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29 junio 2017

Himno a San Pedro y San Pablo.


La hermosa luz de eternidad inunda
con fulgores divinos este día,
que presenció la muerte de estos Príncipes
y al pecador abrió el camino de la vida.

Hoy lleváis la corona de la gloria,
padres de Roma y jueces de los pueblos:
el maestro del mundo, por la espada;
y, por la cruz, el celestial portero.

Dichosa tú que fuiste ennoblecida,
oh Roma, con la sangre de estos Príncipes,
y que, vestida con tan regia púrpura,
excedes en nobleza a cuanto existe.

Honra, poder y sempiterna gloria
sean al Padre, al Hijo y al Espíritu
que en unidad gobiernan toda cosa
por infinitos e infinitos siglos. Amén.

De los sermones de San Agustín sobre San Pedro y San Pablo.


El día de hoy es para nosotros sagrado, porque en él celebramos el martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo. No nos referimos, ciertamente, a unos mártires desconocidos. A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. Estos mártires, en su predicación, daban testimonio de lo que habían visto y, con un desinterés absoluto, dieron a conocer la verdad hasta morir por ella.

San Pedro, el primero de los apóstoles, que amaba ardientemente a Cristo, y que llegó a oír de él estas palabras: Y yo te digo que tú eres Pedro. Él había dicho antes: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Cristo le replicó: «Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Sobre esta piedra edificaré esta misma fe que profesas. Sobre esta afirmación que tú has hecho: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, edificaré mi Iglesia. Porque tú eres Pedro.» «Pedro» es una palabra que se deriva de «piedra», y no al revés. «Pedro» viene de «piedra», del mismo modo que «cristiano» viene de «Cristo».

El Señor Jesús, antes de su pasión, como sabéis, eligió a sus discípulos, a los que dio el nombre de apóstoles. Entre ellos, Pedro fue el único que representó la totalidad de la Iglesia casi en todas partes. Por ello, en cuanto que él solo representaba en su persona a la totalidad de la Iglesia, pudo escuchar estas palabras: Yo te daré las llaves del reino de los cielos. Porque estas llaves las recibió no un hombre único, sino la Iglesia única. De ahí la excelencia de la persona de Pedro, en cuanto que él representaba la universalidad y la unidad de la Iglesia, cuando se le dijo: Yo te entrego, tratándose de algo que ha sido entregado a todos. Pues, para que sepáis que la Iglesia ha recibido las llaves del reino de los cielos, escuchad lo que el Señor dice en otro lugar a todos sus apóstoles: Recibid el Espíritu Santo. Y a continuación: Quedan perdonados los pecados a quienes los perdonéis; quedan retenidos a quienes los retengáis.

En este mismo sentido, el Señor, después de su resurrección, encomendó también a Pedro sus ovejas para que las apacentara. No es que él fuera el único de los discípulos que tuviera el encargo de apacentar las ovejas del Señor; es que Cristo, por el hecho de referirse a uno solo, quiso significar con ello la unidad de la Iglesia; y, si se dirige a Pedro con preferencia a los demás, es porque Pedro es el primero entre los apóstoles.

No te entristezcas, apóstol; responde una vez, responde dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor, ya que por tres veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de ser desatado lo que por tres veces habías ligado. Desata por el amor lo que habías ligado por el temor.

A pesar de su debilidad, por primera, por segunda y por tercera vez encomendó el Señor sus ovejas a Pedro.

En un solo día celebramos el martirio de los dos apóstoles. Es que ambos eran en realidad una sola cosa, aunque fueran martirizados en días diversos. Primero lo fue Pedro, luego Pablo. Celebramos la fiesta del día de hoy, sagrado para nosotros, por la sangre de los apóstoles. Procuremos imitar su fe, su vida, sus trabajos, sus sufrimientos, su testimonio y su doctrina.

Hoy celebramos la Solemnidad de San Pedro y San Pablo.



27 junio 2017

Sexo y Pudor.


