(1873-1937). María
Francisca Espejo Martos nació en la ciudad de Martos (Jaén). Muy pronto queda
huérfana de madre; María Francisca fue admitida como educanda en el convento de
las trinitarias, Francisca va descubriendo la vocación trinitaria. En 1893
vistió el hábito, y en 1894 emitió los votos solemnes. Tomó el nombre de sor
Francisca de la Encarnación.
Sor Encarnación era una religiosa tranquila y dedicada
completamente al cumplimiento de sus deberes religiosos, a los trabajos
comunitarios.
Su vida fue la de una mujer oculta la mayor parte de sus
años entre los muros del convento trinitario, dedicada a la oración, al
trabajo, a la penitencia. Sus oficios fueron los de enfermera, sacristana,
portera y tornera, ejercidos con su característica sencillez, espíritu de
servicio y obediencia. Padeció mucho con el reúma, sufriendo en una ocasión un
ataque que la dejó paralizada durante varios meses, prueba que sobrellevó con
paciencia admirable. Sor Encarnación fue de carácter retraído, introvertido,
muy tímida y asustadiza.
Durante toda su vida religiosa estuvo cuidando a su tía
Rosario, también religiosa, y de agrio carácter.
El 21 de julio de 1936, a las diez de la mañana, se
presentaron en el convento los milicianos, con orden de desalojarlo y
apoderarse de sus instalaciones. Sor Francisca, con su tía, sor Rosario, y una
tercera religiosa, sor Dolores, se fueron a refugiar a casa de Ramón, hermano
de sor Francisca. Les dieron como aposento una habitación grande en la planta
alta de la casa.
Quedaron tía y sobrina. Vestían de negro, con un pañuelo
oscuro en la cabeza, sin salir de casa para nada. En su habitación seguían la
vida regular propia del convento, con los mismos horarios de oraciones y
labores.
Un frío 12 de enero de 1937, se presentaron en el domicilio
familiar unos milicianos, diciendo que querían llevarse a las monjas. Sin
permitirles llevar nada consigo, sacaron a sor Francisca y a su anciana tía,
sor Rosario, de su casa. El día anterior, 11 de enero, la aviación franquista
había bombardeado la zona; como represalia, los milicianos decidieron vengarse,
fusilando a cincuenta personas, señaladas por sus ideas políticas de derechas o
por su carácter religioso. Especialmente, señalaron a las superioras de las
tres comunidades religiosas femeninas de Martos; nadie sabe por qué, pero
creyeron que sor Francisca era la priora.
Madre Francisca de la Encarnación fue encerrada en los
calabozos del Ayuntamiento, linderos con su convento. Allí coincidió con la
superiora del colegio de la Divina Pastora, y con sor María de los Ángeles,
religiosa trinitaria, que sobrevivió a los hechos. Aquella noche del 12 al 13
de enero de 1937, sacaron en camiones a los cincuenta presos. Todos varones,
menos tres religiosas: sor Francisca, la beata sor Victoria Valverde (superiora
de las religiosas de la Divina Pastora) y madre Isabel, abadesa de las
clarisas. Los llevaron a la aldea de Casillas de Martos, y en su cementerio
fueron fusilando a los presos. De las tres monjas, a dos las llevaron a las
verjas del cementerio, tratando de abusar de ellas; éstas se resistieron,
abrazándose a las verjas, y allí mismo fueron fusiladas.
A Sor Francisca, se la llevó un miliciano a una hondonada
cercana, para abusar de ella, sin lograrlo, porque ésta se resistió con todas
las fuerzas, provocando la ira del agresor, quien la mató a fuerza de golpes en
la cabeza, con la culata del fusil, como luego se pudo comprobar al exhumar el
cadáver. Una vez muerta, la llevó arrastrando hasta echarla a una de las tres
fosas que habían cavado en el cementerio, en que yacían ya los hombres recién
fusilados. La cruda narración de los hechos proviene de un testigo directo.
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