Ante la pandemia del "coronavirus"
Queridos fieles:
1.- A todo el mundo ha sorprendido la pandemia del “coronavirus” (Covid-19) con su rápida difusión, trastocando todos los aspectos sociales, religiosos, civiles, sanitarios y económicos, alterando profundamente la vida ordinaria.
Parecía que la gente vivía en un mundo estable y confiado, siguiendo la rutina de siempre. Sin embargo, ha bastado un pequeñísimo virus, para descontrolarlo todo.
Esta situación ha provocado una profunda y amplia crisis con graves consecuencias sociales y económicas; de modo especial para los más desfavorecidos y con menos recursos; y para quienes se quedan sin trabajo. En un mundo donde prima la productividad y el consumo, todo se ha parado; lo que parecía lo más importante y el motor de la sociedad ha quedado bloqueado.
Es de agradecer la respuesta generosa y solidaria de todos, tanto de forma institucional como individual. Todos y cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad de atender a los más aquejados por esta situación, para ofrecerles nuestra cercanía y solidaridad.
2.- Esta nueva experiencia nos obliga inevitablemente a dejar lo superfluo, para centrarnos en lo que es esencial para nuestra vida y dirigir nuestra mirada a Dios, como fundamento de nuestra existencia; porque estamos llamados a vivir su Amor por toda la eternidad y en eso consiste la felicidad verdadera.
Dios nos sostiene para afrontar con confianza y responsabilidad esta situación que a todos nos afecta. El ser humano, creado a imagen de Dios, descubre su sacralidad en el silencio, en saborear la belleza del vivir cotidiano, en la mirada transcendente, en el valor de la presencia del otro, en tantos talentos recibidos, pero no siempre hechos fructificar; y, sobre todo, descubre la sacralidad de la vida humana, que debe ser siempre respetada en todo momento de su proceso vital.
3.- La difícil situación de esta crisis mundial, que vivimos, nos ha sobresaltado, ha sacudido nuestras mentes y nos plantea cómo vivir la fe cristiana inmersos en esta pandemia.
El tiempo litúrgico en que nos encontramos es la Cuaresma; un tiempo de gracia para avivar los buenos propósitos de conversión y de realizar bien el camino cuaresmal hacia la Pascua.
Los fieles cristianos habíamos proyectado las acostumbradas penitencias cuaresmales, la oración más intensa, la confesión sacramental, los ayunos, la abstinencia de carne, los actos de piedad (viacrucis, celebraciones), la lectura más prolongada de la Palabra de Dios.
Los cofrades habían iniciado sus tareas de preparación litúrgica de la Semana Santa con los triduos, quinarios y demás celebraciones y actos de culto a sus Sagrados Titulares. Ya se empezaba a sacar los enseres procesionales para su limpieza y puesta a punto; ya se soñaba cómo preparar y adornar los tronos procesionales; ya degustábamos la salida procesional. Y ahora…, todo eso se viene abajo por culpa de un huésped invisible, que está haciendo estragos mortales entre la población.
4.- Nunca se ha visto algo parecido; nadie había tenido la experiencia de algo semejante. Hubo años sin salidas procesionales por causa de la lluvia o de la guerra; pero tener que quedarse en casa en tiempos de convivencia pacífica, sin poder asistir a la santa Misa es algo insólito.
Desde que empezó la crisis del coronavirus los diversos obispados españoles han ido dando normativas y disposiciones. La Diócesis de Málaga ha dado varias recomendaciones para afrontar la situación.
Inmersos en esta nueva experiencia inaudita hemos de saber asumir nuestro compromiso cristiano y adaptarnos a las circunstancias adversas. Se nos invita a ser solidarios con todos, para evitar más contagios. Damos un gran ejemplo quedándonos en casa y renunciando a ciertos planes que desearíamos realizar.
En estos días difíciles debemos empeñarnos en mantener la serenidad, la prudencia, la paciencia y seguir asumiendo nuestro compromiso cristiano de caridad hacia los enfermos y a los más necesitados, actuando como buenos samaritanos (cf. Lc 10, 33-37), tal y como nos enseñó nuestro Señor Jesucristo y que hacen más creíble la Iglesia. Agradecemos a los muchos voluntarios, tanto de forma individual como asociada, que se han ofrecido para ayudar en esta hermosa tarea samaritana.
La pandemia está siendo una ocasión nueva para preocuparnos del hermano débil y necesitado, del enfermo, del anciano. El mismo virus nos está demostrando que no entiende de fronteras entre los seres humanos, ni etnias, ni culturas, ni lenguajes, ni religiones. Todos somos iguales con la misma dignidad.
5.- Invito a todos los fieles a intensificar la lectura y la meditación de la Palabra de Dios. Como dije a los catecúmenos en la celebración del “Rito de Elección de los catecúmenos” del primer domingo de Cuaresma y en el Viacrucis celebrado en la Catedral el primer viernes cuaresmal con la participación de las cofradías malagueñas, es conveniente leer y meditar en esta Cuaresma el evangelio según san Mateo, ya que nos encontramos en el ciclo litúrgico “A”. Vivamos la presencia del Señor que nos habla en la oración, en diálogo personal con Él, como lo hizo con la mujer samaritana junto al pozo de Sicar (cf. Jn 4, 5-42). Él nos descubre la verdad de nosotros mismos y nos invita a mirar con ojos de transcendencia la realidad de nuestra vida. Él nos recuerda que hay que adorar a Dios en espíritu y verdad, aunque no podamos ir al templo.
