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14 abril 2019

Reflexión.


Jesús entra en Jerusalén como el Mesías prometido, el rey definitivo. Él es la prueba de que Dios no deja perecer a su pueblo, sino todo lo contrario: le otorga una vida plena. Los discípulos acompañan al Mesías, se adhieren con entusiasmo a esta proclamación mesiánica, sin pensar en las consecuencias. Los mantos extendidos y los gritos de júbilo de los discípulos son testimonio de que Dios está detrás de lo que ha hecho Jesús; está en Jesús mismo, el Padre en su hijo amado. Jesús es bendito. Cesarán los hosannas y desaparecerán los mantos para que recorra Jesús descalzo un suelo abrupto y desnudo camino del calvario con el madero a cuestas. De los mantos y el alborozo a la cruz y el silencio.

Jesús, siempre atento a la voluntad del Padre y conforme con ella, recorre este camino para darnos una vida de comunión con Dios. Con una entrega de Jesús personal y afectuosa. Él desea ardientemente comer esta comida pascual contigo. Por eso te ha escogido. Él no se dirige a una muchedumbre anónima, sino a cada persona, a ti en particular. El infinito amor por los hombres que contemplamos en la pasión de Jesús aparece en ese camino de los mantos hacia la cruz. Camino de gloria e ignominia en el que el hijo de Dios y del hombre no recrimina nada, ni, por supuesto, permite herir a sus adversarios. Incluso llama por su nombre con tono afectuoso al traidor, no queriendo perderlo. Mira con ternura a Pedro, después de negarle tres veces y consuela a las mujeres llorosas de Jerusalén. Ya crucificado, pide al Padre que perdone a quienes no saben lo que hacen y, por fin, asegura al buen ladrón el paraíso. El cumplimiento de la promesa mesiánica que parecía resplandecer en Jesús caminando a lomos de un pollino sobre los mantos, es ahora cuando se manifiesta en todo su esplendor en el Crucificado que abre las puertas de la vida nueva.

La Pasión en el evangelio de san Lucas está llena de encuentros en los que Jesús mira con amor y se muestra redentor con su manera de actuar. Dejémonos encontrar cada uno por la mirada del Mesías esta Semana Santa. Comencemos por extender hoy nuestros mantos reconociendo al hijo de Dios y de la Madre traspasada por una espada de dolor; al hijo que nos enseña a ser hijos y hermanos en el camino que va desde los mantos y los gritos jubilosos hasta el pie de la cruz, donde se nos muestra, con su verdad desnuda y en silencio, el Crucificado que cuestiona y renueva. Escuchémosle.


Luis Ángel de las Heras, CMF

www.revistaecclesia.com

Obispo de Mondoñedo-Ferrol

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