Nos hemos acostumbrado a vivir en un entorno hipersexualizado. Basta abrir cualquier revista, navegar por internet o ver un par de anuncios televisivos para comprobar que el cuerpo humano ―especialmente el femenino― es utilizado con frecuencia como reclamo comercial. La fuerte presencia de lo sexual en nuestras vidas puede suponer un problema en la medida en que normalizamos actitudes que están reservadas al ámbito privado, banalizándolas y convirtiéndolas en mero consumo. Así, el sexo se concibe como algo que sencillamente nos gusta y da placer sin consecuencias aparentes, y corremos el riesgo de trasladar esa idea a nuestras vidas. Habrá quien piense que las cosas son buenas por el mero hecho de dar placer, pero…¿cuántas cosas hay en la vida que, aunque en un primer momento nos den placer, a la larga las consecuencias son negativas?

Ante esta avalancha de imágenes, hay una palabra que nos puede ayudar a vivir como cristianos: pudor. El pudor consiste en reconocer el enorme valor de nuestro cuerpo, y nos anima a ser cuidadosos con nuestras formas de expresión corporal. No se trata de “se puede o no se puede”, sino de “qué quiero expresar” con mi cuerpo. Todos sabemos que no es lo mismo dar la mano, abrazar o besar; de hecho, jugamos con estas expresiones para expresar el tipo de relación que tenemos con los demás. Además, nos sentimos tremendamente incómodos cuando alguien hace un gesto corporal que no expresa un sentimiento compartido por la otra persona, tanto por exceso como por defecto: ¿alguien se imagina dándole un beso a un desconocido, o estrechándole la mano a su madre?

La invitación que nos hace la Iglesia no es a negar nuestra dimensión corporal, sino a poner el cuerpo en sintonía con el espíritu como garantía de no hacernos daño a nosotros mismos y a los demás. Así, podremos vivir con agradecimiento responsable el regalo que Dios nos hizo dándonos un cuerpo. Y entonces experimentaremos en nuestros propios cuerpos y en los de los demás que somos, como decía San Pablo, auténticos templos del Espíritu Santo.


(Pedro Rodríguez Ponga. sj.)
Pastoral Jesuitas.

Acción de Gracias.




Te damos gracias, Padre santo por Jesús, tu pan, tu vino por quien te hemos conocido,
por quien sabemos vivir, por quien mantenemos la esperanza, por quien podemos sentirnos como hermanos.

Te damos gracias porque hace muchos años que le conocemos, le queremos, le seguimos.

Te damos gracias porque sin Él nuestra vida no sería lo que es.

Te damos gracias porque es para nosotros luz para el camino, alimento para el trabajo, ilusión para el
futuro.

Te damos gracias porque la fuerza de tu Espíritu le hizo Pastor, Semilla, Agua, Fuego, Vino, Pan,

Te damos gracias porque la fuerza de tu Espíritu le hizo pobre, humilde, valeroso, compasivo.

Te damos gracias porque gracias a Él nuestra vida de tierra se transforma y nos hacemos Hijos,
trabajamos en tu Reino, y sabemos esperar y perdonar.

Te damos gracias, Padre, por Jesús, tu Hijo, nuestro Señor.
Amén.

26 junio 2017

El pasado 21 de junio, celebramos el Aniversario del nacimiento del Padre Francisco Méndez.


Su nacimiento


EL día veintiuno de junio de mil ochocientos cincuenta, fiesta de San Luís Gonzaga, modelo suavísimo de castidad y pureza y patrono universal de la juventud cristiana, nacía en la Villa y Corte de Madrid un niño, que recibió en el bautismo el nombre del Patriarca de Umbría.

Aquel niño había de ser, andando el tiempo, flor bellísima de pureza virginal, modelo de sacerdotes, prodigio de caridad, padre de todos los desamparados, fundador de la Congregación de Religiosas Trinitarias y admiración de su siglo; Don Francisco de Asís Méndez Casariego.

