en la vida se siente aplastado por algo que sucede: enfermedades, fatigas, angustias, sentimientos de culpa, errores, vicios, pecados… Oprimidos por esto: pensemos, por ejemplo, en los sentimientos de culpa por eso, por lo otro… Lo que nos oprime, sobre todo, es precisamente ese mal que ninguna medicina o remedio humano puede resanar: el pecado. Y si uno tiene sentido de culpa por algo que ha hecho, y este se siente mal… Pero la buena noticia es que con Jesús este mal antiguo, el pecado, que parece invencible, ya no tiene la última palabra. Yo puedo pecar porque soy débil. Cada uno de nosotros puede hacerlo, pero esta no es la última palabra. La última palabra es la mano tendida de Jesús que nos levanta del pecado. Y padre, ¿esto cuándo lo hace? ¿Una vez? No. ¿Dos? No. ¿Tres? No. Siempre. Cada vez que tú estás mal, el Señor siempre tiene la mano tendida. Solamente hay que aferrarse y dejarse llevar. La buena noticia es que con Jesús este mal antiguo ya no tiene la última palabra: la última palabra es la mano tendida de Jesús que te lleva adelante. Jesús nos sana del pecado siempre. ¿Y cuánto debo pagar por la sanación? Nada. Nos sana siempre y gratuitamente. Invita a los que están «fatigados y sobrecargados» ―lo dice el Evangelio― a ir a Él (cfr. Mt 11,28). Y entonces acompañar a alguien al encuentro con Jesús es llevarle al médico del corazón, que levanta la vida. Es decir: “Hermano, hermana, yo no tengo respuesta a muchos de tus problemas, pero Jesús te conoce, Jesús te ama, te puede sanar y serenar el corazón”. Quien lleva pesos necesita una caricia sobre el pasado. Muchas veces oímos: “Pero yo necesitaría sanar mi pasado… necesito una caricia sobre ese pasado que me pesa tanto…”. Necesita perdón. Y quien cree en Jesús tiene precisamente eso para donar a los otros: la fuerza del perdón, que libera el alma de toda deuda. Hermanos, hermanas, no lo olvidéis: Dios lo olvida todo. ¿Por qué? Sí, olvida todos nuestros pecados, de ellos no tiene memoria. Dios perdona todo porque olvida nuestros pecados. Solamente hay que acercarse al Señor y Él nos perdona todo. Pensad en algo del Evangelio, de ese que ha empezado a hablar: “¡Señor, he pecado!”. Ese hijo… Y el padre le pone la mano en la boca. “No, está bien, nada…”. No le deja terminar...Y esto es hermoso. Jesús nos espera para perdonarnos, para resanarnos. ¿Y cuánto? ¿Una vez? ¿Dos veces? No. Siempre. “Pero padre, yo hago las mismas cosas siempre…”. Y también él hará las mismas cosas siempre: perdonarte, abrazarte. Por favor, no desconfiemos de esto. Así se ama al Señor. Quien lleva pesos y necesita una caricia sobre el pasado, necesita perdón, que sepa que Jesús lo hace. Y es esto lo que da Jesús: liberar el alma de toda deuda. En la Biblia se habla de un año en el que se era liberado del peso de las deudas: el Jubileo, el año de gracia. Es como el último punto del anuncio.
Jesús, de hecho, dice que ha venido «a proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,19). No era un jubileo programado, como los que estamos haciendo ahora, que todo está programado y se piensa en qué hacer, qué no hacer… No. Pero con Cristo la gracia que hace nueva la vida llega y asombra siempre. Cristo es el Jubileo de cada día, de cada hora, que se acerca a ti, para acariciarte, para perdonarte. Y el anuncio de Jesús debe llevar siempre el asombro de la gracia. Este asombro… “No me lo puedo creer, he sido perdonado, he sido perdonada”. ¡Pero tan grande es nuestro Dios! Porque no somos nosotros los que hacemos grandes cosas, sino que es la gracia del Señor que, también a través de nosotros, realiza cosas imprevisibles. Y estas son las sorpresas de Dios. Dios es un maestro de las sorpresas. Siempre nos sorprende, siempre nos espera. Nosotros llegamos y Él está esperando. Siempre. El Evangelio va acompañado de un sentido de maravilla y de novedad que tiene un nombre: Jesús.
Él nos ayude a anunciarlo como desea, comunicando alegría, liberación, luz, sanación y asombro. Así se comunica Jesús.
