El domingo entraba triunfante en Jerusalén, por nuestra Parroquia.
El jueves, todo adornado que parecía que era el mejor servidor. Encima en un Pan y un Vino, dice que desde ese momento, sería su Cuerpo y su Sangre. Que todas las veces que lo hagamos en su nombre, ahí estará él. Y ayer, viernes, que desilusión. Caminaba hacia el Calvario chorreando de sangre. La corona de espinas lo representaba más como el Rey de los mindundi, que un rey todopoderoso, como parecía al principio, cuando llenaba calles por la multitud que le seguía. Encima, como gritaba cuando le taladraban las manos y los pies...
Todo muy raro. No era como yo pensaba.
Y ¿ahora? Sagrarios vacíos, Altares desnudos, Iglesias vacías y cristianos sobrecogidos aún por lo acontecido ayer. Sólo nos queda ya poder ir al sepulcro y al menos contemplar su cuerpo que está detrás de la piedra que lo encierra.
Pero al ir hoy allí, mis miedos y tristezas se han convertido en alegría y esperanza.
Pero al ir hoy allí, mis miedos y tristezas se han convertido en alegría y esperanza.
No entiendo esta sensación de paz, como si Él no estuviera allí. Nose.
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