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31 marzo 2020

Vanesa Martín: "Un canto a la Vida"



Palabras del Papa Francisco en la oración desde la Basílica de San Pedro para el fin de la pandemia, en la que otorgó la Indulgencia Plenaria e impartió la bendición Urbi et Orbi con el Santísimo Sacrament


«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas.

Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.

En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús.

Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—.

Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).

No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.

La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela y se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa.

No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo.

Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12).

Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.

Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.

Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.

Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar.

El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado.

El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad.

En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios.

Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).


(Papa Francisco. Roma. 27-03-2020)

23 marzo 2020

Para todo hay un tiempo.


Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.

Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;

tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar;

tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar;

tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar;

tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar;

tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar;

tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.

¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana?

Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él.

Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.


(Eclesiastés 3, 1-12)

Nuestra Parroquia de Santa Rosa de Lima también agradece (encendiendo las Luces de las Vidrieras a la 20:00) la labor de nuestros sanitarios por el trabajo y servicio que están prestando.




22 marzo 2020

Domingo IV del Tiempo de Cuaresma.



Todos los días, sin miramos con atención a nuestro alrededor, nos podemos encontrar con muchas cosas que nos hablan de Dios. Pero para verlas, hay que tener los ojos bien abiertos y, sobre todo, que sean sensibles al amor de Dios.

Las lecturas nos van a hablar de Luz, Luz para descubrir a Dios en nuestra vida y Luz que los cristianos debemos ser para el mundo.
Vamos a pedir a Dios que nosotros, camino a la Pascua, nos abra los ojos de la fe, a su presencia y aleje de nosotros la tiniebla, para poder contemplar el mundo con ojos limpios y luminosos, y que esa Luz llegue también a nuestro corazón e ilumine nuestros sentimientos y nuestro obrar. Es decir, que nos cure de las cataratas que nos impiden verle a Él en nuestros hermanos.

En la Primera Lectura,
Nos cuenta, como David es ungido Rey de Israel por el profeta Samuel, quien es enviado por Dios para buscar al próximo rey de su pueblo. Éste es un muchacho humilde, sin grandes pretensiones ni liderazgos.

En la Segunda Lectura,
San Pablo en su carta a los fieles de Éfeso nos invita a alejarnos de las tinieblas, a buscar la luz de Cristo y a valorar que, por Jesucristo, somos hijos de Dios por adopción, y a su vez, somos también Hijos de la Luz.

En el Santo Evangelio,
San Juan, nos narra la persecución religiosa que sufre un ciego a quien Jesús de Nazaret ha devuelto la vista. Jesús no quiere solo que veamos, sino que, iluminados por la fe, los demás descubran a Jesús a través de nuestras buenas obras.
Sólo podemos salir de la oscuridad si reconocemos nuestra ceguera y acudimos a Cristo, que es Luz del mundo. Por eso, este Evangelio, es un buen espejo para mirarnos aquellas enfermedades que no nos dejan seguirle con fidelidad ni amar al prójimo como debemos hacerlo.

Que la Santísima Virgen, que es refugio de los pecadores y salud de los enfermos, nos ayude a ser valientes para poder andar en la Luz, nos fortalezca en estos momentos estamos viviendo de pandemia, e interceda por nosotros para que no perdamos de vistas que es más importante aplicar el “nosotros” que el “yo”.

21 marzo 2020

Indicaciones para la celebrar la Semana Santa.


A causa de la pandemia del Covid-19, la Congregración para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos del Vaticano, ha ofrecido indicaciones generales y algunas sugerencias a los Obispos para las próximas fiestas pascuales.

Fecha de la Pascua. No es na fiesta como las demás, por lo que no puede ser trasladada.

La Misa Crismal. El Obispo, valorando el caso concreto de los diversos países, tiene facultad para posponerla.

Triduo Pascual. Los Obispos darán indicaciones, de acuerdo con la Conferencia Episcopal, para que en la iglesia, el Obispo y los párrocos celebren los misterios litúrgicos. Avisarán a los fieles a través de los medios de comunicación telemáticos para que lo hagan desde sus propias casas.