Una última cosa: esta buena nueva, que dice el Evangelio, está dirigida «a los pobres» (v. 18). A menudo nos olvidamos de ellos, sin embargo, son destinatarios mencionados explícitamente, porque son los predilectos de Dios. Acordémonos de ellos y recordemos que, para acoger al Señor, cada uno de nosotros debe hacerse “pobre dentro”. Con esa pobreza que hace decir: “Señor necesito perdón, necesito ayuda, necesito fuerza”. Esta pobreza que todos nosotros tenemos: hacerse pobre dentro. Se trata de vencer toda pretensión de autosuficiencia para saberse necesitado de gracia, y siempre necesitado de Él. Si alguien me dice: Padre, pero ¿cuál es la vía más breve para encontrar a Jesús? Hazte necesitado. Hazte necesitado de gracia, necesitado de perdón, necesitado de alegría. Y Él se acercará a ti.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Hoy celebramos la Conversión del apóstol san Pablo y concluimos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. En este día tan especial, pidamos a Jesús maestro que nos enseñe a ser artesanos de comunión, anunciándolo con alegría y sencillez de corazón. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Llamamiento
Pasado mañana, 27 de enero, se celebra el Día internacional de conmemoración en memoria de las víctimas del holocausto. El recuerdo de aquel exterminio de millones de personas judías y de otras religiones no puede ser ni olvidado ni negado. No puede haber un empeño contante en el construir juntos la fraternidad sin disipar primero las raíces de odio y de violencia que han alimentado el horror del holocausto.
-- Resumen leído por el Santo Padre en español --
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis reflexionamos sobre Jesús como maestro del anuncio. Hemos escuchado que, en la sinagoga de Nazaret, Él se identifica con una profecía de Isaías. En ese breve pasaje, podemos ver cinco elementos esenciales de la evangelización: la alegría, la liberación, la luz, la sanación y la capacidad de maravillarse por las obras que Dios hace.
Otra cuestión a considerar es que los destinatarios del Evangelio son los pobres. Pensemos en ellos y recordemos que, para acoger al Señor, todos tenemos que ser “interiormente pobres”, es decir, no creernos autosuficientes, sino más bien necesitados de Dios y de su gracia.
Al profundizar en estos aspectos, vemos que el testimonio cristiano no se puede separar del gozo y la libertad que nos da el sabernos hijos amados del Padre; un Padre que nos cuida, nos libera, nos tiene paciencia y nos perdona, ilumina nuestro camino y sana las heridas de nuestro corazón, siempre y de manera gratuita.
07 febrero 2023
Oremos por todas las víctimas fallecidas en el terremoto de Turquía y Siria.
Oremos
Suba nuestra oración a tu presencia, Señor, y que las alegrías eternas acojan a nuestros hermanos difuntos que han muerto víctimas del terremoto,
tú que los creastes a tu imagen y lo hicisteis tus hijos de adopción en el bautismo, concédeles ahora entrar en posesión de la herencia prometida.
Por nuestro Señor Jesucristo.
+ Concédeles, Señor, el descanso eterno y que brille para ellos la luz perpetua.
Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
Recemos por el grave terremoto acontecido en Turquía y Siria.
Padre nuestro
que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación,y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María,
llena eres de gracia; el Señor es contigo. Bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Oración
Señor Dios, que afianzaste la tierra sobre sus cimientos, apiádate de cuantos estamos atemorizados y escucha nuestras suplicas, para que, alejados completamente los peligros del terremoto, experimentemos sin cesar tu misericordia y seguros con tu protección, te sirvamos agradecidos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
06 febrero 2023
Mensaje del Papa Francisco en ocasión de la III Jornada Mundial de la Fraternidad Humana.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Saludo con afecto y estima al Gran Imán Ahmed Al-Tayyeb, con quien, hace exactamente cuatro años en Abu Dhabi, firmé el Documento sobre la Hermandad Humana para la Paz Mundial y la Convivencia Común.
Doy las gracias a Su Alteza el Jeque Mohammed bin Zayed por su compromiso con el camino de la fraternidad; al Alto Comité para la Fraternidad Humana por las iniciativas promovidas en diversas partes del mundo; y también doy las gracias a la Asamblea General de las Naciones Unidas por establecer el 4 de febrero como Día Internacional de la Fraternidad Humana en su resolución de diciembre de 2020. También me complace asociarme a la encomiable iniciativa de conceder el Premio Zayed a la Fraternidad Humana 2023.