Algo extraordinario debió mostrar en su rostro aquel venturoso niño, al amanecer al mundo, cuando el médico, que asistía a la madre, Don Alfonso Pellico, Decano de la Facultad de Medicina de Madrid, exclamaba al contemplarle, rememorando, tan vez de una manera inconsciente, el antiguo vaticinio: “et tu puer propheta altissimi vocaveris”, este niño será sacerdote del Señor; vaticinio que no poco maravilló a los que estaban presentes.

Fueron sus padres Don José Méndez Andrés y Doña Antonia Casariego Fernández.

(Buscador de Perlas)


  • Su vida cotidiana


Como San Pablo en el Areópago de Atenas, el P. Méndez pudo manifestar: “En Dios vivimos y nos movemos y somos”. “De hoy en adelante –propone en los Ejercicios de noviembre de 1885- procuraré conservar la presencia de Dios y no alejarme de su campo ni meterme solo en la batalla”.

A poco que se le tratara se advertía que vivía en presencia de Dios 51, una presencia “continua e intensísima”, “grandísima” . Aparecía siempre envuelto en la presencia de Dios. Nunca la perdía.

“Cuando hablábamos con el Siervo de Dios –aseguran- parecía un hombre abstraído, como si estuviera en la presencia de Dios”.
Como si viviera en otra dimensión. Era éste uno de los rasgos que más claramente constataban los sacerdotes y que comentaban con alguna frecuencia.

No acertaba a ocultar ni a disimular su estado de alma, su unión con Dios. Sin imaginar que se retrataba cuando escribía los efectos, exhortaba a sus Hijas:

“Su rostro siempre alegre, sus labios en los que debe estar depositada la sonrisa y sus movimientos y voz serena, sean indicio claro de la dulzura de que su alma está llena y que proviene de la presencia de su dulce dueño y amadísimo Redentor”.

Siempre –nótese- esa característica amorosa, propia de la oración sobrenatural. Seguramente trasvasaba ese mismo espíritu, su modo de practicar esa divina presencia cuando la enseñaba así a sus Trinitarias:

“Nos predicaba mucho sobre la presencia de Dios, instruyéndonos cómo habíamos de hacer esta práctica. Él nos decía que habíamos de considerar a Dios como nuestro Padre, nuestro Amigo, nuestro Esposo. Yo tengo la seguridad –añade el testigo-, por el recogimiento con que caminaba, de que practicaba cuanto nos decía” .

Ciertamente, pero adviértase en ese tríptico de Dios, plasmada cada una de las Personas de la Santísima Trinidad: como Padre, como amigo (el Hijo), como Esposo (el Espíritu Santo).

Muy recogido caminaba por la casa y por las calles 60. Extrañado don Antonio Pelegrín de esta rara actitud por las vías públicas de una gran capital, sacó la siguiente impresión:

“Caminaba siempre –declaró- muy recogido de modo que cuando iba por la calle no miraba a nadie y cuando se acercaba a saludarlo se detenía sólo lo preciso para no molestar a la gente con saludos largos, según él me decía cuando yo le preguntaba sobre esta actitud suya”.

Nadie indica que guardara menos recogimiento en un sito que en otro. Dios moraba en él y él en Dios siempre y en todo lugar, y el Padre Méndez lo atestigua con su conducta. Un canónigo asegura: “Para mí, vivía constantemente en la presencia de Dios en cualquier sitio que se hallase”.

Para hacérselo más sencillo habla de vida interior compatible con la exterior. Esta es una de las páginas autobiográficas más serenas y cristalinas, reflejo también de su sabiduría como Director:

“Para hacer cualquier obra necesitamos el corazón y el brazo. El corazón da la vida y fuerza al brazo de la sangre que le envía y el brazo se mueve y hace la obra. El corazón significa la vida interior, contemplativa; el brazo la vida exterior, activa, y así como el brazo y el corazón están unidos en la misma persona y uno sin el otro no pueden hacer obra alguna, así la vida contemplativa y activa pueden y deben armonizarse en la misma persona.
El corazón late de día y de noche y un instante que se pare trae enseguida la muerte. El brazo no se mueve más que a intervalos.