El Jueves Santo, en la medida de la posibilidad establecida por aquellos a quienes compete, los sacerdotes pueden celebrar la Misa en la Cena del Señor. El lavatorio de pies y la procesión al final de la Misa, se omiten. El Viernes Santo, en la medida de la posibilidad establecida por aquellos a quienes compete, el Obispo / el párroco celebra la Pasión del Señor.

El Domingo de Pascua, se celebrará la Vigilia Pascual solo en las iglesias catedrales y parroquiales. Para el inicio, se omite el fuego, se enciende el cirio y, omitida la procesión, se hace el pregón pascual. Sigue la “Liturgia de la Palabra”. En la “Liturgia bautismal” solo se renuevan las promesas bautismales.

Para los monasterios, seminarios y comunidades religiosas, decide el Obispo diocesano.


Conferencia Episcopal Española.

20 marzo 2020

Carta pastoral del Obispo de Málaga, Jesús Catalá Ibáñez.



Ante la pandemia del "coronavirus"


Queridos fieles:

1.- A todo el mundo ha sorprendido la pandemia del “coronavirus” (Covid-19) con su rápida difusión, trastocando todos los aspectos sociales, religiosos, civiles, sanitarios y económicos, alterando profundamente la vida ordinaria.

Parecía que la gente vivía en un mundo estable y confiado, siguiendo la rutina de siempre. Sin embargo, ha bastado un pequeñísimo virus, para descontrolarlo todo.

Esta situación ha provocado una profunda y amplia crisis con graves consecuencias sociales y económicas; de modo especial para los más desfavorecidos y con menos recursos; y para quienes se quedan sin trabajo. En un mundo donde prima la productividad y el consumo, todo se ha parado; lo que parecía lo más importante y el motor de la sociedad ha quedado bloqueado.

Es de agradecer la respuesta generosa y solidaria de todos, tanto de forma institucional como individual. Todos y cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad de atender a los más aquejados por esta situación, para ofrecerles nuestra cercanía y solidaridad.

2.- Esta nueva experiencia nos obliga inevitablemente a dejar lo superfluo, para centrarnos en lo que es esencial para nuestra vida y dirigir nuestra mirada a Dios, como fundamento de nuestra existencia; porque estamos llamados a vivir su Amor por toda la eternidad y en eso consiste la felicidad verdadera.

Dios nos sostiene para afrontar con confianza y responsabilidad esta situación que a todos nos afecta. El ser humano, creado a imagen de Dios, descubre su sacralidad en el silencio, en saborear la belleza del vivir cotidiano, en la mirada transcendente, en el valor de la presencia del otro, en tantos talentos recibidos, pero no siempre hechos fructificar; y, sobre todo, descubre la sacralidad de la vida humana, que debe ser siempre respetada en todo momento de su proceso vital.

3.- La difícil situación de esta crisis mundial, que vivimos, nos ha sobresaltado, ha sacudido nuestras mentes y nos plantea cómo vivir la fe cristiana inmersos en esta pandemia.

El tiempo litúrgico en que nos encontramos es la Cuaresma; un tiempo de gracia para avivar los buenos propósitos de conversión y de realizar bien el camino cuaresmal hacia la Pascua.

Los fieles cristianos habíamos proyectado las acostumbradas penitencias cuaresmales, la oración más intensa, la confesión sacramental, los ayunos, la abstinencia de carne, los actos de piedad (viacrucis, celebraciones), la lectura más prolongada de la Palabra de Dios.

Los cofrades habían iniciado sus tareas de preparación litúrgica de la Semana Santa con los triduos, quinarios y demás celebraciones y actos de culto a sus Sagrados Titulares. Ya se empezaba a sacar los enseres procesionales para su limpieza y puesta a punto; ya se soñaba cómo preparar y adornar los tronos procesionales; ya degustábamos la salida procesional. Y ahora…, todo eso se viene abajo por culpa de un huésped invisible, que está haciendo estragos mortales entre la población.

