“No se puede seguir a Jesús sin seguir a la Iglesia. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta corre el riesgo de no encontrar nunca a Cristo". (Papa Benedicto XVI).
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05 febrero 2013
Oración de las manos.
Con mis manos puedo crear o puedo destruir. Puedo acariciar o puedo agredir.
Puedo empujar o puedo acoger.
Puedo dar o puedo pedir.
Puedo ayudar o puedo entorpecer.
Puedo aliviar un dolor con la suavidad y el calor de una caricia o causarlo con la fuerza de una bofetada o la violencia de un agarrón.
Puedo burlar o puedo respetar.
Puedo hacer reír o puedo hacer llorar.
La cuestión es: ¿merece la pena tener unas manos destructoras y dañinas? ¿Acaso no pierden humanidad en la agresión? Miro mis manos y sé que quiero que sean cálidas y acogedoras; pero ¿cuántas veces las he mal-utilizado por egoísmo, envidia, soberbia…? o, lo que es casi peor: ¿Cuántas veces no las he bien-utilizado solo por comodidad? Cuántas veces pudiendo alentar he abofeteado, pudiendo aliviar he machacado y pudiendo levantar al caído, he dejado que se quedaran quietas y adormecidas en el fondo de mis bolsillos.
Perdón Señor por mis manos violentas.
Perdón Señor por mis manos frías.
Perdón Señor por mis manos muro.
Perdón Señor por mis manos dormidas.
Sé que en mi día a día no hago uso y desaprovecho los dones que con ellas me has dado; y que al hacerlo reniego inconscientemente de la humanidad con la que me hiciste a tu imagen y semejanza.
Perdón Señor por las veces que dejo que mis manos me alejen de ti y renieguen de ti.
Ahora miro otras manos. Las de tu hijo, el Crucificado. Aquel que con sus manos bendecía y sanaba. Acogía y perdonaba. Aquel que con sus manos daba ejemplos de humanidad y devolvía la dignidad a los miserables de su tiempo. Aquel que con sus manos y un poco de barro devolvió la vista la ciego. Aquel al que con clavos desgarraros sus manos en un intento de arrancarle la humanidad y el poder que en ellas tenía; pues una mano atada o clavada a un madero ya no es libre y de nada sirve.
Ahora miro tus manos, Jesús que, incluso atravesadas se hicieron salvadoras. Y te pido: Enséñame a hacer de mis manos, manos salvadoras, como las tuyas. No dejes que los clavos de mi egoísmo y mi comodidad atraviesen mis manos dejándolas inmóviles e inertes. Dame fuerza para dirigir mis manos hacia el bien. Que mis manos, Señor, animen, levanten, alienten y sanen; como las tuyas. Quiero ser digno y merecedor de tu regalo. Y el día que, en tu presencia, ya no las necesite, te las pueda devolver gastadas de amar y aún llenas de amor.
Amén.
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