(Quien es mi prójimo)


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/aniversario-del-nacimiento-del-padre-francisco-mendez-por-fray-jose-borja/

El cristiano no consulta horóscopos, vive la voluntad de Dios.


Un cristiano “que está parado” no es un verdadero cristiano, es peligro el “instalarse demasiado” en horóscopos en lugar de “fiarse de Dios”.

En la lectura del Génesis, en la que se habla de Abraham, vemos un estilo de vida cristiana, el estilo de nosotros como pueblo que se basa en 3 puntos: “despojarse”, la “promesa” y la “bendición”.

Ser cristiano lleva siempre esta dimensión de despojarse que encuentra su plenitud en el despojarse de Jesús en la Cruz. Siempre hay un ‘ir’, ‘deja’, para dar el primer paso: ‘deja y vete de tu tierra, de tu parentela, de la casa de tu padre’.
Si hacemos un poco de memoria veremos que en los evangelios la vocación de los discípulos es un ‘ve’, ‘deja’, ‘ven’”.

Por tanto, los cristianos deben tener “la capacidad” de ser despojados porque si no se dejan “despojar y crucificar con Jesús”, no son cristianos auténticos.

El cristiano no tiene el horóscopo para ver el futuro; no va al adivino que tiene la bola de cristal, o a que le lean la mano. No, no. No sabe dónde va. Es guiado. Y esto es como una primera dimensión de nuestra vida cristiana: el despojarse.

¿Pero despojarse para qué? Para ir hacia una promesa.
Y esta es la segunda. Somos hombres y mujeres que caminamos hacia una promesa, hacia un encuentro, hacia algo que debemos recibir en herencia.

Abraham se “fía de Dios”, y siempre está en camino. El camino comienza todos los días desde la mañana; el camino de fiarse del Señor, el camino abierto a las sorpresas del Señor, muchas veces no son buenas, son feas. Pensemos en una enfermedad, en una muerte. Pero es un camino abierto porque yo sé que Tú me llevarás a un lugar seguro, a una tierra que has preparado para mí: el hombre en camino, el hombre que vive en una tienda, una tienda espiritual.

Cuando el alma se acomoda demasiado, se instala demasiado, pierde esa dimensión de ir hacia la promesa y en lugar de caminar hacia la promesa, lleva la promesa y posee la promesa, y esto no funciona, no es cristiano.

El tercer punto es la “bendición”. El cristiano “bendice”, es decir, “dice bien de Dios y dice bien de los otros” y “se hace bendecir por Dios y por los demás”.
Y este es el esquema de nuestra vida cristiana, porque todos debemos bendecir a los otros, ‘decir bien de los demás y decir bien a Dios de los demás.

Estamos acostumbrados a no decir bien del prójimo cuando “la lengua se mueve un poco como quiere”, en lugar de seguir a nuestro Padre.


(Papa Francisco. Lunes 26-6-2017)

SIT Informa: A pesar de la persecución, crece el número de cristianos.



25 junio 2017

Evangelio. Domingo XII del Tiempo Ordinario.


Según San Mateo 10, 26 - 33.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus Apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. 

»Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. 

»Porque todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos».


Reflexión.

Confiar en que Dios estará junto a nosotros en los momentos difíciles nos da valentía para anunciar las palabras de Jesús a plena luz, y nos da la energía capaz de obrar el bien, para que por medio de nuestras obras la gente pueda dar gloria al Padre celestial.

23 junio 2017

Hoy celebramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.



Catequesis del miércoles pasado del Papa Francisco: La Esperanza.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!En el día de nuestro bautismo resonó para nosotros la invocación de los santos. Muchos de nosotros en aquel momento eran niños, llevados en  brazos por sus padres. Poco antes de  la unción con el óleo de los catecúmenos,  símbolo de la fuerza de Dios en la lucha contra el mal, el sacerdote invitó a  toda la asamblea a rezar por los que estaban a punto de recibir el bautismo, invocando la intercesión de los santos.