4.- Nunca se ha visto algo parecido; nadie había tenido la experiencia de algo semejante. Hubo años sin salidas procesionales por causa de la lluvia o de la guerra; pero tener que quedarse en casa en tiempos de convivencia pacífica, sin poder asistir a la santa Misa es algo insólito.

Desde que empezó la crisis del coronavirus los diversos obispados españoles han ido dando normativas y disposiciones. La Diócesis de Málaga ha dado varias recomendaciones para afrontar la situación.

Inmersos en esta nueva experiencia inaudita hemos de saber asumir nuestro compromiso cristiano y adaptarnos a las circunstancias adversas. Se nos invita a ser solidarios con todos, para evitar más contagios. Damos un gran ejemplo quedándonos en casa y renunciando a ciertos planes que desearíamos realizar.

En estos días difíciles debemos empeñarnos en mantener la serenidad, la prudencia, la paciencia y seguir asumiendo nuestro compromiso cristiano de caridad hacia los enfermos y a los más necesitados, actuando como buenos samaritanos (cf. Lc 10, 33-37), tal y como nos enseñó nuestro Señor Jesucristo y que hacen más creíble la Iglesia. Agradecemos a los muchos voluntarios, tanto de forma individual como asociada, que se han ofrecido para ayudar en esta hermosa tarea samaritana.

La pandemia está siendo una ocasión nueva para preocuparnos del hermano débil y necesitado, del enfermo, del anciano. El mismo virus nos está demostrando que no entiende de fronteras entre los seres humanos, ni etnias, ni culturas, ni lenguajes, ni religiones. Todos somos iguales con la misma dignidad.

5.- Invito a todos los fieles a intensificar la lectura y la meditación de la Palabra de Dios. Como dije a los catecúmenos en la celebración del “Rito de Elección de los catecúmenos” del primer domingo de Cuaresma y en el Viacrucis celebrado en la Catedral el primer viernes cuaresmal con la participación de las cofradías malagueñas, es conveniente leer y meditar en esta Cuaresma el evangelio según san Mateo, ya que nos encontramos en el ciclo litúrgico “A”. Vivamos la presencia del Señor que nos habla en la oración, en diálogo personal con Él, como lo hizo con la mujer samaritana junto al pozo de Sicar (cf. Jn 4, 5-42). Él nos descubre la verdad de nosotros mismos y nos invita a mirar con ojos de transcendencia la realidad de nuestra vida. Él nos recuerda que hay que adorar a Dios en espíritu y verdad, aunque no podamos ir al templo.

Hoy en día disponemos de muchos recursos, sobre todo por vía “on-line” para rezar la Liturgia de las Horas, leer los textos bíblicos de cada día y las lecturas de los domingos. Meditar el Evangelio nos ayudará a poner a Dios en el centro de nuestra vida; y nos hará mejores evangelizadores, incluso a través de las redes. También podemos compartir los mensajes y audiovisuales que nos llegan y que tienen un buen mensaje. Estos días, en que disponemos de mucho tiempo en casa, son también una ocasión para visionar algunas películas, seleccionadas por sus valores y criterios de bondad, verdad, belleza y religiosidad.

6.- Os exhorto a elevar desde vuestros hogares la oración al Señor por todos los enfermos, de modo especial por los que sufren la enfermedad del coronavirus, por los que ya han partido de este mundo por esta causa y por sus familias.

Rezamos por las personas que están sirviendo a la población desde sus puestos de trabajo, de manera especial por los médicos y el personal sanitario. Rezamos por quienes tienen la responsabilidad de las decisiones, por las fuerzas de seguridad, por quienes desempeñan su trabajo en estos días como servicio a la comunidad, por los padres que se desviven cuidando a su familia, sobre todo a los niños que viven desconcertados esta situación.