Al compartir sentimientos de fraternidad mutua, estamos llamados a ser promotores de una cultura de paz que fomente el diálogo, la comprensión mutua, la solidaridad, el desarrollo sostenible y la inclusión. Todos llevamos en el corazón el deseo de vivir como hermanos, en ayuda mutua y armonía.
El hecho de que a menudo esto no ocurra -y desgraciadamente tenemos signos dramáticos de ello- debería estimular aún más la búsqueda de la fraternidad.
Es cierto que las religiones no tienen fuerza política para imponer la paz, pero al transformar al hombre desde dentro, al invitarle a desprenderse del mal, le guían hacia una actitud de paz. Las religiones tienen, pues, una responsabilidad decisiva en la convivencia de los pueblos: su diálogo teje una red pacífica, repele las tentaciones de desgarrar el tejido civil y libera de la instrumentalización de las diferencias religiosas con fines políticos.
También es relevante la tarea de las religiones al recordarnos que el destino del hombre va más allá de los bienes terrenales y se sitúa en un horizonte universal, porque toda persona humana es criatura de Dios, de Dios venimos todos y a Dios volvemos todos.
Las religiones, para estar al servicio de la fraternidad, necesitan dialogar entre sí, conocerse, enriquecerse mutuamente y profundizar sobre todo en aquello que une y cooperar por el bien de todos.
Las distintas tradiciones religiosas, cada una de las cuales se nutre de su propio patrimonio espiritual, pueden aportar una gran contribución al servicio de la fraternidad. Si somos capaces de mostrar que es posible vivir la diferencia en fraternidad, podremos poco a poco liberarnos del miedo y de la desconfianza hacia el otro que es diferente de mí. Cultivar la diversidad y armonizar las diferencias no es un proceso sencillo, pero es el único camino que puede garantizar una paz sólida y duradera; es un compromiso que nos exige reforzar nuestra capacidad de diálogo con los demás.
Hombres y mujeres de distintas religiones caminan hacia Dios por senderos que se entrecruzan cada vez más. Cada encuentro puede ser una oportunidad para oponerse unos a otros o, con la ayuda de Dios, para animarse mutuamente a avanzar como hermanos y hermanas. Porque no sólo compartimos un origen y una descendencia comunes, sino también un destino común, el de criaturas frágiles y vulnerables, como nos muestra tan claramente el periodo histórico que estamos viviendo.
Queridos hermanos y hermanas, somos conscientes de que el camino de la fraternidad es largo y difícil. ¡A los numerosos conflictos, a las sombras de un mundo cerrado, contraponemos el signo de la fraternidad! Nos insta a acoger a los demás y a respetar su identidad, nos inspira a trabajar con la convicción de que es posible vivir en armonía y paz.
Doy las gracias a todos los que se unirán a nuestro camino de fraternidad, y les animo a comprometerse con la causa de la paz y a responder a los problemas y necesidades concretas de los últimos, los pobres, los indefensos, los que necesitan nuestra ayuda.
Y en esta dirección va el Premio Zayed a la Fraternidad Humana. Muchas gracias, muchas gracias por esta sesión de ustedes con el premio de este año que es el que se premió a la comunidad de San Egidio y a la Sra. Shamsa Abubakar Fadhil. Muchas gracias por su trabajo, por su testimonio. Y a todos ustedes, queridos hermanos y hermanas, mi saludo y bendición.
(Papa Francisco. Sábado 04/02/2023)
05 febrero 2023
Reflexión. Domingo V del Tiempo Ordinario.
Todos estamos llamados a ser sal y luz. Estamos llamados a continuar haciendo la vida normal de cada día, haciendo la vida agradable a los compañeros de juego.
A veces estamos llamados a ser luz. Lo somos de una manera clara cuando profesamos nuestra fe en momentos difíciles. Los mártires son grandes lumbreras. Y hoy, según en qué ambiente, el solo hecho de ir a misa ya es motivo de burlas. Ir a misa ya es ser “luz”. Y la luz siempre se ve; aunque sea muy pequeña.
Una lucecita puede cambiar una noche.
Evangelio. Domingo V del Tiempo Ordinario.
Santo Evangelio según San Mateo
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».
04 febrero 2023
02 febrero 2023
Evangelio. Presentación del Niño Jesús en el templo.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.
Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.
Dos de febrero. Día de la Vida Consagrada.