Esa fue la primera vez que, en el curso de nuestras vidas, nos regalaban esta compañía de  hermanos y hermanas "mayores", -lo santos-  que habían pasado por nuestro mismo camino, conocieron nuestros mismos esfuerzos y viven para siempre en el abrazo de Dios. La  carta a los Hebreos define a esta compañía con la expresión “una nube ingente de testigos” (12.1). Eso son los santos: una nube ingente de testigos.

Los cristianos, en la lucha contra el mal, no desesperan.  El cristianismo cultiva una confianza incurable: no cree que las fuerzas negativas y disgregadoras puedan prevalecer. La última palabra sobre la historia del hombre no es el odio, no es la muerte, no es la guerra.

En cada momento de la vida nos ayuda  la mano de Dios, e incluso la presencia discreta de todos los creyentes que "nos han precedido con el signo de la fe" (Canon Romano). Su existencia nos dice,  en primer lugar, que la vida cristiana no es un ideal inalcanzable.

Y al mismo tiempo nos conforta: no estamos solos, la Iglesia se compone de innumerables hermanos, a menudo anónimos, que nos han precedido y que por la acción del Espíritu Santo están involucrados en las vicisitudes de los que todavía viven aquí.

La del bautismo no es la única invocación de los santos que jalona el camino de la vida cristiana. Cuando dos novios consagran su amor en el sacramento del matrimonio, se invoca para ellos de nuevo - esta vez como pareja - la intercesión de los santos. Y esta invocación es fuente de confianza para los jóvenes que  parten  para el "viaje" de la vida conyugal.

El que ama realmente tiene el deseo y el valor de decir "para siempre", para siempre;  pero sabe que necesita la gracia de Cristo y la ayuda de los santos para poder vivir la vida matrimonial para siempre. No como algunos dicen: “Hasta que dure el amor”. No. ¡Para siempre! Sino, es mejor que no te cases. O para siempre o nada.

Por esto en la liturgia nupcial se  invoca la presencia de los santos. Y en los momentos difíciles hay que tener el valor de levantar los ojos al cielo,  pensando en tantos cristianos que han pasado por la tribulación, y han mantenido blancas  las vestiduras  de su bautismo, lavándolas en la sangre del Cordero (Ap 7:14): así dice el Libro del Apocalipsis.

Dios nunca nos abandona: cada vez que lo necesitamos vendrá uno de  sus ángeles a levantarnos  e infundir consuelo. "Ángeles" a veces con un rostro y un corazón humano, porque los santos de Dios están siempre aquí, escondidos entre nosotros. Es difícil de entender y también de imaginar, pero los santos están presentes en nuestra vida. Y cuando alguno invoca a un santo o a una santa es precisamente porque está cerca de nosotros.

También  los sacerdotes conservan el recuerdo de una invocación de los santos pronunciada sobre ellos. Es uno de los momentos más emotivos de la liturgia de la ordenación. Los candidatos se tienden en el suelo, rostro a tierra. Y toda la asamblea, guiada por el obispo, invoca la intercesión de los santos.

Un hombre quedaría aplastado bajo el peso de la misión que se  le confía, pero cuando escucha  que todo el paraíso está detrás de él, que la gracia de Dios no fallará porque Jesús permanece siempre fiel, entonces  puede  partir sereno y  aliviado. No estamos solos.

Y ¿qué somos nosotros? Somos polvo que aspira al cielo. Débiles nuestras fuerzas, pero fuerte el misterio de la gracia que está presente en la vida de los cristianos. Somos fieles a esta tierra que Jesús amó en  cada momento de su vida, pero sabemos y queremos esperar en  la transfiguración del mundo, en su cumplimiento definitivo donde finalmente no habrá lágrimas, maldad y sufrimiento.

¡Que el Señor nos dé  la esperanza de ser santos! Pero alguno de vosotros podría preguntarme: “Padre, ¿se puede ser santo en la vida diaria? Sí, se puede. “¿Pero esto significa que tenemos que rezar todo el día?”.

