“No se puede seguir a Jesús sin seguir a la Iglesia. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta corre el riesgo de no encontrar nunca a Cristo". (Papa Benedicto XVI).
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01 noviembre 2018
El cuerpo humano no es un instrumento de placer.
El cuerpo humano no es un instrumento de placer, sino el lugar de nuestra llamada al amor, y en el amor auténtico no hay espacio para la lujuria ni para la superficialidad. ¡Cada hombre y mujer merecen más!.
Os recuerdo que “la criatura humana, en su inseparable unidad de espíritu y cuerpo, en su polaridad masculina y femenina, es una realidad muy buena destinada a amar y a ser amada”.
Por lo tanto, “el Mandamiento ‘No cometerás adulterio’ nos orienta a nuestra llamada originaria, que la del amor conyugal pleno y fiel, que Jesucristo no ha revelado y entregado”.
El amor fiel de Cristo es la luz para vivir la belleza de la afectividad humana. De hecho, nuestra dimensión afectiva es una llamada al amor que se manifiesta en la fidelidad, en la acogida y en la misericordia.
No se debe olvidar que este Mandamiento se refiere explícitamente a la fidelidad matrimonial, y, por lo tanto, es necesario reflexionar a fondo sobre su significado ‘conyugal’.
Además, en la Carta de San Pablo a los Efesios en la que dice: “Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla”.
Este fragmento de la Escritura, de la Carta de San Pablo, es revolucionario. Pensar con la antropología de aquel tiempo en decir que el marido debe amar a la mujer como Cristo ama a la Iglesia…, ¡es una revolución! Quizás, en aquel tiempo fue la cosa más revolucionaria que se dijo sobre el matrimonio. Siempre en el camino del amor”.
En este sentido, este mandamiento de fidelidad, ¿a quién está dirigido? ¿Sólo a los esposos? En realidad, este mandamiento es para todos, es una Palabra paterna de Dios dirigida a cada hombre y mujer.
Recordemos que el camino de la maduración humana es el recorrido mismo del amor que va del recibir cuidados a la capacidad de ofrecer cuidados, de recibir la vida a la capacidad de dar la vida.
Ser hombres y mujeres adultos quiere decir llegar a vivir una actitud conyugal y paterna que se manifiesta en las diferentes situaciones de la vida, como la capacidad de tomar sobre sí el peso de otro y amarlo sin ambigüedad.
¿Quién es, por lo tanto, el adultero, el lujurioso, el infiel? Es una persona inmadura que sólo vive para sí mismo y que interpreta las situaciones en función de su propio bienestar y de su propio beneficio.
Por lo tanto, para casarse, no es suficiente con celebrar el matrimonio. Es necesario recorrer el camino que va del ‘yo’ al ‘nosotros’. Cuando lleguemos a descentralizarnos, entonces todo acto será conyugal: trabajamos, hablamos, decidimos, nos encontramos con los demás con una actitud de acogida.
Toda vocación cristiana, en este sentido, es conyugal. El sacerdocio lo es porque es la llamada, en Cristo y en la Iglesia, a servir a la comunidad con todo el afecto.
Toda vocación cristiana es conyugal, porque es fruto del vínculo de amor en el cual todos hemos sido regenerados, del vínculo de amor con Cristo.
A partir de su fidelidad, de su ternura, de su generosidad, miramos con fe el matrimonio y a toda vocación, y comprendemos el sentido pleno de la sexualidad.
(Roma. Papa Francisco. 31-10-2018)
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