Junto con nuestra oración vaya nuestro más profundo agradecimiento a todas las personas que ofrecen su trabajo, su tiempo y su dedicación generosa al cuidado de los demás y al bien común en los distintos campos de la vida socio-política.

El tradicional rezo del Santo Rosario en las familias puede volver en estos días a ocupar su puesto, invocando a la Santísima Virgen María como salud de los enfermos, auxiliadora y protectora maternal.

Además de la curación de los cuerpos, pedimos, sobre todo, la sanación de las almas. Estos días son claramente una hermosa ocasión que nos impele a renovar nuestro amor a Dios y a los hermanos.

Aceptando la sugerencia de nuestra Conferencia Episcopal nos unimos todos cada día, a las 12h., para rezar el Ángelus y escuchar el sonido de las campanas que nos recuerdan la presencia de Dios, que siempre está con nosotros.

Recemos la oración que el papa Francisco nos ha ofrecido para estos días, que termina con la más antigua oración mariana: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita”.

7.- Deseo agradecer a todos los sacerdotes su generosa entrega en el ministerio sacerdotal; su cercanía a los enfermos, a las personas con mayor fragilidad y a los más necesitados; su entrega en el ejercicio de la misión encomendada. Resulta insólito y doloroso celebrar la Eucaristía sin participación de los fieles; pero la Iglesia sigue alabando a Dios y celebrando el misterio pascual de Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación.

Los sacerdotes sostenéis al pueblo santo de Dios al ofrecer el sacrificio redentor en el altar. Las personas de especial consagración, de modo concreto los contemplativos, estáis llamados a seguir orando por todos, para que el Señor se apiade de nosotros, nos convierta a Él y nos salve. Vosotros sois de modo particular los altares, desde donde sube la oración de intercesión a Dios por la humanidad.

8.- La gran fiesta de la Pascua cristiana no se suprime ni se aplaza. Aunque los fieles no puedan participar en la Eucaristía, aunque no salgan las tradicionales procesiones por las calles de nuestras ciudades, aunque no podamos salir de casa,… celebraremos la Pascua con gran fe y verdad. Como ya se ha dicho en días pasados, se pueden seguir las celebraciones litúrgicas a través de los medios de comunicación.

Podemos permanecer en casa visionando y meditando las escenas de la pasión y muerte del Señor, que nos ofrecerán las televisiones. Todos unidos, en oración sincera y en piedad gozosa, celebraremos la Pascua del Señor, para que “pase” también por nuestras vidas. Aunque esta Pascua la vivamos de modo muy diferente a otros años, no la dejemos pasar de balde, sino que sea un momento de encuentro profundo con el Señor. Él nos sigue salvando, redimiendo y perdonando nuestros pecados. Su Cruz adoramos y su Resurrección glorificamos. Por Él ha venido la salvación al mundo entero. «Si morimos con él, también viviremos con él; si perseveramos, también reinaremos con él» (2 Tm 2,11-12).

9.- Animo a todos los cofrades a implorar la gracia del perdón divino y la salud corporal y espiritual de todos los fieles, invocando a sus Sagrados Titulares en sus diversas advocaciones.

Os deseo a todos una fecunda Cuaresma, como camino hacia la Pascua, una gozosa conversión a Dios, una mayor actitud de amor a los hermanos, especialmente a los enfermos y a los más necesitados, y una luminosa celebración del Misterio Pascual.

Firmo esta carta pastoral en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal. Él vivió con humildad y sencillez cuidando de María y de Jesús y trabajando silencioso en su taller.

Que su ejemplo nos ayude valorar el sabor de la simplicidad cotidiana, el gusto por las pequeñas cosas, la alegría de vivir, el goce del silencio y el poder disfrutar de las personas queridas. Él nos anima a cuidar de los más cercanos y a vivir estos días en el silencio del hogar.

Pedimos a Santa María de la Victoria, Patrona de nuestra Diócesis, que nos alcance la victoria deseada en la lucha contra el mal.


