Cuarenta días después del Nacimiento de Jesús, la Virgen María y San José lo llevaron al templo para presentarlo y ofrecerlo a Dios. Jesús, en ese momento, se presenta a todos nosotros como Luz para alumbrar a todas las naciones y para dar gloria.
Hoy también celebramos la Jornada de la Vida Consagrada con el lema «La vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido»
La Vida Consagrada está llamada a ser signo de Dios en medio del mundo. Cada religioso y religiosa tiene que ser reflejo y sonrisa de ese Dios que es Amor, encarnado en su Hijo Jesucristo.
Ser religioso/a es santificarse día a día siguiendo a esa persona concreta, con nombre y apellido —Jesucristo—, mediante unos votos, para poder vivir en pobreza, castidad y obediencia bajo la ayuda del carisma, y ser cada día otro Cristo en el mundo.
Ser consagrado/a es tener un estilo de vida que se asemeje en todos los momentos del día a Cristo de un modo particular, que es el carisma que ha suscitado el Espíritu Santo a cada fundador o fundadora.
Sin embargo, entregarse a Dios no es solamente cosas de religiosos y religiosas, sino de todo cristiano. Es dejarse empapar por ese óleo por el que un día fuimos ungidos en nuestro bautismo: el Santo de Crisma, y repartir ese buen olor del verdadero AMOR que es Dios a través de nuestro prójimo, especialmente, los últimos de la sociedad. Y todo esto se fundamenta en dos pilares: la Oración y la Eucaristía, donde se sostiene la vida del que se consagra por completo a Jesús.
Feliz día de la vida consagrada y que María la Virgen nos ayude a ser verdaderos testigos de ese Amor Verdadero en nuestro mundo. Un AMOR, que NO falla, perdona y se nos regala gratuitamente.
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