Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La catequesis de hoy hace referencia al Evangelio de Lucas. De hecho, es sobre todo este Evangelio, desde los relatos de la infancia, el que describe la figura de Cristo en un ambiente lleno de oración. Contiene los tres himnos que jalonan cada día la oración de la Iglesia: el Benedictus, el Magnificat y el Nunc Dimittis.
Y en esta catequesis sobre el Padre nuestro, seguimos adelante, vemos a Jesús como orante. Jesús reza. En el relato de Lucas, por ejemplo, el episodio de la transfiguración surge de un momento de oración. Dice así: "Mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó y sus vestidos eran de una blancura fulgurante " (9,29). Pero cada paso de la vida de Jesús está inspirado por el soplo del Espíritu que lo guía en todas sus acciones.
Esto consuela: saber que Jesús reza por nosotros, reza por mí, por cada uno de nosotros para que nuestra fe no desfallezca. Y es verdad: “Pero, padre ¿lo hace todavía?” Lo hace todavía ante el Padre. Jesús reza por mí. Cada uno de nosotros puede decirlo. Y también podemos decir a Jesús: “Tú estás rezando por mí, sigue rezando que lo necesito”. Así: valientes.
Incluso la muerte del Mesías está inmersa en una atmósfera de oración, tanto que las horas de la pasión aparecen marcadas por una calma sorprendente: Jesús consuela a las mujeres, reza por los que le crucifican, promete el paraíso al buen ladrón, y expira diciendo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu "(Lc 23:45).
La oración de Jesús parece amortiguar las emociones más violentas, los deseos de venganza y revancha, reconcilia al hombre con su enemiga acérrima, reconcilia al hombre con esa enemiga que es la muerte.
Y siempre en el Evangelio de Lucas encontramos la petición, expresada por uno de los discípulos, de que el mismo Jesús les enseñe a orar. Y dice así "Señor, enséñanos a orar" (11: 1). Veían que él rezaba. “Enséñanos –también podemos decir nosotros al Señor- Señor, tú estás rezando por mí, lo sé, pero enséñame a rezar, para que también yo pueda rezar”.
De esta petición – “Señor, enséñanos a rezar”- surge una enseñanza muy extensa, a través de la cual Jesús explica a los suyos con qué palabras y con qué sentimientos deben dirigirse a Dios.
La primera parte de esta enseñanza es precisamente el Padre nuestro. Rezad así: “Padre, que estás en los cielos”. “Padre”: esa palabra tan hermosa de pronunciar.
Podemos pasar todo el tiempo de la oración solamente con esa palabra: “Padre”. Y sentir que tenemos un padre: no un padrón o un padrastro. No: un padre. El cristiano se dirige a Dios llamándolo en primer lugar "Padre”.
En esta enseñanza que Jesús da a sus discípulos, es interesante detenerse en algunas instrucciones que coronan el texto de la oración. Para darnos confianza, Jesús explica algunas cosas que hacen hincapié en la actitud del creyente que reza.
Por ejemplo, la parábola del amigo importuno, que va a molestar a toda una familia que duerme porque, de repente, ha llegado una persona de viaje y no tiene pan para ofrecerle: ¿Qué dice Jesús a éste que llama a la puerta y despierta a su amigo? «Os aseguro, explica Jesús, que, si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad y le dará cuanto necesite" (Lc 11, 9).
Así, quiere enseñarnos a rezar y a insistir en la oración. E inmediatamente después pone el ejemplo de un padre que tiene un hijo hambriento.
Todos vosotros, padres y abuelos, que estáis aquí, cuando el hijo o el nieto os piden algo, tiene hambre, y pide, luego llora, grita, tiene hambre "¿Qué padre hay entre vosotros que, si un hijo le pide un pez, en lugar de un pez le dará una culebra?" (V. 11). Y todos vosotros tenéis la experiencia de que cuando el hijo pide, le dais de comer lo que pide, por su bien.
Con estas palabras, Jesús nos hace entender que Dios siempre responde, que ninguna oración quedará sin ser escuchada. ¿Por qué? Porque Él es Padre y que no se olvida de sus hijos que sufren.
Ciertamente, estas afirmaciones nos ponen en crisis, porque muchas de nuestras oraciones parecen no obtener ningún resultado. ¿Cuántas veces hemos pedimos y no hemos obtenido –todos tenemos esa experiencia- ¿Cuántas veces hemos llamado y encontrado una puerta cerrada?
Jesús nos insta, en esos momentos, a insistir y no darnos por vencidos. La oración siempre transforma la realidad, siempre. Si las cosas que nos rodean no cambian, al menos cambiamos nosotros, cambia nuestro corazón. Jesús prometió el don del Espíritu Santo a cada hombre y a cada mujer que rece.
No hay nada más seguro: el deseo de felicidad que todos llevamos en nuestros corazones un día se cumplirá. Jesús dice: " Dios ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche?" (Lc 18, 7). Sí, hará justicia, nos escuchará. ¡Qué día de gloria y resurrección será ese! Rezar es desde ahora la victoria sobre la soledad y la desesperación. Rezar. La oración cambia la realidad, no nos olvidemos. O cambia las cosas o cambia nuestro corazón, pero cambia siempre. Rezar es desde ahora la victoria sobre la soledad y sobre la desesperación.
Es como ver cada fragmento de la creación que bulle en el torpor de una historia cuyo por qué a veces no comprendemos. Pero está en movimiento, está en camino, y al final de cada camino ¿qué hay al final de nuestro camino? Al final de la oración, al final de un tiempo en que rezamos, al final de la vida ¿Qué hay? Hay un Padre que espera todo y nos espera a todos con los brazos abiertos de par en par. Miremos a este Padre.
(Roma. 09-01-2019)
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