Cuidaba esta joya durante toda su vida y con todas sus fuerzas.
Cada día la abrillanta con los medios a su alcance, especialmente con los espirituales.
La misa,
la oración,
el oficio divino.
Luego se entregaba en alma y cuerpo a los ministerios propiamente sacerdotales, porque el sacerdote, ante todo, debe ser y aparecer como un hombre de Dios para que sus esfuerzos en los ministerios rompan en flores y en frutos.
Recuerdan algunos los consejos que le daba siento aún seminarista “versaban todos ellos sobre la imposibilidad de que el ministerio sacerdotal fuera fructífero si el sacerdote no era, sobre todo, hombre de Dios”.
Pablo diría que otro Cristo, Cristo repetido en el tiempo.
Es menester escuchar la gran definición del sacerdote, original del P. Méndez, y su mejor retrato, tan en línea a la que San Juan (Jn 4,8) dicta del mismo Dios. Decían:
“Puede decirse que vivió siempre para los demás. Yo, por lo menos, en los años que le he conocido y lo he tratado, no le vi sino una ansia extraordinaria de hacer el bien en todos los órdenes, pero calladamente y sin darle importancia, porque estaba convencido de que el sacerdote tenía que ser todo caridad”.
Es decir, el sacerdote debe ser un reflejo de Dios, todo amor, en la medida que es capaz una criatura.
De ahí que el P. Méndez repitiera con frecuencia que “sin la caridad ni se explicaba el mundo, ni el hombre, y mucho menos el sacerdote”.
Difícilmente entendía a aquellos sujetos, capaces de subir las gradas del sacerdocio para crecimiento social y económico propio y de su familia
Esa última frase tendrían q aprendérsela mas de uno y más de dos. Q solo buscan ser "trepas" y conseguir "títulos" y reconocimientos públicos.
ResponderEliminarAlgunos alargan sus mantos y se ponen en medio de las plazas para q sean venerados y honrados por las personas pensando en que ellos tienen la verdad absoluta. Y lo q no saben es q están cometiendo un sacrilegio y un pecado mayor.