No; significa que tienes que hacer lo que debes todo el día: rezar, ir al trabajo, cuidar de tus hijos. Pero es necesario hacerlo todo con el corazón abierto hacia Dios, de forma que tu tarea, también en  la enfermedad, en los sufrimientos, en las dificultades, esté abierta a Dios. Y así podemos ser santos.

¡Que el Señor nos dé la esperanza de ser santos! No pensemos que es algo difícil, que es más fácil ser delincuentes que ser santos. ¡No!. Se puede ser santo porque nos ayuda el Señor; es El quien nos ayuda.

Es el gran regalo que cada uno de nosotros puede hacer al mundo. Que el Señor nos conceda la gracia de creer en él tan profundamente como para convertirnos en  imagen de Cristo para este mundo.

Nuestra historia necesita "místicos": personas que rechazan cualquier dominio, que aspiran a la caridad y a la fraternidad. Hombres y  mujeres que viven aceptando incluso una porción de sufrimiento, porque se hacen cargo del esfuerzo de los demás. Pero sin estos hombres y mujeres, el mundo no tendría ninguna esperanza.

Por eso os deseo, y también lo deseo para mí, que el Señor nos de la esperanza de ser santos. Gracias.


(Roma. Papa Francisco, 21-6-2017)

19 junio 2017

Primer día. Oración al Padre Méndez.



Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.

Vida de San Juan de Mata.











Letanias de desagravio.




Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea María Santísima la excelsa Madre de Dios
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de Maria Virgen y Madre.
Bendita sea María Santísima Madre de la Iglesia.
Bendito sea su castísimo esposo San José.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.

Procesión Corpus Christi.







Reflexión. Solemnidad del Corpus Christi.


El pasado domingo celebrábamos la Solemnidad de la Santísima Trinidad.
Una fiesta que todos los que somos Bautizados en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, formamos parte y tenemos que celebrar. Todos somos Trinitarios desde el nacimiento e incorporación a la Iglesia. Dios se revela en Jesús y el Espíritu es la fuerza de amor de los tres. Por eso, no hay que esforzarnos por entender lo que nuestra a mente se le escapa. Podemos ver y experimentar que la Trinidad es fuente de AMOR, y no un amor como nosotros podemos entender, sino que es verdadero y debemos ser reflejo en nuestro mundo de esa unidad entrelazada en el amor.

Este domingo, celebramos otras de las Solemnidades más conocidas y queridas por los cristianos: El Cuerpo y Sangre del Señor (Corpus Christi), día de la Caridad.
En muchas de nuestras ciudades y pueblos tendremos ocasión de acompañar a Jesús Sacramentado por las calles adornadas y cantando. Esta manifestación pública de fe en Cristo Eucaristía, nos debe ayudar a que no nos quedemos en el simple hecho de salir a la calle para ver o participar de la procesión, que está bien, sino que debe movernos a algo más.
Procesionar, acompañar y rezar a Jesús Sacramentado es participar con Él de su vida.
La caridad debe ser nuestra vestimenta para con los más necesitados. Celebrar el Corpus, es comprometerse a ser Hostia viva en medio de mundo, ser custodia para elevar a tantos hermanos que son rechazado por nuestra sociedad y darle una dignidad.
Si el día del Corpus no nos lleva a examinar nuestra caridad, nuestro ser Hostia viva y a limpiar nuestra custodia para elevar a los más necesitados, desgraciadamente, acompañar a Jesús por las calles no tendrá sentido.

En la Primera Lectura del Libro del Deuteronomio, nos recuerda que no se puede vivir en plenitud si se da la espalda a Dios. Por eso, nos lleva al desierto, porque allí nos ayuda a vivir nuestro presente con intensidad. A veces nos pasa como a ese pueblo que nos distraen tantas cosas, que es imposible, o no queremos sacar un tiempo para acercarnos a Dios. Pero pasar por el desierto como lo hizo Israel, es pararse y recomenzar a discernir lo que verdaderamente alimenta y nos sacia, lo que es importante de verdad.
Y eso lo encontraremos cuando Dios sea nuestro centro.

