La Biblia es el Libro que señala nítidamente el camino que Dios ha elegido para decirnos quién es y cómo es. Cuando el hombre se pone a pensar sobre Dios, tiende a hacer un “Dios a su medida”. Pero el Señor ha venido al encuentro del hombre para entablar diálogo con él y decirle Él mismo cómo es: un Dios personal, amigo íntimo, “que tanto ha amado al mundo que le ha entregado a su Hijo único” (1 Jn 4, 10; cf. Jn 3, 16). Un Dios cercano al hombre en el cual vivimos, nos movemos y existimos; un Dios que ha entrado en nuestro mundo para edificar con los hombres la Historia; un Dios que para definirse a sí mismo se denomina Dios de la Vida, Dios de vivos, no de muertos (Lc 20, 38): Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob (Ex 3,6).
La Biblia nos da a conocer cuál es el auténtico cristianismo, cuál es su esencia. A lo largo del todo el siglo XX, y desde el siglo XVIII con la Ilustración, muchos hombres han rechazado el cristianismo porque lo veían solamente como un conjunto o sistema de verdades, de dogmas más o menos absurdos (para la mentalidad pragmática y racionalista de Occidente), pero que hay que aceptar, porque a Dios así se le antoja o la Iglesia lo manda por “decreto”. O, lo que es peor, el cristianismo se ha presentado como un sistema de preceptos bastante incómodos que hay que cumplir, si no se quiere caer en desgracia ante Dios al se le ve como un intransigente dictador.
Esto, desgraciadamente es un hecho, y muchas personas que se dicen cristianos, así lo ven y así lo viven, pero esta visión de la fe cristiana es lo más contrario al auténtico cristianismo, pues planteado así, la fe cristiana se reduce a una filosofía de vida más o a un código ético de conducta, cuando el cristianismo es Jesucristo, y así lo han comprendido y vivido muchos discípulos a lo largo de la historia como los Apóstoles, Pablo de Tarso, Benito de Nursia, Bruno de Colonia, Bernardo de Claraval, Francisco y Clara de Asís, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Juan de Ávila, Teresa de Liseux, Edith Stein, Maximiliano Kolbe y tantos amigos del Señor. Jesucristo una persona que se ha metido en la vida de los hombres para sacudir las conciencias, para plantearles una pregunta determinante: “¿Y vosotros, quién decís que soy Yo?”(cf. Mt 16, 15).
Jesucristo es aquel ante el que no cabe la indiferencia, que obliga a tomar postura y opción por Él, a comprometerse por un estilo de vida: o conmigo o contra mí. Una persona a quien o se odia hasta crucificarla o se ama hasta morir por ella. El cristianismo no es otra cosa que la comunidad de discípulos que han optado libremente en sus vidas por seguir a Jesucristo con el que culmina la intervención de Dios en la Historia, con el que la Revelación de Dios llega a su plenitud. Una persona que pone sus condiciones de entrega, de fidelidad, como lo exige cualquier amor.
La Biblia por tanto, nos proporciona el conocimiento interno de quién es Dios manifestado plenamente en Jesucristo. Sólo conociendo a Cristo Jesús se puede llegar a amarle. Sólo en la Biblia y en la Iglesia se le puede llegar a conocer en plenitud, porque en ella, Él se manifiesta.
La Biblia nos ayuda a formar la auténtica espiritualidad cristiana del discípulo que no es otra que la espiritualidad litúrgica en su doble dimensión comunitaria e individual. La Liturgia es la expresión de la piedad de la Iglesia como comunidad creyente que dirige su mirada al Padre, reunida por la acción del Espíritu Santo, en nombre del Señor Jesús. En el marco de la Liturgia con toda su riqueza y variedad se actualizan las intervenciones salvadoras de Dios. Estas intervenciones están narradas en la Biblia. Así lo proclama el Concilio Vaticano II en el número 24 de la Constitución Sacrosanctum Concilium.
Llegados a este punto hemos de preguntarnos qué es la Biblia, un libro, una biblioteca, un manual, una enciclopedia, un tratado de Historia, una obra literaria, un código moral… La Biblia en esencia es una historia: la historia de la realización del plan de Dios sobre el género humano. Dicho plan sólo Él lo conoce, está escondido en lo más íntimo del ser de Dios, pero ciertamente, ese proyecto lo va manifestando a lo largo de las épocas a los hombres.
El proyecto de Dios puede resumirse así: una humanidad que comienza en la tierra a vivir la felicidad a la que está llamada en la vida eterna. El Reino de Dios está en nosotros y entre nosotros. Esta es una de las ideas esenciales de la predicación de Jesús. Este proyecto salvífico lo expone perfectamente el apóstol Pablo (cf. Ef 1, 3-10).
El plan de Dios consiste en salvar, redimir al género humano por y en Jesucristo, el cual se consuma con la Pasión-Muerte-Resurrección-Ascensión. Y es un plan muy difícil de entender para la mentalidad del hombre. Encarnación en el seno de una Virgen, Nacimiento en un pesebre, predicación de un Reino que no es de este mundo, triunfo por medio de un fracaso: la dolorosa Pasión y la Muerte en el árbol de la Cruz.
Dios en Persona entra en la Historia de la Humanidad haciéndose uno más entre los hombres; “para redimir al siervo entrega al Hijo” nos dice la Liturgia.
El drama de la humanidad es que quiere salvarse por sí misma pues aceptar la salvación que viene de Otro supone reconocer la propia incapacidad, la
indigencia para liberarse a sí mismo. El Señor usa la pedagogía del fracaso. Cuando el hombre pretende salvarse a sí mismo, Dios lo deja a sus propias fuerzas para ver de qué es capaz. Al fin y a la postre, la humanidad se da cuenta de que por sí sola está abocada al abismo, pero es aún así su tentación más fuerte: seréis como Dios. Es decir, nos seduce el pecado de Satanás, la soberbia, la autosuficiencia, el pensar que no necesitamos ser liberados, curados, salvados por nadie y menos, por un Dios tan cercano que se hace Hombre y por su cercanía, resulta molesto e incómodo.
La Biblia, libro vivo, nos ayuda a penetrar en el misterio de Jesucristo, el Dios con nosotros, a dar el auténtico sentido a nuestra vida de cada día, esa que pensamos en tantas ocasiones que es rutinaria, que nadie –ni nosotros a veces- sabemos valorar.
La presencia maternal de Santa María, la Virgen Madre nos estimula a saber disfrutar de cada momento de nuestra propia existencia. María Santísima, discípula de Cristo Jesús, modelo de entrega silenciosa, de fidelidad, como Madre nuestra nos enseña a escoger la mejor parte, que no es otra cosa que su Hijo Jesús, para hacer de Él el principio y el fundamento de nuestras vidas.
P. Francisco, Sacerdote.
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