Testimonio de la curación por intercesión de María Emilia Riquelme a una religiosa: pancreatitis severa.
Recibí la noticia de que a mi hermano Nelson lo traían de mi Pueblo (Altamira) en ambulancia con un fuerte dolor en el estómago y, según diagnóstico del médico de turno en el pueblo, era algo muy delicado. Me dirigí a la Clínica del Rosario en Medellín, donde había sido remitido, para esperar que llegara la ambulancia.
Al llegar, a las 19:00 horas observé lo delicado que se encontraba y con la incertidumbre de no saber lo que realmente tenía, fue atendido de inmediato, practicándole una radiografía que no mostró lo que estaba pasando. Como el dolor en el vientre se agudizaba cada vez más, llamaron de inmediato al cirujano Samuel Blanco, que no se encontraba en la clínica. Al revisarlo dijo: «no sé qué tiene, hay que hacerle inmediatamente una laparoscopia donde nos muestre lo que tiene». De inmediato se procedió. Yo rezaba interiormente la novena a nuestra Madre Fundadora para que descubrieran qué tenía. Después de varias horas de espera angustiosa, salió el cirujano diciéndonos que había que operarlo de inmediato. Su esposa y mis hermanos entramos en profunda angustia. Yo continuaba constantemente pidiendo por intercesión de nuestra Madre Fundadora que no le fuera a pasar nada en el transcurso de la operación. A la 1 de la mañana salió el doctor, dando a conocer el diagnóstico grave: PANCREATITIS SEVERA, y el estado de gravedad, diciéndonos que si se salvaba no podría tomar más un trago de licor, que iría a cuidados intermedios, con la posibilidad de tener que llevarlo a cuidados intensivos por el estado de gravedad en el que se encontraba. Yo estuve todo el tiempo a su lado. El sábado 16 de 2003, a las 11:00 horas, se agravó más su estado de salud y de inmediato fue internado en la unidad de cuidados intensivos totalmente inconsciente.
Entramos la familia y amigos en una profunda angustia. Llamé enseguida al Noviciado para que me trajeran estampas con la novena de nuestra Madre Fundadora, la cual distribuí entre familiares, hermanos y amigos y pedí que rezáramos con mucha fe. Yo coloqué al lado de su cabecera una estampa de Mª Emilia Riquelme y, como no podíamos permanecer dentro de la habitación, en media hora que había de visita, pasaba la estampa por encima de su vientre, a la vez que rezaba la novena con mucha fe pidiendo su curación.
De inmediato llamé para que nos uniéramos en oración, pidiendo por intercesión de nuestra Madre Fundadora su curación. Como en el pueblo no teníamos suficientes estampas de Mª Emilia con la novena, mi hermano Jhon Jairo sacó copia de la que tenía y repartió a un grupo de personas que iban a mi casa a orar todos los días. Pedía a las demás hermanas de la Congregación que hiciéramos la novena por su salud. Encontrándome en Medellín llamé a Cali a la Hna. Margarita Sofía Puello para que colorara un fax de inmediato a Madre Leonor Gutiérrez, Superiora de la casa de Granada (España), para que ante la tumba de nuestra Madre Fundadora pidiera juntamente con las hermanas por su recuperación.
En la clínica del Rosario donde se encontraba mi hermano todos los días se celebraba la Eucaristía, mi familia estaba casi toda allí y asistíamos a la Eucaristía; yo tenía presente que para Mª Emilia la Eucaristía era su Todo. En el momento de la Consagración, pedía con mucha devoción que por medio de nuestra Madre Fundadora se obrara este gran milagro. A nivel personal y familiar teníamos esta profunda fe en Dios en que él se recuperaría, pero el diagnóstico de los médicos internistas que estaban de turno bajaban en momentos nuestros ánimos porque las esperanzas eran muy pocas. Yo, todos los días buscaba al doctor Samuel Blanco, cirujano, que todos los días venía a revisar a mi hermano y lo único que me decía era: «hermana, hay que estar preparados para cualquier desenlace, solo un milagro», y yo le decía llorando: «doctor, yo sé que el milagro va a suceder».
Nos angustiábamos mucho la familia, amigos y conocidos cuanto constantemente le tenían que pasar a cirugía, pero no desfallecimos en la oración.
A los días, mi hermano fue dando señales de vida, aunque los médicos y enfermeras seguían muy pesimistas. Llegó el momento en que lo trasladan de la unidad de cuidados intensivos a cuidados intermedios y después de un tiempo a una habitación. Mi hermano, ya consciente, rezaba desde su lecho de enfermo la novena a nuestra Madre Fundadora que le acompañó y recibía la Sagrada Comunión. El capellán de la Clínica se llama curiosamente Nelson; él me decía: «sólo un milagro» y constantemente le visitaba. Mi hermano Nelson, cuando ya estaba bastante recuperado, pidió ir a la Eucaristía, pero a las enfermeras les daba temor dejarlo ir. Él pidió que lo llevaran en silla de ruedas […] llegó ya iniciado el Evangelio, inmediatamente el sacerdote interrumpió la Eucaristía y le dijo: «¡Nelson milagro!» y animó a los que allí se encontraban para que no perdieran la fe en la recuperación de sus seres queridos y le pidió a mi hermano que contara su enfermedad y el tiempo que llevaba en la clínica. Fueron casi dos meses de angustia.
La familia continúa rezando la novena, ya en acción de gracias, y mi hermano, al regresar al pueblo, nos congregamos todos los familiares, amigos y campesinos en una Eucaristía de acción de gracias por el milagro obrado en él, por intercesión de nuestra Madre Fundadora. En esta Eucaristía, mi hermano tuvo la alegría de ver a su segundo hijo hacer su Primera Comunión, quien no quiso que le hicieran fiesta, sino que dijo: «solo la Eucaristía para agradecerle a Dios por la salud de mi papá».
Mi hermano continúa normalmente con su trabajo y al practicarle varios exámenes nuevamente, el diagnóstico es bueno.
Todo para la gloria de Dios y la pronta glorificación de nuestra Madre Fundadora, Mª Emilia Riquelme y Zayas.
Atentamente
Hna. Emilia Rosa Yepes Rodríguez, missami
14 de agosto de 2003
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