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23 abril 2017

Reflexión. Domingo II de Pascua.


¡Feliz Pascua de Resurrección!

El Señor ha resucitado y por eso nuestro corazón está alegre.
Se nos da una nueva oportunidad para que vivamos como verdaderos cristianos.
Una alegría pascual que irradie al mundo entero, muchas veces inmersos en oscuridad y tristezas. Vivir la Pascua, es renovar cada día y en cada acontecimiento nuestra fe en ese Cristo que ha resucitado. Muchas veces, nos invaden la devoción del Crucificado, y no está mal, pero no nos podemos quedar en el sufrimiento… Debemos avanzar y llegar a ese Cristo que nos levanta de nuestros sufrimientos y muertes y nos da una vida llena de Alegría y Luz perpetua.

Hoy, Domingo II de Pascua, celebramos el día de la Divina Misericordia.
El Señor se presentó a Sor Faustina y le recordó que “Dios es Misericordioso y que nos ama a todos”. La misericordia es la actitud de amor activa por el prójimo. De aquí que nos definamos como cristianos coherentes o no.
Pidamos en este Domingo a Jesús nuestra Pascua, que nos otorgue confianza para que podamos ser misericordiosos con los demás.

En La Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles, nos enseñan a que la comunidad que reza unida, permanece siempre unida. Vemos como los apóstoles enseñaban, oraban y hacían la fracción del Pan. No podemos olvidar, como en esa comunidad naciente, surgían problemas y grandes dificultades. Pero, ellos seguían unidos. Ponían todo  en común. El Espíritu estaba con ellos e intentaban contagiar esa alegría y unidad que habían obtenido de Cristo.
Ojalá que esta unidad e igualdad entre los miembros, sigamos teniéndola hoy en nuestra Iglesia.

En la Segunda Lectura de la Carta de Apóstol Pedro, se dirige a comunidades que estaban pasando por momentos difíciles. Vivían en una sociedad mayoritariamente pagana y  eran perseguidos a casa de su fe en Cristo Jesús; Pedro, les  enseña, que para obtener la corona de gloria que no se marchita, hay que sufrir un poco. Esta “promesa-enseñanza” no es una felicidad pasajera, sino, su culmen es en Cristo Resucitado.
Por eso, es bueno recordarnos de vez en cuando, que la salvación no se obtiene por méritos propios, ni por doctorados ni títulos, ni por ser “trapas” en cargos eclesiásticos, sino por la humildad y la sencillez en que lo que decimos y hagamos, vayan de la mano. Una coherencia de vida en la fe.

En el Evangelio de Juan, no habla de Tomás y su fe. Vemos como Jesús se aparece en el primer día de la semana, y esto hace que sea el domingo el “Día del Señor”. Ya el sábado no es el día importante, como tenían por normas la religión Judía.
Los cimientos de la Resurrección es la Paz, la Alegría, el Perdón y el Testimonio. La injusticia que se había cometido con Jesús en la Cruz, pasa a ser PAZ Pascual. Esa paz, se transforma en alegría cuando nos dejamos encontrar con el Resucitado… Tomás no es solo discípulo de Jesús, sino, que está cerrado a la fe. No le basta con que los otros les digan “hemos visto”, sino que el necesita ver. Su inconformidad le hace querer ver con los ojos para poder creer. La fe aprendida y que le han transmitido otros, no le basta, quiere tocar. Por eso, la fe transmitida y heredada es un don que Cristo otorga pero que va de la mano con la inteligencia humana. Una no es contraria a la otra. Al revés, se compenetran y la hacen más verdadera.

Pidamos en este domingo, a la Virgen en su advocación de la Cabeza, que interceda por cada uno de nosotros ante su Hijo Resucitado y nos conceda ser verdaderos cristianos, coherentes con nuestras palabras y hechos. Que aunque vengan los momentos de dudas y seamos muchas veces como Tomás, que necesitamos tocar y ver, sepamos confiar y nos dejemos empapar de la alegría Pascual y le digamos, aunque estemos desganados y con dudas: Señor “Mío y Dios Mío”.

Que así sea. Aleluya Aleluya.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/senor-mio-y-dios-mio-por-fray-jose-borja/

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