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02 agosto 2018

(II) La muerte de nuestro P. Francisco Méndez.


“En las últimas nevadas de marzo, con cuatro o cinco grados bajo cero, salió a los Cuatro Caminos... En una de esas excursiones nocturnas vio apoyados en la tapia de Porta Coeli a un matrimonio con dos niños que no tenían donde guarecerse, pues los habían echado de casa por no poder pagar. Los llevó de cenar y recogió a los chicos.

Los testigos se hacen eco de aquellas salidas nocturnas y de las últimas nevadas. Todos se pasman de la audacia de un anciano agotado, achacoso, encorvado, falto de vista. Era arrastrado por el fuego que ardía en su corazón. Locuras de enamorado. Por muy arropado que fuera, aunque echara sobre el manteo una manta, aquel cuerpo no guardaba reservas ni podía repeler la helada ni la humedad de la nieve.

“En el invierno –dicen-, y mientras nevaba por la noche, salía él por ver si encontraba a algunos de estos golfillos, refugiados en los portales. Y yo oí decir que la enfermedad de que murió la cogió en una de estas salidas nocturnas”.

“El Siervo de Dios –añaden- contaba setenta y cuatro años cuando le sobrevino la última enfermedad, que debió ser una hemorragia originada, tal vez, por el frío, porque solía salir por las noches –y esto era en marzo- a recoger golfillos que estuviesen refugiados en los portales”.

Una de las Trinitarias de Porta Coeli añade a estas correrías nocturnas las salidas diurnas. Aquella semana de nevadas se prodigó el y prosigue: “Justamente a los cuatro días cayó enfermedad, y de esta enfermedad murió.” Confunde la fecha de las nevadas. “Días antes de fallecer presa de fiebre física, pero embargado por mayor fiebre de socorrer al desvalido, ante imponente nevada...”.

“Procedía con caridad heroica, porque salía frecuentemente por las noches, aunque estuviese nevada, a recoger a los muchachos, siendo esto a veces causa de sus enfermedades. He oído referir que, tal vez, el último gran acto de caridad que hizo en una de estas escapadas nocturnas fue ocuparse u hospedar a un matrimonio con dos niños a quienes encontró ateridos de frío.”

P. Méndez hasta límites increíbles a su edad. Eran los postreros fogonazos de la lámpara que se apaga. Atentaba contra su propia vida, impulsado por el inmenso fuego de caridad que le consumía. Como si, ciego e insensible, fuera impasible al frío y a la humedad:

“Fue poco antes de su muerte. Era un día de invierno de los más crudos. Nevaba copiosamente. A eso de las diez de la mañana vemos con gran asombro que el buen Padre se prepara para salir, y por más que nosotras hicimos para disuadirle con toda suerte de razones para que desistiera y se quedara en casa, no hubo medio de persuadirle, diciendo que no podía dejar un asunto importante que tenía.

Nosotras aguardamos impacientes el momento de su llegada. Al cabo de dos horas le vimos aparecer todo mojado, yerto de frío, sin querer decir a dónde había ido. A fuerza de preguntas pudimos deducir que venía de llevar limosnas para que pudieran comer unas pobres gentes que se refugiaron en unas covachas fuera de la ciudad”.

Aquel invierno se venga con tremendas heladas y temperaturas bajas. El Servicio Meteorológico Nacional informaba día a día de los fenómenos meteorológicos. La mínima durante el mes de febrero, tres grados bajo cero. El día 27, el más frío del años: la máxima, 3,70; la mínima, 2,1 bajo cero. Viento fuerte, a ratos huracanado. En ocasiones descendió la temperatura a cuatro grados bajo cero. A la una de la tarde comenzaron a caer copos y era curioso ver a los madrileños, bajo un cielo sin nubes, cubriéndose de la nieve con los paraguas

Marzo fue crudo, pero menos. Algunos días marca el termómetro. Además de los datos expuestos acerca de la nieve, vamos a añadir otros del mes de febrero: bajo cero 62. Llueve mucho a partir del día 9. Así se deslizan meteorológicamente las postreras semanas que el P. Méndez pasa por este valle de lágrimas.

Nadie mejor que su obispo, Mons. Eijo y Garay, ha sabido calibrar esta inmensa caridad de un anciano agotado. Califica varias veces de heroica esta caridad. No duda en llamarle, con todas las letras, mártir de la caridad:

“Únicamente una fe heroica, una esperanza y confianza heroica en la ayuda de Dios, una caridad para con Dios y para con los prójimos, especialmente para los más necesitados y desamparados, para las mujeres descarriadas y los harapientos y perdidos golfillos, vivida en grado heroico, tan heroico que quiso Dios que, a semejanza de Nuestro Adorable Redentor, costase la muerte al Siervo de Dios, Don Francisco de Asís Méndez y Casariego, el buscar durante una noche de gran nevada en Madrid ovejitas perdidas”.

“He indicado ya –anota también- que el Siervo de Dios murió mártir de la caridad: iba él mismo habitualmente a recoger a los golfillos por las noches, y con lluvia o con nieve. Murió muy cerda de los setenta y cuatro años de edad. Pocos días antes, a fines de marzo, con cuatro o cinco grados bajo cero, en unas nevadas copiosísimas, salió a Cuatro Caminos con el fin de recoger niños que estuvieran ateridos de frío y sin saber dónde dormir. En esta última búsqueda de golfillos desamparados creo yo que cogió la gravísima enfermedad que le causó la muerte en el día 1 de abril de 1924”.


Una Trinitaria.

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