Hoy último domingo del año cristiano, la Iglesia celebra el triunfo final de Cristo, como Rey glorioso para juzgar a vivos y muerto. Unos criterios de juicios que se nos examinará del amor y del compromiso que hayamos tenido con nuestros hermanos, nuestro prójimo.
La liturgia de la Palabra, resalta en la Segunda Lectura, su poder sobre el pecado y sobre la muerte. Cristo muerto y resucitado para la salvación de la humanidad es noticia para que los que han creído en él y resucitaran un día a la vida eterna. Y si por un hombre vino la muerte, por un hombre viene la Resurrección que nos dará una nueva vida que no pasará, que no tendrá final. Por Adán entró el pecado y la muerte, por Cristo todos volverán a la vida que un día perdimos por desobediencia (pecado), y participaremos de su vida perpetua.
En la escena del juicio final, Jesús aparece como Buen Pastor. Ese pastor que buscaba y, que sigue buscando incansablemente a las ovejas perdidas. Cristo, Rey del universo, un pastor grandioso. Un Rey, no como nosotros pensamos o podemos catalogarlo con palabras humanas. Un Rey que ha gobernado dando ejemplo con su vida, ayudando, estando con los necesitados, dando una dignidad a las personas que la sociedad había apartado, que ha sido objeto de burla y matado como un malhechor. Un rey, que es “señor de señores y rey de reyes” porque el AMOR ha triunfado a pesar de los contras que ha tenido en el camino.
Un AMOR que tiene la última palabra, y que por mucho que lo intenten ahogar, sale a flote SIEMPRE.
El AMOR es la síntesis del mensaje Evangélico. No hará falta ni doctorados, ni máster, ni grandes dogmas o cumplimientos. Jesucristo nos preguntará si hemos amado, servido, acompañado y tratado al prójimo como yo quiero que lo hagan conmigo.
Por eso, esta solemnidad nos debe ayudar a ver a Dios como un Rey que es Padre, que trata, ayuda y tiene misericordia de los que le siguen. Un pastor, que vela sin descanso por cada una de sus ovejas. Que gobierna la tierra no con promesas falsas temporales, sino, con AMOR, que cumple su promesa y que hace de su vida un auténtico servicio.
Pidamos a la Virgen María, que nos ayude a saber estar al lado de quién nos necesita sin juzgar ni estar por encima de nadie. Y que ella sea nuestro ejemplo para que nos preparemos de corazón para la nueva oportunidad que nos dará el domingo que viene, al comienzo de un nuevo año litúrgico.
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