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02 agosto 2020

Reflexión. Domingo XVIII del Tiempo Ordinario.



En este comienzo del mes de agosto, el Evangelio nos presenta la primera necesidad humana: el comer. En todas las religiones, “los banquetes sagrados” ocupan el centro importante de todas las celebraciones tanto culturales como litúrgicas. Pero esta comida va más allá, y es que, al compartir lo propio, hacemos comunidad de bienes y de vida. Por eso, el milagro más que la multiplicación, es el compartir. Repartir de lo mío para que mi prójimo tenga también. Y es desde ahí, donde empezaremos a entender el verdadero banquete sagrado.

- En la primera lectura de Isaías,
el profeta transmite un mensaje salvífico al pueblo que ha sido desterrado y que seguirá siendo SIEMPRE el pueblo de Dios. Yahveh será siempre su Dios. Es la fórmula de la alianza. El Señor, por boca del profeta, se dirige a todos e insiste que el anuncio es gratis. No se exige nada. Su palabra de salvación se concreta en la alianza eterna, alianza pactada con David. El profeta con su palabra apaga la sed y sacia el hambre de los necesitados. Esta palabra se hace alimento nuevo en la persona de nuestro Señor Jesucristo.

- La segunda lectura de la carta de Pablo a los Romanos,
vemos cómo Pablo afirma la unión total entre el creyente y el amor de Cristo. No existe ninguna situación por difícil que sea que pueda separarnos del amor de Dios Lo único que puede separar esta unión es la libertad propia de la persona de no querer seguir el camino del Señor. Y si esto es así, Dios esperará paciente hasta que el amor renazca de nuevo.

- En el Evangelio de Mateo,
vemos una bella escena: el pueblo de Dios reunido en torno al Mesías en un banquete donde no existen desigualdades entre pobres y ricos, entre hambrientos y saciados. Un banquete que tiene un esquema de institución Eucarística. Jesús alza la mirada al cielo, pronuncia la bendición y parte el pan; Los discípulos juegan un papel importante ya que son los intermediarios entre Jesús y el pueblo porque tienen el mandato de dar de comer a los hambrientos. Ellos no pueden ser ajenos ante la necesidad de las personas, por eso, Jesús se compadece y sacia el deseo de necesidad tanto de salud como de pan. Jesús COMPROMETE a los que le siguen a dar de comer y a cuidar de las personas que más lo necesitan.
Jesús nos “complica” la vida. ¿Estamos dispuestos a dejarnos complicar por él? Cuidado con la respuesta. Porque dependiendo der la respuesta, seremos fieles a su mandato o simplemente unas personas bautizadas por seguir una tradición.

Que la Santísima Virgen interceda por nosotros, a despojarnos de nuestras comodidades para ayudar a las personas que tenemos a nuestro lado y necesitan de nosotros.


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