En la Segunda Lectura de Pablo a los Corintios, el mensaje central es la Eucaristía. Pablo nos exhorta a que si bebemos del cáliz y participamos del pan que partimos, nos lleva a una unidad en la diversidad, unidad a pesar de la distancia y kilómetros que no separe.
Cristo es uno. Se parte y se reparte totalmente en la unidad de un mismo pan y de un mismo cáliz que es un solo cuerpo y una sola sangre de nuestro Señor Jesucristo.
Celebrar la Eucaristía, por tanto, es participar con Cristo en la única entrega y ser unidad y unión de vida. Todos somos invitados a participar de ella, todos formamos partes y todos somos dichosos por haber sido llamados al gran banquete de unidad.

En el Evangelio de Juan, Jesús nos dice tajantemente que es Pan Vivo bajado del cielo, y al comerlo, nos hace partícipe de la vida eterna. En las primeras comunidades cristianas,  cuando ya empiezan a vivir la experiencia del Resucitado, sus vidas son transformadas y comienzan a vivir el estilo de Jesús. Amar a todos como quieres que te amen a ti, es la primera norma para ser discípulo de  Cristo Resucitado. Todo eso se podrá vivir gracias a que somos llamados a ser comunidad para mantener la llama viva de Jesús; Jesús entrega su cuerpo y su sangre para que seamos alimentado en este camino de la vida nueva.
Hoy, deberíamos  preguntarnos, ¿quién es Jesús para nosotros?
Que la Virgen María nos ayude a vivir esta solemnidad del Corpus con devoción a Jesús Sacramentado y desde ahí, podamos ser alimento para los más necesitados de nuestra sociedad.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/solemnidad-del-corpus-christi-2/

16 junio 2017

Catequesis de antes de ayer miércoles del Papa Francisco: Dios siempre ama el primero.


¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Hoy hacemos esta Audiencia en dos sitios, unidos a través de las pantallas gigantes: los enfermos están en el Aula pablo VI para que no sufran tanto el calor, y nosotros aquí. Pero todos juntos. Y nos une el Espíritu Santo, que es el que hace siempre la unidad. Saludemos a los que están en el Aula...

Ninguno de nosotros puede vivir sin amor. Y una de las más feas esclavitudes en la que podemos caer es la de creer que el amor se merece. Seguramente gran parte de la angustia del hombre contemporáneo deriva de esto: creer que si no somos fuertes, atrayentes y bellos, nadie se ocupará de nosotros. ¿Es la vía de la “meritocracia” no?

Tantas personas hoy día buscan una visibilidad sólo para colmar el vacío interior: como si fuéramos personas eternamente necesitadas de ser confirmados. Pero ¿imagináis un mundo donde todos mendigan la atención de los demás, y nadie está dispuesto a amar gratuitamente a otra persona? Imaginad un mundo así…un mundo sin la gratuidad del querer bien… Parece un mundo humano, pero en realidad está enfermo.

Tantos narcisismos del ser humano, nacen de un sentimiento de soledad. Y también de orfandad. Detrás de tantos comportamientos aparentemente inexplicables se esconde una pregunta: ¿puede ser que yo no merezca ser llamado por mi nombre; o lo que es lo mismo, no merezca ser amado? Porque el amor siempre te llama por tu nombre…

Cuando el que no se siente ser, no se siente querido, es un adolescente; entonces es cuando puede nacer la violencia. Detrás de tantas formas de odio social y de vandalismo, se esconde con frecuencia un corazón que no ha sido reconocido.

No existen los niños malos, como tampoco existen los adolescentes del todo malvados, existen personas infelices. ¿Y qué nos puede hacer felices más que la experiencia de dar y recibir amor? La vida del ser humano es un intercambio de miradas: alguien que al mirarnos, nos arranca una primera sonrisa, y en la sonrisa que ofrecemos gratuitamente a quien está encerrado en la tristeza, y así es cómo abrimos el camino. Intercambio de miradas: mirarse a los ojos….y así se abren las puertas del corazón.

