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09 agosto 2020

Reflexión. Domingo XIX del Tiempo Ordinario.



Las lecturas de este domingo nos hablan de un Dios que nos sorprende, que llega donde y cuando no lo esperamos. Hay ocasiones en que nos sentimos sobrepasados por los problemas y las dificultades, ya sea a nivel personal, social como la que estamos pasando de la pandemia, o con la Iglesia. A pesar de todo, Cristo, viene a nuestro encuentro para liberarnos de nuestros miedos. Hoy se nos invita a saber reconocerlo, y a poner en ÉL nuestra confianza a pesar de los malos momentos que estemos atravesando.

- Lectura del primer Libro de los Reyes

Un aspecto importante es saber que el contexto se produce después de que Elías ha llevado a cabo una gran matanza. Extermina a los profetas de Baal y esto provoca la ira de Jezabel (esposa de Ajab). Por eso, Elías camina durante cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte de Horeb. Y es en la soledad de la montaña donde el profeta encuentra a Dios. No se manifiesta con grandes portentos, sino en el leve susurro de la brisa y le invita a renovar su vocación.

- Salmo 84: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”
El pueblo de Israel al volver del desierto canta este salmo, confesando como Dios cuidaba con amor a pesar de todo, a su pueblo. Cristo, con su resurrección, manifiesta el plan salvífico que nos tiene preparado y está al alcance de todas las personas.

- Lectura de Pablo a los Romanos

San Pablo desarrolla su doctrina sobre el misterio de la infidelidad de Israel. Él vive un drama interior porque muchos de sus hermanos israelitas han rechazado la salvación de Cristo, aunque otros, si han creído y aceptado el mensaje. Por eso, se define como un “proscrito” es decir, “separado de Cristo”. Para Pablo, la muerte y resurrección de Jesús constituían un punto de inflexión para todo judío, pero muchos de ellos no pensaban lo mismo. Por eso, él tiene que aceptar, que Dios, no se impone a la fuerza, no exige nada, que solo lo acepta quien AMA gratuitamente y desinteresadamente.

- Evangelio de Mateo

Es sin duda una meditación profunda sobre la Iglesia, que es acosada por múltiples peligros y persecuciones. Inclusive nos muestra como sus miembros se tambalean y pierden la fe en Jesús, porque le creen ausente, pasota… La presencia de Jesús se impone fuertemente dándoles seguridad para continuar fieles y perseverantes en la misión. El miedo es el mal compañero para la vida del auténtico cristiano. Por el contrario, el creyente aborda ese sentimiento escuchando el susurro del monte Horeb, o viendo la figura que se acerca a través del agua cuando parece que nos estamos ahogando, pero, vienen a salvarnos. La presencia de Dios, transforma el miedo en confianza. Es posible vivir el encuentro confiado con el hijo de Dios, cuya mano agarra también nos agarra cuando nos hundimos. “Ánimo soy yo, no tengáis miedo”. Que estas palabras con sabor a Pascua las llevemos a nuestra oración personal y diaria, para que nos ayude a confiar en Aquel que es la Resurrección y la Vida.

Que la Virgen nos ayude a tener confianza incondicional en su Hijo, a pesar de las dificultades y tempestades que podamos vivir.



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