Con mi bendición.

+ Jesús Catalá

Obispo de Málaga

14 marzo 2020

Comunicado oficial. Málaga se queda sin las procesiones de Semana Santa


Málaga, 14 de marzo de 2020.- Esta mañana han mantenido varias conversaciones el obispo de Málaga, Jesús Catalá; el presidente de la Agrupación de Cofradías, Pablo Atencia; y el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre. Dichas conversaciones, obviamente, han abordado la situación generada por la crisis del coronavirus y la declaración por parte del Gobierno de España del estado de alarma.

Los tres han considerado responsable y necesario suspender las procesiones de Semana Santa, así como todos los actos públicos previos a la misma, y han decidido comunicar conjuntamente dicha suspensión, lamentando los inconvenientes que esto supone para las Cofradías y expresando su agradecimiento por la colaboración de todos los cofrades malagueños en esta situación excepcional.

Catalá, Atencia y De la Torre animan a los cofrades y a todos los fieles a vivir la Semana Santa mediante la oración personal, a pesar de estas circunstancias adversas.


www.diocesismalaga.es

Sigue la Misa en TV y Radio en Málaga.


Canal Málaga emite este domingo 15 de marzo la Misa de la Catedral a las 12.00 horas.

A nivel nacional, Trece emite a diario a las 11.00 horas la Misa y los domingos a las 12.00 h.

En Cope, puede escucharse la celebración los domingos a las 9.00 horas.

TVE lo hace los domingos a las 10.30 h. También puede seguirse a través de RNE 5, los domingos a las 8. 15 h.

Radio María también lo hace cada día a las 10.00 horas.

El Obispado de Málaga ha decretado nuevas disposiciones ante el estado de alarma provocado por el coronavirus.


El Gobierno de España ha decretado el “estado de Alarma” debido a una mayor expansión del “Coronavirus” (Covid-19). Las autoridades sanitarias y gubernamentales, con el fin de detener la propagación de la enfermedad, piden reducir la movilidad y evitar la concentración de personas. Como cristianos queremos seguir las indicaciones de las autoridades, para combatir esta pandemia hasta su erradicación. Ante estas circunstancias el Obispado de Málaga propone unas nuevas “Disposiciones” para prevenir el contagio:

1.- Todos los fieles católicos de la Diócesis de Málaga quedan dispensados del precepto dominical, que prescribe el C.I.C., cc. 1246-1248. Es decir, están dispensados de la obligación de la Misa los domingos y fiestas de guardar, mientras dure la epidemia.

2.- Se recomienda a los fieles seguir la santa Misa por televisión, radio o internet, haciendo la comunión espiritual.

3.- Los sacerdotes celebren diariamente la Eucaristía, aunque sea con un número muy limitado de fieles, e incluso solos, pidiendo por el cese de esta pandemia. La liturgia de la Iglesia se debe seguir celebrando, aunque sea a puerta cerrada.

4.- Se pide a todos los fieles que intensifiquen la oración por las personas enfermas, las fallecidas y sus familiares, así como por los profesionales sanitarios y por quienes están sirviendo a la sociedad en estos momentos desde sus puestos de responsabilidad profesional.

5.- En esta situación adversa debemos observar las medidas de seguridad recomendadas por las autoridades; y tenemos el deber de seguir prestando atención espiritual y material, especialmente a los enfermos, a los ancianos, a los pobres, a los niños y a las personas vulnerables. La caridad es la máxima norma del cristiano.

6.- Exhortamos al pueblo cristiano a vivir este tiempo litúrgico de Cuaresma volviendo nuestra mirada a nuestro señor Jesucristo, reavivando nuestra fe, esperanza y caridad e intensificando la oración y la penitencia.

7.- Imploramos la intercesión de nuestra Madre, la Santísima Virgen María, con la oración mariana más antigua: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen, gloriosa y bendita”.

Nuestra Vanesa Martín, nos recuerda las medidas necesarias para la prevención del COVID-19.