El primer paso que Dios realiza en nosotros, es un amor que se anticipa, incondicional. Dios siempre ama el primero. Dios no nos ama porque en nosotros hay motivos para ser amados. Dios nos ama porque El mismo es amor, y el amor por su propia naturaleza tiende a difundirse, a darse. Dios no vincula su benevolencia a nuestra conversión: aunque ésta sea una consecuencia del Amor de Dios. San Pablo lo dice de manera perfecta: “Dios demuestra su amor hacia nosotros, en el hecho de que aunque éramos todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5,8).

Mientras aún éramos pecadores. Un amor incondicional. Estábamos lejos, como el hijo pródigo de la parábola: “cuando todavía estaba lejos, su padre lo vió, tuvo compasión….” (Lc 15,20). Por amor hacia nosotros, Dios ha realizado un éxodo de Si Mismo, para venir a nuestro encuentro, en esta tierra, dónde no era previsible encontrarle. Dios nos ha amado, aun cuando estábamos equivocados.

¿Quién de nosotros ama de esta manera, si no quien es madre o padre? Una madre sigue amando a su hijo aunque éste hijo esté en la cárcel. Yo recuerdo tantas madres, haciendo la fila para entrar en la cárcel, en la primera diócesis dónde estuve: tantas madres. Y no se avergonzaban. El hijo estaba en la cárcel, pero era su hijo. Y sufrían tantas humillaciones en la antesala, antes de entrar, pero “es hijo mío”. “¡Pero señora, su hijo es un delincuente! – “Es hijo mío”.

Sólo este amor de madre y de padre, nos hace comprender cómo es el amor de Dios.  Una madre, no pide que no se aplique la justicia de los hombres, porque todo error necesita de una redención, pero una madre no deja nunca de sufrir por el propio hijo. Lo ama a pesar de saber que es pecador. Dios hace lo mismo con nosotros: somos sus amados hijos. ¿Pero puede ser que Dios tenga algún hijo al que no ame? No. Todos somos hijos amados de Dios. No hay ninguna maldición sobre nuestra vida, solamente la Palabra de Dios, que ha sacado nuestra existencia de la nada.

La verdad de todo está en esa relación de amor que liga al Padre con el Hijo mediante el Espíritu Santo, relación en la cual, nosotros somos acogidos mediante la Gracia. En El, en Cristo Jesús, hemos sido queridos, amados, deseados. Es El quien ha impreso en nosotros una belleza primordial, que ningún pecado, ninguna elección equivocada podrá nunca borrar del todo. Nosotros, ante los ojos de Dios, somos siempre pequeños manantiales hechos para dejar brotar agua buena. Lo dijo Jesús a la samaritana: “ El agua que yo te daré, se hará en ti una corriente de agua, de la que fluye la vida eterna”. (Jn. 4,14)

Para cambiar el corazón de una persona infeliz, ¿cuál es la medicina? ¿Cuál es la medicina para cambiar el corazón de una persona que no es feliz? (responden: el amor) ¡Más fuerte! (gritan: ¡el amor!) ¡Muy listos!, muy listos, ¡todos muy listos! ¿Y cómo hacemos sentir a una persona que la amamos? Hace falta sobretodo abrazarla. Hacerle sentir que es deseada, que es importante, y dejará de estar triste.

El amor llama al amor, de un modo mucho más fuerte de cuanto el odio llama a la muerte. Jesús no murió y resucitó para si mismo, sino por nosotros, para que nuestros pecados sean perdonados. Así que es tiempo de Resurrección para todos: tiempo de levantar a los pobres de la desesperanza, sobre todo a aquellos que yacen en el sepulcro muchos más días de tres.  Sopla aquí, sobre nuestros rostros, un viento de liberación. Haz que germine aquí, el don de la esperanza. Y la esperanza es la de Dios padre que nos ama como somos: nos ama siempre, a todos. Buenos y malos. ¿De acuerdo? ¡Gracias!


(Roma. Miércoles, 14-6-2017)