“Jesús callado en el Sagrario nos enseña con su sola presencia todo lo que debemos creer, nos da fuerzas, dando a la fe un valor y un mérito siempre crecientes. El mérito de la fe de los que trataron a Jesús estuvo en que, viendo sólo su humanidad, creyeron en su divinidad; el mérito de la fe de los que tratamos a Jesús, callado y oculto en el Sagrario es superior, pues por el sólo estímulo de su gracia y por la sola autoridad de la Iglesia, sin ver nada, lo creemos todo; sin oír nada, le obedecemos siempre; sin verlo ni oírlo ni gustarlo, le damos cuanto somos.”
Con estas palabras de San Manuel González, el Obispo de la Eucaristía, quiero invitaros al trato íntimo y personal con Jesús, pues sólo conociéndolo más íntimamente, podremos, en medio de nuestros quehaceres, amarlo más y mejor.
En estos tiempos, hablar de “devociones” o de ser “devotos”, no vende mucho. Si saliéramos a nuestras calles y preguntáramos a los más jóvenes, posiblemente no sabrían a qué nos estábamos refiriendo. En cambio, si la misma pregunta se la formulásemos a alguien con más edad, quizá nos dijera que eso de las “devociones” eran cosas del pasado, muy vinculadas a su abuela, de la cual guarda un recuerdo entrañable, pero que no “pisaba tierra”.
En la actualidad, incluso en algunos ambientes eclesiales, hablar de “devoción” o de ser “devoto”, mueve a la sonrisa irónica. En nuestro mundo tan desarrollado y técnico, ¿podemos los cristianos hablar de “devoción”? Mirando en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, veía que “devoción” y “devoto” hacen alusión a seguimiento incondicional, afición y afecto, por lo que llego a la conclusión de que en esta sociedad nuestra tan moderna, tan amante de la estética y del márquetin, hay mucho devoto y muchas devociones.
Hoy todo el mundo practica alguna devoción, es seguidor entusiasta y aficionado de un equipo de futbol, de un cantante o grupo musical, de un deporte, del famoso que hoy lo es y mañana no, y así podría estar haciendo una casi interminable lista de devociones y devotos.
Pero ¿qué ocurre cuándo se plantea la devoción a Jesús en la Eucaristía?, es decir, ser un seguidor incondicional de Cristo Buen Pastor, del único que puede colmar los anhelos, ilusiones y esperanzas del género humano. Esta ha de ser la única DEVOCIÓN del que se sabe discípulo, y por tanto, cada día ha de ir aprendiendo más, conociendo mejor al Único que es su modelo y su referente.
El aficionado, el seguidor, el entusiasta, pretende emular a quien admira. Aquí está nuestro reto, y ahora, más que nunca. Por medio de la contemplación de la Humanidad de Jesucristo en su Pasión dolorosa, que expresa radicalmente su Humildad, tenemos que penetrar en este misterio de Amor que nos desborda y que a la vez nos va a capacitar para ser los “vasos comunicantes” del Señor Jesús en un mundo –nuestro mundo- que en tantas ocasiones presume de vivir en oscuridad y en sombras, las de la cultura de la muerte que por todos los medios quieren imponer unos pocos.
San Manuel González, el Obispo del Sagrario abandonado nos invita: Hagamos con nuestro estilo de vida que muchos sean aficionados, incondicionales seguidores de la Eucaristía, pues en ella nos ama Cristo. Nos ama en nuestra pequeñez, desciende a nuestra enfermedad, aparece lo que es, infinito en el amor, al hacerse accesible y amigo de cada uno de nosotros y asumir la tarea de nuestra salvación. “Me amó y se entregó por mí”. Cualquier hombre o mujer, cualquier joven o niño, pobre o enfermo, afligido o pecador, cualquier alma humana puede aplicarse estas tremendas y delicadas palabras ante Cristo, que nos ofrece en el Sacramento eucarístico.
Francisco Aurioles de Gorostiza
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