Para ser dignos de la benevolencia y complacencia divina, Cristo ha otorgado a las aguas fuerza regeneradora y purificadora, de tal manera que cuando somos bautizados empezamos a ser verdaderamente hijos de Dios. Quizá habrá alguien que pregunte: ¿Por qué quiso bautizarse, si era santo?. ¡Escúchame! Cristo se bautiza no para que las aguas lo santifiquen, sino para santificarlas Él.
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