Hoy en día disponemos de muchos recursos, sobre todo por vía “on-line” para rezar la Liturgia de las Horas, leer los textos bíblicos de cada día y las lecturas de los domingos. Meditar el Evangelio nos ayudará a poner a Dios en el centro de nuestra vida; y nos hará mejores evangelizadores, incluso a través de las redes. También podemos compartir los mensajes y audiovisuales que nos llegan y que tienen un buen mensaje. Estos días, en que disponemos de mucho tiempo en casa, son también una ocasión para visionar algunas películas, seleccionadas por sus valores y criterios de bondad, verdad, belleza y religiosidad.
6.- Os exhorto a elevar desde vuestros hogares la oración al Señor por todos los enfermos, de modo especial por los que sufren la enfermedad del coronavirus, por los que ya han partido de este mundo por esta causa y por sus familias.
Rezamos por las personas que están sirviendo a la población desde sus puestos de trabajo, de manera especial por los médicos y el personal sanitario. Rezamos por quienes tienen la responsabilidad de las decisiones, por las fuerzas de seguridad, por quienes desempeñan su trabajo en estos días como servicio a la comunidad, por los padres que se desviven cuidando a su familia, sobre todo a los niños que viven desconcertados esta situación.
Junto con nuestra oración vaya nuestro más profundo agradecimiento a todas las personas que ofrecen su trabajo, su tiempo y su dedicación generosa al cuidado de los demás y al bien común en los distintos campos de la vida socio-política.
El tradicional rezo del Santo Rosario en las familias puede volver en estos días a ocupar su puesto, invocando a la Santísima Virgen María como salud de los enfermos, auxiliadora y protectora maternal.
Además de la curación de los cuerpos, pedimos, sobre todo, la sanación de las almas. Estos días son claramente una hermosa ocasión que nos impele a renovar nuestro amor a Dios y a los hermanos.
Aceptando la sugerencia de nuestra Conferencia Episcopal nos unimos todos cada día, a las 12h., para rezar el Ángelus y escuchar el sonido de las campanas que nos recuerdan la presencia de Dios, que siempre está con nosotros.
Recemos la oración que el papa Francisco nos ha ofrecido para estos días, que termina con la más antigua oración mariana: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita”.
7.- Deseo agradecer a todos los sacerdotes su generosa entrega en el ministerio sacerdotal; su cercanía a los enfermos, a las personas con mayor fragilidad y a los más necesitados; su entrega en el ejercicio de la misión encomendada. Resulta insólito y doloroso celebrar la Eucaristía sin participación de los fieles; pero la Iglesia sigue alabando a Dios y celebrando el misterio pascual de Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación.
Los sacerdotes sostenéis al pueblo santo de Dios al ofrecer el sacrificio redentor en el altar. Las personas de especial consagración, de modo concreto los contemplativos, estáis llamados a seguir orando por todos, para que el Señor se apiade de nosotros, nos convierta a Él y nos salve. Vosotros sois de modo particular los altares, desde donde sube la oración de intercesión a Dios por la humanidad.
8.- La gran fiesta de la Pascua cristiana no se suprime ni se aplaza. Aunque los fieles no puedan participar en la Eucaristía, aunque no salgan las tradicionales procesiones por las calles de nuestras ciudades, aunque no podamos salir de casa,… celebraremos la Pascua con gran fe y verdad. Como ya se ha dicho en días pasados, se pueden seguir las celebraciones litúrgicas a través de los medios de comunicación.
Podemos permanecer en casa visionando y meditando las escenas de la pasión y muerte del Señor, que nos ofrecerán las televisiones. Todos unidos, en oración sincera y en piedad gozosa, celebraremos la Pascua del Señor, para que “pase” también por nuestras vidas. Aunque esta Pascua la vivamos de modo muy diferente a otros años, no la dejemos pasar de balde, sino que sea un momento de encuentro profundo con el Señor. Él nos sigue salvando, redimiendo y perdonando nuestros pecados. Su Cruz adoramos y su Resurrección glorificamos. Por Él ha venido la salvación al mundo entero. «Si morimos con él, también viviremos con él; si perseveramos, también reinaremos con él» (2 Tm 2,11-12).
9.- Animo a todos los cofrades a implorar la gracia del perdón divino y la salud corporal y espiritual de todos los fieles, invocando a sus Sagrados Titulares en sus diversas advocaciones.
Os deseo a todos una fecunda Cuaresma, como camino hacia la Pascua, una gozosa conversión a Dios, una mayor actitud de amor a los hermanos, especialmente a los enfermos y a los más necesitados, y una luminosa celebración del Misterio Pascual.
Firmo esta carta pastoral en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal. Él vivió con humildad y sencillez cuidando de María y de Jesús y trabajando silencioso en su taller.
Que su ejemplo nos ayude valorar el sabor de la simplicidad cotidiana, el gusto por las pequeñas cosas, la alegría de vivir, el goce del silencio y el poder disfrutar de las personas queridas. Él nos anima a cuidar de los más cercanos y a vivir estos días en el silencio del hogar.
Pedimos a Santa María de la Victoria, Patrona de nuestra Diócesis, que nos alcance la victoria deseada en la lucha contra el mal.
Con mi bendición.
+ Jesús Catalá
Obispo de Málaga
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