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21 diciembre 2019

21 de diciembre: Oh sol naciente, resplandeciente de la Luz Eterna.


OH SOL NACIENTE,
RESPLANDOR DE LA LUZ ETERNA,
SOL DE JUSTICIA,
VEN A ILUMINAR A LOS QUE YACEN
EN TINIEBLAS Y SOMBRA DE MUERTE.

Oh Sol Naciente,
Sol de justicia, ven…

Porque nos envuelven las tinieblas, nos acosa la oscuridad. Este grito está en el corazón, en la vida de innumerables seres de esta tierra, cada día más desorientados frente a un futuro crecientemente problemático. Es el grito que nace de un corazón que tiene el deseo de la luz, que necesita la luz para caminar en la vida. Es el deseo más ardiente que reside, que quema, en el espacio interior de la humanidad. Porque, de alguna manera, el hombre sabe que en este deseo tiene el eslabón que lo une a la fuente de la luz, a Dios; porque ha aprendido de la Sagrada Escritura que la primera obra de Dios es la luz, que su primera palabra nacida del más profundo de los silencios fue esta: «Que exista la luz. Y la luz existió» (Gen 1,3). La luz trae la vida, como el sol trae la alegría de un nuevo día. Una nueva vida nace en nosotros con el Sol de justicia.

El Señor me ilumina y me salva (Sal 26,1) Feliz aquel que habla así, porque sabe de dónde procede la luz y quien es el que le ilumina. Feliz, porque ve, no la luz que muere cada atardecer, sino aquella luz que ojo no vio jamás.
El Señor dice: «Caminad mientras tenéis luz» (Jn 12,35). Se refiere a la luz que es él mismo, pues también dice: «Yo he venido al mundo como luz, para que los que ven no vean y los que no ven vean, y los ciegos reciban la luz» (Jn 9,39). El Señor, por tanto, es nuestra luz, es el sol de justicia que irradia sobre la tierra.
El hombre interior, cuando es iluminado por este sol no vacila, sigue con rectitud su camino, todo lo soporta, aguanta las adversidades, no se entristece por las cosas temporales, sino que encuentra en Dios su fuerza, humilla su corazón, es constante, y la humildad le hace paciente. Esta luz, el Hijo, manifestándose a sí mismo la da a quienes le temen… (Juan el Mediocre, Sermón 7).

Y tú, Niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos, para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados; gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol naciente, para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz. (Lc 1,76-79)

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